Por Mariano Pacheco / Fotos por Andrés Acosta y Gustavo Pantano
Progresismo es la palabra clave, la contraseña de la época. ¿Es posible pensar contra y más allá del progresismo?
Esta pregunta, este punto inicial implica interrogarnos acerca de las condiciones de posibilidad de emergencia de un proyecto político antisistémico que logre sortear los horizontes establecidos como posibles, desde un realismo optimista aunque no ingenuo.
Desde 2003, este conglomerado de expresiones sociales y políticas que se ha dado a llamar kirchnerismo, ha intercalado un llamado a politizar las discusiones en el cotidiano, con la realización eventos festivos en fechas claves, convocando a “todos los argentinos” y no solo a los partidarios o entusiastas y fervorosos adherentes al proyecto.
Este año, en el inicio de la “Semana de Mayo”, la presidenta Cristina Fernández inauguró el “Sitio de Memoria” emplazado en el edificio del ex Casino de Oficiales que funciona dentro del Espacio de la Memoria, en las instalaciones del ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). El próximo lunes, como en años anteriores, la Plaza de Mayo será escenario de un evento artístico, el último de las gestiones encabezadas por Néstor y Cristina Kirchner. No entraremos aquí en el debate acerca de si estamos ante un fin de ciclo o fin de mandato. Lo que es un hecho irrefutable es que, fallecido el ex presidente e imposibilitada la actual mandataria para presentarse a una re-reelección, el kirchnerismo tal como lo hemos conocido en esta larga década está llegando a su fin.
El 25 de mayo es una fecha clave, todos los sabemos, por la rememoración de aquel día de 1810, que en la versión “Billiken” de la historia, es una jornada plagada de paraguas, aunque no por eso de color gris, sino más bien todo lo contrario. Yuxtaponiendo memoria larga y memoria corta, el día es patrio, asimismo, porque se conmemora la asunción del gobierno de Néstor Kirchner y, si le agregamos la memoria del pasado reciente, también es una fecha clave porque aquel día, en 1973, el “Tío” Héctor Cámpora asumió el gobierno con la consigna de “Perón al poder”, luego de 18 años de exilio por parte del líder del movimiento.
Este puente 2003-1973, con un rescate “ético” del surgimiento y desarrollo de los organismos de Derechos Humanos, suele sortearse dos momentos fundamentales para la construcción de una memoria histórica de los de abajo. En primer lugar, la resistencia obrera a la última dictadura. Las huelgas y sabotajes, el trabajo “a tristeza”, la organización sindical clandestina además de la resistencia armada, que incluye los nombres de la emblemática fundadora de Montoneros, Norma Esther Arrostito, pero también del líder del Partido Revolucionario de los Trabajadores y comandante del Ejército Revolucionario del Pueblo, Mario Roberto Santucho. Nombres propios que no son más que expresión de un anhelo colectivo: el de edificar una nueva sociedad, sin explotadores ni explotados (recordar que el ERP atentó contra el dictador Jorge Rafael Videla, cuando ejercía de facto al presidencia de la Nación). En segundo lugar, la resistencia antineoliberal, que tiene en diciembre de 2001 su momento más épico, más politizado, más abierto a los devenires de la historia, en ese ciclo de luchas sociales que puede fecharse entre el inicio de las puebladas en Cutral Có (mediados de 1996) y los crímenes de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán (junio de 2002). Dicho “olvido” deja de lado una problematización acerca del rol de la burocracia sindical peronista y el Partido Justicialista, que no fue menor, tanto en el Proceso de Reorganización Nacional como durante el menemato. Por otro lado, esa operación de lectura del pasado nacional suele obviar un elemento fundamental de la tragedia argentina: el hecho de que el terrorismo de Estado comenzó mucho antes del 24 de marzo de 1976, y que tiene en el accionar asesino de la Alianza Anticomunista Argentina/Comando Libertadores de América (1974-1975) y del Ejército durante el “Operativo Independencia” en Tucumán (1975), dos momentos claves de la represión ilegal.
Sabemos: el progresismo (o el “orden progresista”, para nombrarlo con los modos del periodista Martín Rodríguez), de todos modos, es la cara más amigable de los proyectos que, en la Argentina actual, se disputan la superestructura del país. Pero no por ello dejaremos de intentar entablar una disputa por los sentidos que este orden intenta otorgar a ciertas fechas y nombres propios de la historia nacional a partir de los cuales reafirma su identidad. Tanto el orden progresista como el otro (el pensador argentino Raúl Cerdeiras habla de un sujeto oscuro, para nombrar a los sectores abiertamente fascistas, y sujeto reactivo, para referirse a quienes aquí denominamos como progresistas) comparten la misma pulsión por la normalidad, aunque claro, difieren en los modos de sostener el status quo y enfrentar lo diferente. Y por supuesto, no comparten el mismo linaje.
El kirchnerismo (en tanto que versión actual del peronismo, para unos, o para otros, momento de una nueva identidad, aún en construcción, que pivotea sobre el peronismo, pero lo excede, incorporando otras tradiciones –radicalismo, socialismo, asociacionismo- como el mismo peronismo hizo en su momento fundacional), parte de fechas y nombres propios claramente reivindicados por cierto afán revisionista que abrazó el peronismo en décadas anteriores, a los que le suma otros, del pasado más inmediato, pero también de otro más lejano, ahora leído en otra clave. Así, por ejemplo, al 17 de octubre y el 26 de julio, el kirchnerismo suma diciembre de 1983. A los nombres de San Martín, Rosas y Perón (en algunas ocasiones también se incorporaba el de Irigoyen), el kirchnerismo suma los nombres de Arturo Illía y Raúl Alfonsín.
Al trazado de la genealogía típicamente peronista a la que se acudió y se acude, como ya se ha dicho, con el auxilio de cierto revisionismo histórico (la fundación del Instituto Nacional Manuel Dorrego y la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional, cierta pulsión épico-revisionista que puede rastrearse sobre todo en la industria cultural, son ejemplos en ese sentido), el kirchnerismo agrega ciertas afiliaciones que comprenden un entramado progresista, no solo los nombres propios de los mencionados ex presidentes radicales, o la “primavera democrática” de los momentos inmediatos a la postdictadura (incluyendo el Informe de CONADEP y el Juicio a las Juntas), sino también –más subterráneamente– a los intentos por repensar críticamente la experiencia revolucionaria de los años 60-70, como fueron los intelectuales vinculados a la revista Envido. Incluso cuenta entre sus filas (funcionarios, candidatos), a “progresistas” como el ex presidente de la ALIANZA, Carlos “Cacho” Álvarez y el ex Jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires Aníbal Ibarra (quienes conviven o han convivido con otros funcionarios y candidatos como el gobernador de Río Negro, Carlos Soria y el ahora candidato a gobernador por la provincia de Buenos Aires, Aníbal Fernández, ambos funcionarios del presidente interino Eduardo Duhalde, sospechados de estar involucrados en la Masacre de Avellaneda). De allí que “El Turco Asís, con cierta picardía, se haya referido al kirchnerismo como “neofrepasismo” tardío. Es que más que expresión del peronismo setentista, el actual proyecto “nacional, popular, democrático” (nótese que el tercer término acude en reemplazo del otrora “revolucionario”) parece ser más bien la expresión de un post-alfonsinismo-frepasismo con ribetes de la (sí setentista) Juventud Peronista-La Lealtad, ruptura “por derecha” de la JP inscripta en la Tendencia Revolucionaria, de la cual participaron algunos intelectuales de renombre actual, como el divulgador José Pablo Feinmann.
Como sea, junto a las fechas y nombres propios que se presentan como símbolos en disputa con el progresismo (17 de octubre, Eva Perón, 25 de mayo, General San Martín…), otros nombres, experiencias y momentos del pasado nacional reclaman ser rescatados del olvido, en post de las batallas culturales –desde abajo y a la izquierda– libradas y por librar. Como alguna vez escribió el pensador Federico Niezsche (y este cronista ha citado en más de una oportunidad), a diferencia del “refinado ocioso” que se pasea por los “jardines del saber” mirando con desdén este tipo de interpretaciones, nosotros necesitamos a la historia “para la vida y para la acción”. Una acción que se sienta inconforme con la administración progresista del orden existente, y que puje por derribar el actual sistema para edificar otro nuevo, que a falta de nombres más originales algunos llamamos “Socialismo del XXI”. Es decir, una nueva sociedad abierta a lo que seamos capaces de crear.