Alejandro Giammattei es el nuevo presidente de Guatemala. Sin embargo, los comicios transcurrieron entre las denuncias de fraude y el alto abstencionismo. A pesar de la esperanza que generó Thelma Cabrera durante todo el proceso, se confirma la continuidad del pacto de corruptos.
Por Raúl Palencia
El domingo 11 de agosto se llevó a cabo la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Guatemala. Los comicios se caracterizaron por un 61% de abstencionismo, casi el mismo número que participó en la primera vuelta pero que parecía tener esperanzas en fuerzas políticas menos conservadoras y con propuestas que salieran del discurso común y acartonado. La presidencia la definió un 47,2% del padrón de guatemaltecos y guatemaltecas que acudió a las urnas. Alejandro Giammattei fue electo presidente por el 57% de los votos, es decir 1.907.696 de los más de 17 millones que integran el país, lo cual lo define como jefe de estado para los próximos 4 años.
Tanto Giammattei como Sandra Torres se disputaron un público en común, el voto conservador. Ambos candidatos y sus partidos, enfocaron su estrategia electoral en pelear el voto indeciso de quien quiere apenas ciertos cambios en el país con un histórico racismo, clasismo y patriarcado que se expresan en la realidad concreta en un país donde la mayorìa de la población es indígena. En Guatemala el 60% de la población está debajo de la línea de pobreza y el 12% sufre de analfabetismo. Además se encuentra en el primer lugar en Latinoamérica y sexto en el mundo en desnutrición severa en la población infantil.
Pese a la presión desde Washington por una 2da vuelta que ya se había definido desde el 16 de junio, ninguna de las causas estructurales que actualmente son el resultado palpable de un estado corrompido por los poderosos capitales empresariales, el poder militar y el narcotráfico, van a ser siquiera reformadas en nombre del “progreso”.
Cómo ganó y quién es el nuevo presidente
La diferencia de votos entre los candidatos es de 520,641, es decir un 15,9%. Una distancia aplastante en términos porcentuales pero que en votos refleja que Gianmmetti ganó con un 23,40% del total del padrón electoral inscripto. Es decir que este resultado lo definió un 6,38% de las personas que podían votar en toda Guatemala. Este nivel de participación sobrepasa por muy poco al de las elecciones de 1995, año previo a la firma de los Acuerdos de Paz que ponía fin a 36 años de conflicto armado en el territorio centroamericano.
El restante 42% de los votos se los llevó Sandra Torres, candidata por el partido de la Unidad Nacional de la Esperanza, (UNE). Partido de centro fundado en 2002 que en las últimas contiendas electorales encabezadas por Sandra no ha podido pasar el techo del 1,3 millones de votos. Es la tercera elección en la que Sandra pretende disputar la presidencia, si tomamos en cuenta la del 2011 en donde un fallo de la Corte de lo Constitucional no validó su divorcio del ex presidente Álvaro Colom impidiendo presentarse como candidata. Luego, en el 2015 logró entrar a la contienda pero nuevamente en la segunda vuelta perdió contra Jimmy Morales (el presidente saliente), acumulando el mismo número de votos. La imposibilidad de superar ese número parece estar en la misma candidata, quien está siendo investigada por la CICIG de financiar ilícitamente su campaña de 2015. Esto la coloca en una impopularidad irremontable, sobre todo si tomamos en cuenta el avance del discurso anticorrupción y su manejo para inmunizar candidatos.
El electo presidente, Giammattei, ganó con una estrategia que marca la tendencia de las elecciones de la región. Al igual que en el país vecino, El Salvador, los discursos y las estrategias que caracterizaron estos triunfos son similares. Lo primero es mostrar una cara “renovada” de la política. Primero, el partido VAMOS es un partido recién fundado. Según Giorgio Bruni secretario del partido, el 85% está compuesto por jóvenes. Aunque se complet con militares retirados, empresarios tradicionales y algunos técnicos. El discurso que acompañó es el de una amplia participación de distintos sectores, buscando dejar a fuera a “la vieja política”. En este armado participó una parte de SEMILLA, el movimiento político progresista que impulsaba la candidatura de Thelma Aldana. Lo segundo tiene que ver con sus relaciones internacionales, llevando un diálogo directo con Trump buscan hacer un lobby de campaña para las próximas elecciones en Estados Unidos, en donde el actual presidente pretende una reelección. Esto en el discurso busca acompañar la “crisis migratoria” negociando escasas oportunidades para la numerosa población centroamericana que vive en el país del norte del continente e invisibilizando la realidad de esta población migrante la cual está siendo cruelmente perseguida, encerrada, torturada y deportada a sus países de origen. El tercero tiene que ver con la corrupción, tema en el cual Guatemala ya tiene una experiencia caminada y también saboteada por intereses de Estados Unidos y sectores parásitos del Estado, sin embargo Gianmmettei dice que creará una nueva CICIG con cooperación bilateral y no multilateral, señalando como la principal falencia de la anterior comisión creada por la ONU.
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Continuidad y profundización del dominio de EE.UU. en la región
El próximo 14 de enero del 2020 el Estado de Guatemala comenzará una transición de gobierno amena dando continuidad al pacto de corruptos que caracteriza esta etapa en el país. Entre el 2008 hasta el 2018 el Estado se vio reformado por una limpieza judicial de las facciones más poderosas y retrógradas del país, ganando reconocimiento internacional al llevar al banco de los acusados el genocida militar Efraín Ríos Mont y al sacar de la presidencia, enjuiciar y encarcelar al militar retirado, Otto Pérez Molina en el 2015 gracias a las fuertes y multitudinarias manifestaciones.
Entre el 2016 y el 2018, la CICIG llevaba a juicio por corrupción a 650 poderosos enquistados en estructuras del Estado. El 3 de septiembre de este año se termina el mandato de la CICIG y el recién electo ya declaró que no lo renovará, lo cual nos da muestra que las estructuras viciadas del Estado, las que generan enormes desigualdades, estarán intactas.
En Centroamérica la misoginia de lo mandatarios, la ostentación del poder político por parte del sexo masculino, de raza blanca y de familias tradicionalmente adineradas siguen gobernando sus Estados. A esto se le suma la reciente reacción conservadora global de parte de los fundamentalismos religiosos. En la región que más personas expulsa hacia Estados Unidos y que paradójicamente más depende de los países poderosos y sus políticas internacionales, se logra colocar en el gobierno a presidentes con alto nivel de sumisión a estos poderes pero bajo nivel de representación y legitimidad social.
Estas elecciones no dejan solo un nuevo presidente sino que ponen en jaque el gobierno de los poderes y los sistemas tradicionales de construcción de los Estados capitalistas que dejan afuera y destinan a la miseria a las mayorías originarias. Sin embargo, hay un mensaje que subyace y que debe ser escuchado tras este proceso eleccionario: Giammattei no será, por más que intente engañarles, quien liderará estos pueblos. Porque a la corrupción se la combate y la población está en pie. Por eso, a fuerza de llamar a Paros, protestas urbanas, piquetes rurales, construcción desde abajo, reafirmación de la identidad plurinacional y denuncias de los asesinatos de defensores/ as de derechos humanos ante la prensa internacional, será Thelma Cabrera, la primera candidata indígena en la historia de ese país -junto al surgimiento de nuevos actores políticos aliados-, quien liderará la dignidad y la esperanza para toda Guatemala.
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