Por Red Cetorca
Desde la aparición del pensamiento matemático -estadísticas, mediciones y racionalismo mediante- hasta la final de la Copa América el trazo largo de la historia (y el corto de la paciencia) atraviesa esta reflexión en la que el cronista acepta imperfecciones propias y ajenas, y aleja la mirada del fetichismo de lo científicamente probable.
Introducción
En el siglo XVI el matemático, ingeniero y científico Galileo Galilei logró, gracias a una particular aplicación del método matemático, importantes descubrimientos sobre el universo. Debido a sus hallazgos es considerado el “padre de la ciencia moderna” porque, gracias a la precisión de sus predicciones, la matemática y la afición medidora, lograron desarrollarse e influir sobre todo el perfeccionamiento posterior de la ciencia. Matemática, medición y eficacia fueron, así, los fundamentos de la certeza y la veracidad sin advertir que en esa fundamentación se anidaba, por decir así, una particular fetichización.
Años más tarde, entre el siglo XIX y el XX otro italiano, Vilfredo Pareto, desarrolló su concepción de óptimo estableciendo, junto con las matemáticas, un modelo a imitar en todo el campo científico. Las matemáticas determinaban cierto grado de óptimo que debía aplicarse sin evaluar los costos de esa aplicación. Tal como pensaban los utilitaristas spencerianos, si es útil es real y es bueno, lo que iba de maravillas con aquel aserto de Hegel que decía que todo lo real es cierto y, si es cierto, es racional.
Llegamos, en consecuencia, a principios del siglo XXI con la idea de que lo medible es cierto, lo cierto es racional, lo racional es útil y todo puede ser medido sobre la base de ciertos criterios matemáticos que determinan un grado de lo óptimo que fija la vara de la verdad. El error, en consecuencia, es una falencia de la aplicación del método y una aberración de la razón. El proceso de fetichización ordenadora y alienante estaba casi completo.
No me corresponde a mí hacer la crítica a esta falsa y omnipotente forma de entender la vida y la realidad. En los primeros años del siglo XX, el gran matemático y filósofo-epistemólogo Edmund Husserl escribió Crisis de las ciencias europeas y dio cuenta de la malsana influencia de Galileo, quien nunca pensó en qué se convertiría. Lo cierto, y es el punto que quiero desarrollar aquí, es que, a partir de Galileo y el importante desarrollo de las llamadas ciencias exactas o formales expresadas por la física, la química y la biología, solemos pensar que todo es medible y todo es comparable, y que si lo expresamos en lenguaje matemático –o económico, que es una aberración de este lenguaje– es cierto y verdadero, y que esta certeza desplaza a otras formas de certidumbre y verosimilitud asentadas en la comprensión e incluso en la intuición.
Me demandaría más hojas de las que quiero escribir la argumentación de lo dicho pero, como para muestra vale un botón, es preciso decir que no todo es medible/mensurable y que la eficacia puede ser relativa y no total, que las emociones, los sentimientos y los fenómenos sociales, no son los fenómenos físicos-químicos y que las unidades de análisis con que trabajan las ciencias sociales suelen cambiar de parecer porque sí, enfermarse, morirse, enamorarse, etc., y que, al hacerlo, cambian los ejes de comprensión a los que todo investigador adhiere.
Todo lo planteado en esta larga y necesaria introducción sólo es válido para comprender por qué le exigimos a la selección ganar siempre y no sirve para explicar por qué perdimos la Copa América.
I
Primero: si hubiese entrado el cabezazo de Rojo en el primer tiempo y el zapatazo de Lavezzi en el segundo, no estaría escribiendo este breve artículo, pero claro, el “hubiese” es una trampa de la ucronía; si yo “hubiese” tenido el valor de acercarme a esa morocha que me miraba solícitamente el 25 de octubre de 1982 en la platea del “millo”, quizás no estaría analizando lo que analizo. El “hubiese” y el “supongamos que” son trampas devenidas de aquella postura epistemológica a la que estoy criticando. Si Alexis Sánchez embocaba la media vuelta, tampoco estaríamos hablando de lo “que pasó”; sin embargo, hay que decir que Sánchez erró su zapatazo y tanto Rojo como Lavezzi no, y que sólo fue la pericia, por no decir suerte, la del arquero de la Roja.
Luego, como no podemos hacernos cargo de la derrota, lo mejor siempre es buscar uno o, mucho mejor, varios culpables y ahí están los detractores facilongos que tienen la culpa a flor de labios. Que “Messi es un pecho frío”, que “Di María es un morfón”, etc., porque, como dije al principio, solo podemos/queremos entender lo que medimos y no nos planteamos si es cierto, ya que la fetichización matematizante y óptima nos salvaguarda de los errores; finalmente, Hegel tenía razón: “Lo real es racional” y no vamos a dudarlo, ¿no?
Lo que yo te planteo y te pregunto a vos, que encontrás tan fácilmente a los culpables: ¿Sos tan bueno como les exigís a los demás? En tu vida cotidiana, ¿no errás permanentemente penales? ¿Siempre hacés los goles que se esperan que hagas? ¿O sos uno más del montón? Si tenés los huevos para decir que Messi es “pecho frío”, tenés que tener los mismos huevos para evaluarte a vos mismo y después, si querés, podemos hablar. No sé si he sido lo suficientemente claro.
En fin, no la voy a hacer más larga porque casi que dije todo lo que quiero decir. Obviamente no estoy contento con la derrota porque me caben las de la ley por haber nacido acá, pero tampoco me rasgo las vestiduras porque haber llegado a la final ya es un premio. Me queda, eso sí, el sabor de saber que se pudo haber ganado si hubiera –¿ves?, otra vez la trampa– habido audacia, un poco de rebeldía, porque el partido estaba para ganarlo, pero no se ganó y Chile es un orgulloso vencedor.
Pienso que hemos pagado el precio por no ser audaces, y de allí debemos sacar algún aprendizaje. Debemos equilibrar, y no sé cómo: una dosis de rebeldía armónica con acatamiento obediente, un poco de audacia creativa con otro poco de aceptación a lo establecido jerárquicamente y confiar mucho más en nuestros instintos y nuestras percepciones que la obediencia ciega a lo que nos dice el DT (si suplanto DT por FMI, casi que es lo mismo y ya aprovecho el envión electoral).
Conclusión
Si aplicamos los criterios de las matemática a nuestra vida cotidiana estamos mal, porque nuestra vida cotidiana no es medible por más que nos quieran convencer de que sí. La matemática es un lenguaje del cosmos y es tan falible como cualquier lenguaje y, aunque no lo parezca, hay errores de cálculo, de lógica, de expresiones, su formulación es siempre teórica y solemos equivocarnos fulero con ello. Ludwig Wittgenstein, otro matemático filósofo, discípulo de Bertrand Russell, otro matemático y lógico, sabían muy bien lo que eran los números y por ello dudaban.
No podemos aplicar los criterios galileanos y paretianos a la vida, y menos al fútbol, porque ni una ni el otro se dejan mensurar porque son actividades humanas y no teóricas; es la praxis la que impera y no la teoría, y por ello un crack como Messi no la toca en la final y un rrope la mete adentro por única vez en su vida. Si siempre esperamos el óptimo, nunca entenderemos la desazón, la frustración y cada vez que nos equivoquemos, estaremos más cerca de aquella frase tanguera que dice que “ni el tiro del final te va a salir” (“Desencuentro”. Aníbal Troilo. Catulo Castillo. Me pongo de pie).
Seguir creyendo en la matemática y en los óptimos para comprender eso que se llama vida social es de una idiotez tan grande como escuchar a Niembro explicar un gol… Y si perdimos la Copa América es porque perdimos la copa América y ya tendremos otra revancha y que a mí me alegra mucho más que se solucione el hambre del mundo, que se solucione el tema de la deuda para nosotros, Grecia, España, etc., que miles de copas que organiza la mafia de la FIFA, la CONMEBOL y la Confederación Sudamerigarcha de Fulbo. Las cosas pasan y hay que aprender a vivir con ello y morigerar un poco nuestra omnipotencia falsificada por la ambición mensurable y fetichizada.
Finalizo, entonces, con una frase de Wittgenstein que deberían/amos aprender todos los que escribimos sobre fútbol: “Cuando no se puede decir nada, lo mejor es callar”.