Por Gerardo Leclercq
El pasado 14 de julio, el día nacional de Francia, mientras miles de personas salían a las calles a festejar. En la ciudad de Niza un camión embistió a una multitud dejando un saldo de 84 muertos y 120 heridos. El atacante un franco-tunecino de 31 años fue abatido por las fuerzas policiales.
Casi inmediatamente conocidos los atentados de Niza, el acto fue adjudicado al terrorismo, y más puntualmente a la organización islamista Estado Islámico. En los últimos años notamos un recrudecimiento de los actos de este tipo en el continente europeo, dejando claro que Europa está pagando en su propio territorio el costo político de la guerra de Irak del 2003.
El terrorismo, es una respuesta directa a una práctica sistemática de occidente, en su afán de controlar un recurso fundamental a la ahora de perpetuar el capitalismo: el petróleo. La política exterior desplegada por occidente (Estados Unidos, la Unión Europea e Israel) desde el fin de la guerra fría, gira en torno a varias cuestiones centrales, y el acceso al petróleo y la lucha contra el terrorismo, son una de ellas.
Si hacemos un repaso por los atentados más importantes que se dieron en Europa, encontramos una relación temporal con los distintos conflictos armados en los que el bloque europeo participo. Inmediatamente después de la guerra de Irak en 2003, ocurren los atentados de Madrid en 2004 y de Londres en 2005, y desde que estallaron las primaveras árabes en 2010 la situación se tornó más compleja.
Las primaveras árabes son un proceso que se inauguró en Túnez en 2010 en donde la sociedad, cansada del maltrato, la opresión, la pobreza y el autoritarismo, se levantó en contra del gobierno. Esto se multiplicaría luego por todo el mundo árabe.
Este reclamo por mayores libertades es tomado por occidente y utilizado para fomentar grupos extremistas, que en términos armados, se enfrentan al Estado. Ese fue el caso de Libia, en donde la situación de crisis desencadenó en la intervención de la OTAN.
El injerensismo de occidente -a través de una política ambigua y de doble estándar- en las cuestiones del mundo árabe solo genera rechazo por parte de estos. Siempre que pudieron, potencias europeas y Estados Unidos se valieron de algún grupo local para generar una resistencia armada. En la década del 70, entrenó y financió a los talibanes para combatir al ejército soviético y luego del atentado del 11-S, luchó contra los mismos. Del 2011 al 2013 se encargó de patrocinar a grupos paramilitares en distintos estados de África del norte y medio oriente, primero en Libia eran los “rebeldes”, luego en Siria fueron los Freedom Figthers. Ahora sabemos que todos estos grupos forman parte del ISIS y el Estado Islámico.
Si de pagar los costos políticos por una guerra o por decisiones políticas a nivel internacional se trata, la Argentina puede comprenderse en ese campo. Los atentados en la embajada de Israel en marzo del 92, primero, y en la sede de la AMIA en julio del 94, demuestran que las decisiones tomadas en aquel entonces generaron un alto costo político para la sociedad. ¿Cuáles fueron esas decisiones?
Primero y como buen “mejor alumno” del país del norte, Argentina participa de la guerra del golfo de 1990, enviando dos fragatas a combatir, y a su vez se compromete, mediante tratados de no proliferación nuclear, a abandonar la investigación de ciertas áreas de la energía nuclear, más que nada las referidas a la bomba atómica y junto con esto, se compromete a dejar de compartir información en este campo con algunos estados (entre ellos Irán).
A este cóctel es necesario sumarle que el presidente Argentino de la época, Carlos Menem, era (y es) hijo de Sirios – Libaneses. Era un miembro de la comunidad árabe el que perpetraba este tipo de actos en contra del mundo árabe.
Toda acción conlleva una reacción
Para el caso del terrorismo, esa reacción parece que es cada vez más sangrienta, y no solo eso, los nuevos grupos terroristas que ganan la escena internacional están más organizados que sus predecesores y parecen ser cada vez más violentos.
No resulta para nada extraño que el terrorismo sea funcional a los intereses del capital. Es en nombre de la lucha contra el terrorismo que se iniciaron cruzadas político – militares. El terrorismo garantiza una cosa, el conflicto armado la guerra, y eso para el gobierno permanente de los Estados Unidos (el complejo militar industrial) es vital. Si hay una guerra, alguien tiene que comprar armas, tanques, aviones, barcos, etc.
Los actos terroristas seguirán incrementándose en Europa y Estados Unidos dados las políticas que estos despliegan. No podemos acabar con el terrorismo sin antes hacer una revisión de la metodología desplegada por occidente en los distintos conflictos a nivel mundial.