Por Francisco J. Cantamutto / Foto: Telesur
Este fin de semana se reúne en Buenos Aires la cumbre de líderes del G20, inmersa en una serie de contradicciones internacionales y una compleja situación nacional.
Las contradicciones internacionales
El G20 es uno de los organismos que componen la gobernanza global de las últimas décadas. Surgió a partir de sucesivas crisis que obligaron a las potencias del mundo a coordinarse entre sí para tomar definiciones de lo que sería la política y la economía a nivel global. En este sentido, se trata de un foro paralelo a otros surgidos de los tratados de Bretton Woods, entre los cuales resaltan el FMI y el Banco Mundial que integran el G20, pero también de espacios con mayores niveles de democracia como es Naciones Unidas.
El original G8, que reúne a las 8 grandes potencias, surge a finales de los años ’90 y se expande a partir de la crisis del 2008 incluyendo a países denominados “emergentes”, que podrían llamarse potencias en ascenso o economías de mediana escala, entre las cuales se incluye a la Argentina. Este foro se dedica a coordinar políticas entre grandes potencias que explican el 85% del PBI global pero que sin embargo excluyen a más del 70% de los países en la toma de decisiones. Una clara muestra de que quienes controlan el Capital, controlan el mundo.
Respecto de las sucesivas crisis que se tienen que enfrentar, la crisis del 2008 puso sobre el tapete la necesidad de repensar el dinamismo de la economía global por fuera de los ejes de las potencias. De hecho, la mayor parte de la inversión y el crecimiento estuvo traccionado desde ese entonces por estas potencias llamadas emergentes o reunidas por los analistas financieros en el grupo denominado BRICS.
Sin embargo, a pesar de propuestas que se llevaron adelante, no sin cierta tibieza en torno a la regulación financiera, no se pudo avanzar en nuevos consensos. Tras una década del estallido de esa crisis, la mayoría de esas tensiones siguen presentes y se pueden observar en múltiples niveles. Si bien en los últimos años la economía de Estados Unidos está repuntando, merced de las políticas de Donald Trump, lo cierto es que el conjunto de la economía global crece a tasas bastantes más bajas de lo que lo venía haciendo.
Por otra parte, el comercio ya no logra superar las tasas de crecimiento del PBI, lo cual expresa una cierta cerrazón que se traduce en peleas o guerras comerciales, como la que se está viviendo entre Estados Unidos y China y Estados Unidos y la Unión Europea (UE). Este punto ha llevado a demandas conjuntas de China y la UE a Estados Unidos por el caso del acero, presentadas ante la Organización Mundial del Comercio (OMC).
La guerra se expande a otros niveles. Además de este conflicto, la tensión se expande a los flujos de capitales. En ese sentido, la inversión extranjera no alcanza los niveles que tenía antes de la crisis del 2008 y se centra sobretodo en fusiones y adquisiciones. Esto es una clara expresión de centralización del Capital que demuestra la falta de capacidad creativa para encontrar nuevas soluciones.
En relación a los flujos de deuda, han crecido, demostrando que la salida que encontraron a la crisis es profundizar el endeudamiento. Por supuesto que esto tiene patas cortas y se está expresando en las propias tensiones que se visualizan en este momento. Como la hegemonía de Estados Unidos ha sido puesta en duda, y la UE está siempre al borde de la desintegración luego del Brexit y el ascenso de las fuerzas nacionales de derecha, no tienen la capacidad de tomar la iniciativa.
La economía global se encuentra parcialmente paralizada y, sin embargo, no hay ninguna posibilidad evidente de recambio de potencia hegemónica en el corto plazo. La estrategia del largo desarrollo de China trata de evitar el conflicto directo y esto es lo que hace que no haya un pasaje de este tipo.
Períodos equivalentes en la historia donde se ralentizó el crecimiento de la economía y las zonas económicas se cerraron sobre sí mismas, han sido propiciadores de una enorme conflictividad, llegando incluso a conflictos bélicos. En ese sentido, hasta el día de hoy no está claro qué se puede llegar a acordar entre las grandes potencias del mundo en la cumbre del G20. Incluso está en duda la participación de varios países.
Las contradicciones internas
El gobierno de Macri organiza la cumbre del G20 sin una agenda propia. Del mismo modo que el año pasado pudo coordinar la onceava reunión ministerial de la OMC, se ha ofrecido como sede para la conferencia 2018 porque, recordemos, ya se han desarrollado decenas de reuniones paralelas ligadas al G20, que finalizan con la cumbre de líderes de este fin de semana.
Se trata de mostrarse en la vidriera como alguien capaz de organizar eventos internacionales y capaz de negociar con las potencias, ofreciendo su espacio para que otros hagan negocios. En ese sentido va la lógica de apertura irrestricta a los distintos flujos de capital y mercancías del gobierno de Cambiemos.
Esta oferta lo que hace es profundizar el sesgo regresivo de las reformas y el ajuste que el macrismo está desarrollando en el país. La cumbre no trae ninguna novedad ni ningún elemento positivo para la economía nacional, sino que lo que hace es tratar de convalidar ante los ojos externos el ajuste y las reformas tendientes a la flexibilización del trabajo y la entrega de las grandes obras de infraestructura, dos de los grandes ejes del G20 para discutir en Argentina.
El gobierno, para poder llevar adelante estas reformas, ha intensificado el sesgo represivo de su gestión. En este sentido, ha comprado una cantidad de armamento inusitada que quedará disponible para represiones futuras para poder seguir manteniendo el ajuste, como se puede ver en el Presupuesto 2019.
Frente a esta falta de argumentos propios y la entrega del país como espacio de valorización para el Capital trasnacional, es necesario resaltar la creación de propuestas alternativas por parte del propio pueblo y los distintos grupos afectados. En ese sentido, durante esta semana está sesionando la Contracumbre organizada por la confluencia “Fuera G20 – FMI” que ha sido muy plural en su organización y coordinación, ofreciendo alternativas propias para el desarrollo y la liberación de los pueblos.
Por el sólo hecho de proponer alternativas, aun expresándose por vías pacíficas, las más de 60 organizaciones que la componen han sido espiadas y amedrentadas por el gobierno y los servicios de inteligencia. A pesar de la persecución y el hostigamiento (moneda corriente del macrismo), la voz de quienes se organizan en contra de esta cumbre que propone el saqueo de los pueblos no podrá ser callada.