Por Anibal Garzón Baeza
La aprobación final por parte del gobierno griego liderado por Alexis Tsipras del Tercer Plan de Rescate de la Troika, a pesar del rechazo de la sociedad helena con el 61,31% de votantes en la consulta popular y de 64 parlamentarios del total de 300 (32 de los 149 que domina Syriza, entre ellos el exministro de finanzas Yanis Varoufakis), ha puesto en choque dos asuntos internos: la falta de unidad en el gobierno griego contra la austeridad y el crecimiento de la brecha entre la participación (pueblo) y representación (gobierno). Además, más allá de estas contradicciones, otro punto de ebullición que ha resurgido durante estas semanas ha sido el debate entre soberanía y dependencia en referencia a las posibilidades de Grecia en las negociaciones con el Eurogrupo. Qué posibilidad de decisión autónoma disponía el pueblo que ha sido etiquetado como creador de la democracia occidental.
El no querer ceder nada el Eurogrupo sobre la deuda de Grecia y el error de la aceptación claudicante de Tsipras han reconstruido el imaginario social de resignación sobre que en Europa no puede existir nada contrario a lo hegemónico, el neoliberalismo y las reglas de su modelo financiero. Este simplismo casi teológico y reduccionista ha ocultado las tres herramientas estratégicas (económica, geoestratégica y político-social) que ha tenido Grecia en sus manos para poder construir una contrahegemonía al neoliberalismo y que finalmente las dejó a medio camino teniendo grandes consecuencias con eco internacional.
La primera batalla: la reestructuración de la deuda
En primer lugar es lo referente a lo económico, la Auditoria de la Deuda. El mismo gobierno constituyó en marzo la Comisión Internacional de expertos para auditar la deuda griega, una comisión liderada por Eric Toussaint. Después de tres meses de trabajo, y en el mismo momento que se debatía con el Eurogrupo el Plan de Rescate, los 15 expertos de la Comisión Internacional presentaron un informe de 50 páginas aduciendo que los préstamos del FMI y del BCE son ilegales y que han derivado en una deuda odiosa que viola los derechos humanos. El informe detalla cómo aumentó la deuda pública de 113% del PIB en 2009 a 185% del PIB en 2014, y no por gasto público sino por pago de deuda, pasando la deuda privada a pública por rescate de acreedores. Un pez que se muerde la cola, deuda para pagar más deuda de unos pocos reduciendo la calidad de vida de la mayoría de la población nacional. A pesar de realizarse el informe, como diagnóstico y recomendaciones para ejecutar, Toussaint volvió a insistir en la posibilidad de un Plan B como alternativa a III Plan de Rescate. Un plan al que Tsipras hizo omisión. Sería por lo tanto quimérico decir que Grecia no disponía de un plan alternativo.
El hecho de que Grecia finalmente se posicionara en no pagar la llamada Deuda Ilegítima hubiera posiblemente tenido un efecto de expansión en muchos países de la Unión Europea ya que justamente ha resurgido el debate de la imposibilidad de pagar muchos Estados europeos la deuda contraída. Más allá de si un gobierno es progresista o conservador, los primeros movimientos de Grecia sobre la crítica a la deuda han potenciado inquietudes en la agenda política del Norte sobre un tema que hasta el momento parecía que sólo era una realidad vigente en países del Sur, como así se etiquetó la reestructuración de la deuda que se hizo en Ecuador a finales del 2008. Pero hoy personalidades como el Ministro de Economía de Irlanda, Michael Noonan, se ha posicionado a favor de convocar una conferencia en la UE para reestructurar la deuda pública de su país, siendo actualmente del 175% del PIB.
En definitiva Grecia abrió en la agenda europea el debate sobre la reestructuración de la deuda, pero al igual que lo inició y podía potenciarlo en las agendas regionales con el fin de deslegitimar la globalización financiera neoliberal, finalmente lo cerró con su posición de renuncia a lo contrahegmónico aprobando el III Rescate. Un cierre que llegó incluso a cambiar la posición de nuevas formaciones de izquierdas en Europea, como Podemos en el Estado Español que en octubre de 2014 presentaba en su fundacional Asamblea Ciudadana como una de las directrices más apoyada por los militantes la restructuración de la deuda pero tras el desvío de Syriza el mismo secretario de economía de Podemos, Nacho Álvarez, anunció que España no necesita reestructuración de la deuda. La hegemonía de la deuda ganó en Grecia y se fortaleció en Europa.
La segunda batalla: pluralidad de relaciones internacionales, BRICS
El segundo punto es sobre la geoestrategia internacional. No es consentido, en un mundo globalizado y cada vez más multilateral, obviar las relaciones internacionales y el regionalismo de un país para poder construir alternativas propias. Más allá de la hegemonía occidental tras el Fin de la Guerra Fría, eje euro-estadounidense, durante lo que llevamos de siglo XXI se han desarrollado grandes potencias emergentes, y no sólo en lo económico sino también en lo político, como China, Rusia, India o Brasil. Las relaciones internacionales son como las inversiones económicas y productivas, si decantas tus relaciones en pocos actores es posible generar una dependencia clara y a veces incluso subyugada.
Actualmente Grecia en el comercio exterior tiene cierta dependencia de la UE. En lo referente a las exportaciones, el principal mercado de Grecia es Turquía con 12,2%, seguido de Italia con 9,9%, Alemania con 6,6%, Bulgaria 5% y Chipre 4,6%, como los cinco principales destinos. Siendo así a excepción de Turquía los países de la Unión Europea los principales destinos. Mientras que las importaciones provienen de Rusia el 10,3% del total, Alemania 9,9%, Italia 7,5% y seguidamente China 5,3% y Kazajstán con 5,2%, teniendo los países asiáticos y Rusia su importancia. Y sobre las inversiones extranjeras en el país, según la OCDE, en 2012 más del 90% son de países de la Unión Europea. Por lo tanto a excepción de las importaciones orientales, y el caso singular de Turquia, país fronterizo, Grecia depende en gran medida de la Unión Europea en sus relaciones internacionales comerciales.
El bando de choque actual a la dominación global euro-estadounidense son las potencias emergentes BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), quienes actualmente están creando diferentes estructuras propias como el Banco de Desarrollo para evitar el yugo de las instituciones financieras occidentales como el Banco Mundial (BM) o FMI. A pesar de no ser Grecia un país emergente, ni potencia regional en su zona continental como los son los 5 países BRICS, Rusia invitó a Grecia a ser parte de BRICS. Si esta operación se hubiera ejecutado sería un golpe duro en las relaciones internacionales hegemónicas que un país de la Unión Europea se uniera al regionalismo contrahegemónico de los países emergentes. Esta operación ofertada por el Presidente ruso, Vladimir Putin, daría mayor legitimidad a Rusia en el campo internacional en un momento de choque con la Unión Europea por el conflicto de Ucrania, pero a la vez generaría un escape a Grecia para poder reestructurar y diversificar su comercio internacional y transitar hacia nuevos mercados que le ayudarían a superar posibles bloqueos económicos y comerciales de la Unión Europea. Incluso, posiblemente el establecer relaciones Grecia con países como Rusia podría facilitar elevar el discurso contra la OTAN, recordando que actualmente Grecia ha tenido un gasto público en la esfera militar de manera desorbitada siendo la cuarta parte de toda su deuda pública.
Vistos posibles impactos de Grecia de manera positiva en su pugna contra la dependencia comercial y política de la Unión Europea y la Troika gracias a una mayor pluralidad de sus relaciones internacionales al acercarse a BRICS y a su Banco del Desarrollo como válvula de escape podría generar ciertas simpatías en otros países de la periferia europea como Portugal, España, Italia, los llamados PIGS (cerdos en inglés). Grecia finalmente al aceptar el III Plan de Rescate y rechazar su entrada en BRICS no sólo ha dejado el tablero internacional tal y como lo inició, sino que ha generado una visión pesimista sobre que todo estado europeo tiene como única posibilidad seguir dentro de la Unión Europea como marco de sus relaciones exteriores.
La tercera batalla: la izquierda ideológica contra la Europa del Euro
El tercer y último punto es sobre la pugna ideológica en Europa. Más allá del ala dominante del neoliberalismo con su apertura comercial librecambista, un pacto hegemónico entre la histórica socialdemocracia y los sectores conservadores europeos que incluso trabajan conjuntamente el macro tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos (TTIP), en Europa han crecido reticencias en diferentes estados.
En referencia a la Europa del Norte y Central el crecimiento de la extrema derecha y el eurocepticismo ha sido evidente. En países como Dinamarca, Suecia, Reino Unido, Holanda, Austria, Suiza, Francia, de tradición demócrata liberal, la derecha de tendencia fascista y proteccionista contra el “libre” mercado defendiendo su chovinismo nacional ha creado el discurso de salirse de la Unión Europea. Un discurso acompañado de su toque xenófobo y racista contra las políticas europeas de no hacer frente al auge migratorio del continente africano un fenómeno etiquetado como principal amenazada nacional y que ha calado en sectores populares. El euroescepticismo incluso ha ganado espacios en Estados como Gran Bretaña donde el reelegido Presidente conservador David Cameron prometió para el 2017 un referéndum sobre la continuidad británica en la Unión Europea.
A diferencia de la realidad del centro y norte de Europa en los países del sur como Portugal, Grecia o España, con historias fascistas recientes y la derecha tradicional con espacios de poder con su modernización y adaptación a Europa (el caso del Partido Popular en España), el auge de la izquierda moderna no se ha caracterizado por la supresión del proyecto de la Unión Europea como el ala fascista sino por construir Otra Europa. Es la apuesta del Grupo Confederal de la izquierda Unitaria Europea donde son presentes fuerzas como Podemos, Syriza, o el Partido Comunista Portugués, entre otras.
Si Syriza hubiera finalmente sido expulsada de la zona euro de la Unión Europea al cumplir la decisión de su pueblo de no aceptar una vez más las constricciones del neoliberalismo pujante y la dominación financiera apoyada por el liderazgo del eje franco-alemán, posiblemente en la izquierda europea hubiera sido creciente un discurso contra el euro y el Tratado de Maastricht al conformarse cada ves más la desigualdad entre países centrales y periféricos. Un discurso poco apoyado en la izquierda institucional con excepciones como el Partido Comunista Griego (KKE), pero entrando poco a poco en reconocidos actores de la izquierda como el histórico político español Julia Anguita[12] o el joven intelectual británico Owen Jones. La salida del euro por parte de Grecia posiblemente habría ampliado esa demanda política en muchos sectores de la izquierda europea y no solo en teóricos y activistas reconocidos, que a veces son muy respetados pero sus discursos no cuajan en una mayoría social contaminada de indecisión.
Con la aprobación del III pacto de Ajuste Estructural y su claudicación con los poderes fácticos europeos, Syriza no sólo ha dejado huérfano al pueblo heleno sino también desorientada a la izquierda europea al no empezar a cimentar una contrahegemonía estratégica tanto en lo económico, geopolítico, como ideológico. Syriza dio un paso adelante pero dos paso hacia atrás.