Por Gabriel Casas
Después de un proceso exitoso -que incluyen un campeonato local y una Copa Libertadores-, el Muñeco Gallardo debe rearmar al equipo del que es hincha, éxodo mediante de jugadores hacia Europa. ¿Podrá? ¿Repetirá la fórmula que los llevó a la cima?
Si bien no es titánica, al River de Gallardo se le viene una tarea que, según algunos a los que les encanta exagerar, es más complicada que la de ganar títulos: la de mantenerse en la cima. Digamos que el Muñeco es novel en esta misión. Con Nacional de Montevideo no llegó a escalar las cumbres que hizo recientemente con su club del que es hincha desde la cuna.
La dirigencia de River no dudó entre el huevo y la gallina. Primero se aseguró a Gallardo hasta diciembre de 2017. Y no pudo sostener lo que azota a los clubes argentinos exitosos: el éxodo. Así, Funes Mori ya está en Inglaterra, Cavenaghi en Chipre (una especie de jubilación anticipada), Kranevitter partirá en breve al Atlético Madrid y Mora se quedó solo porque priorizó lo deportivo y su enamoramiento temporal con la institución.
Si agregamos que antes ya había partido el mercenario de camisetas Teo Gutiérrez (dijo ser hincha y se fue corriendo antes de la definición del torneo más importante para los fanáticos de River) y la dirigencia sostiene a duras penas los embates con euros frescos que le llegan por Maidana, vemos cómo se va desarmando el equipo de Gallardo. “Desarma y sangra”… cantaba Charly García en los años ochenta.
En lo estrictamente futbolístico, River empezó a dar pequeñas muestras de que comienza a sentir el éxodo. Lo demuestran la eliminación de la Copa Argentina (cargo menor, diría Héctor Magneto, el capo del multimedios Clarín) y un par de derrotas consecutivas en el torneo local. Claro que el objetivo deseado y añorado llegará recién a fin de año, cuando tenga el desafío (o la tortura) de verse las caras con el Barcelona de Messi. Ahora, pareciera que se le vienen unos tres meses de transición (ya que no se le ve la nafta para intentar llevarse el torneo largo de 30 equipos), para recuperar cierta mística y aunar el concierto de solistas que muestra ahora, en una banda más afinada.
La motivación, y eso no es un verso, que Gallardo deberá mantener en vilo a sus dirigidos la tiene garantizada con los superclásicos ante Boca, que tendrán nuevamente pimienta, aunque no en forma de gas. En los otros partidos de acá a diciembre, tendrá que remarla en dulce de leche.
Fito Páez armó su disco más exitoso titulado El amor después del amor, y eso le costó perder su humildad (si es que la tenía) por someterse sin pruritos a la locura de sus fans (hasta llegó a escribir después un tema en el que los criticaba duramente). Cuando llenó dos estadios Vélez, se creyó Dios. River está ahora en el amor después del amor. Ese sentimiento se produce después de recuperar la siempre difícil Copa Libertadores (lo esquivó durante muchos de los años gloriosos en la historia millonaria) en sus vitrinas.
La cúpula dirigencial dice, por un lado, que quiere mantener el plantel aunque sabe que no maneja las reglas de este juego económico. Cuando se alistan las billeteras abultadas europeas, es difícil que los jugadores se resistan por más Barcelona que haya en la mira. Entonces, estamos ante el primer jaque verdadero para Gallardo. Ya saboreó las mieles del éxito con un equipo armado de antemano y al que le agregó solistas de su agrado.
El Muñeco lleva las blancas y apenas perdió algunos alfiles. El asunto es que no encuentro cuáles son la Dama y el Rey en este ajedrez con la banda roja. Veo demasiadas torres y caballos. Entonces, puede ser que Gallardo salga airoso del jaque y no llegue a ser mate.