Por Juan Manuel De Stefano. De la mano del enorme José Pekerman, Colombia hace historia en el Mundial de Brasil. A fuerza de goles, toques y funcionamiento, da que hablar. Pasen y vean.
Bonachón. Prolijo. Como esos maestros que están siempre predispuestos, que son compinches del alumno, que apoyan y dan aliento. Sonriente, educado al extremo, siempre buscando la palabra exacta para no lastimar a nadie ni herir susceptibilidades. Integro, buena leche, honesto, un profesor en todo el sentido de la palabra. Es un orgullo que José Pekerman sea argentino, es una belleza ver a Colombia jugar al fulbo. Sí, al fulbo. Que no es lo mismo que el fulbito del que se lo acusaba- a veces con razón- al conjunto del gran Valderrama y compañía. Está claro que los entrenadores son importantes, aunque algún desprevenido diga que sólo son el 10 por ciento en lo que refiere a incidencia en el funcionamiento de un equipo. La historia de “los cafeteros” dice lo contrario.
Colombia estaba mal, Leonel Álvarez no daba pie con bola y el equipo arrancó mal en las eliminatorias. Pero la llegada del gran José decretó que algo estaba por cambiar. Curioso que un entrenador de otra nacionalidad logre potenciar las virtudes de sus jugadores sin cambiar la esencia del jugador colombiano. Porque lo cierto es que Pekerman respetó las claves futbolísticas, la fisonomía, el sentir y el ADN del fútbol colombiano. Esto es: respeto por la pelota, buen trato del balón, tenencia, buen dominio y técnica al servicio del equipo. Más dos ingredientes que sí los agregó el entrenador: profundidad y mentalidad ganadora. Se ganó, de a poco, el respeto de los jugadores, la prensa y el público en general.
Lo cierto es que la receta del bueno de Pekerman da, en general, buen resultado. El trabajo fantástico realizado en los juveniles argentinos no se puede soslayar. Aún hoy se recogen los frutos de lo sembrado por él y sus colaboradores. Tal vez, el mayor acierto (uno de los pocos) de la gestión Grondona. Pelota al piso, juego limpio, respeto por todo y por todos y amor por la pelota en particular y por el juego en general.
Así, con los fundamentos bien claros juega la Colombia modelo 2014. Y eso que este equipo no cuenta con Radamel Falcao, el as de espadas que tenía para afrontar la Copa del Mundo y que era una referencia importante en el ataque. Y qué decir de Luis Amaranto Perea, un puntal de la defensa que iba a ser el ladero de Yepes en la zaga central, y también resultó lesionado.
Hay algo que quedó bien claro al comenzar el torneo: el equipo está por delante de cualquier nombre propio. El bien de todos por sobre lo individual. Entonces ocurre lo lógico; entra Zapata y la rompe, entra Ibarbo y desequilibra y luego Jackson Martínez y cumple.
Lo cierto es que José fue encontrando el equipo de a poco, salió segundo detrás de Argentina en las Eliminatorias y llegó al Mundial a punto caramelo. Supo amalgamar la experiencia y la juventud y administrar riqueza de mitad de cancha hacía adelante. Es verdad, además, que el entrenador contó con una generación de muy buenos jugadores pero, es bueno decirlo, nadie conseguía ordenarlos y hacer un equipo digno. En eso anduvo, Néstor José y sus virtudes se notaron desde el comienzo.
Ospina fue su arquero, le dio seguridad y confianza, hoy es el mejor arquero del Mundial. Por los laterales Zúñiga y Armero son dos aviones que cuando atacan llegan con convicción y van a definir, no andan con vueltas. Zapata y Yepes firmes, duros, expeditivos cuando es necesario. El doble cinco con Sánchez y Aguilar, juegan, cortan y distribuyen en partes iguales, son el equilibrio del equipo. Cuadrado por derecha desequilibra por velocidad, habilidad y cambio de ritmo, Teo es importante en la creación y el máximo exponente es James Rodríguez. Un gran mérito de Pekerman. Él le dio la confianza y la libertad necesarias para que el ex Banfield rinda en la Selección como nunca.
Y los resultados están a la vista; cinco goles en cuatro partidos y figura excluyente en cada encuentro. Ante Uruguay era una prueba de fuego, por lo que significa el equipo de Tabárez y por Colombia, era una gran prueba de carácter de un equipo que jamás había pisado los cuartos de final. Pero fue todo del equipo de José; pelota, campo y las ganas de ganar. Con paciencia y sapiencia, tocó la pelota para distraer, los laterales pasaban todos los tiros y lastimaban y así, con esos argumentos, se fue construyendo el triunfo. A los 28 del primer tiempo llegó la obra maestra de James, la paró de pecho (la mató, literalmente) con desdén, casi con displicencia y antes de que baje metió un zurdazo demoledor que decretó el 1 a 0. Un genio el diez colombiano, sabe todo. Cuándo cambiar de ritmo, cuándo tener la pelota y cuándo meter el latigazo y dejar solo a un compañero ante el arquero. En el segundo tiempo volvió a aparecer para concretar en la red una linda jugada colectiva. Y Pekerman siguió de fiesta.
Confirmando que su equipo está para dar el gran salto y que su receta vale, que es universal: el buen fútbol triunfa, casi siempre. Y se fue nomás, feliz por que se estira su invicto en los mundiales (nueve partidos, con Argentina en el 2006 perdió por penales) y completo por el rendimiento de sus jugadores. Los mismos a los que esperó en la antesala del vestuario para estrecharlos en un sincero abrazo de reconocimiento. Pero no sorprende nada en Pekerman, que es lo que parece, un docente, un gran entrenador y una persona con calidades y cualidades que van más allá de la pelotita. Y así seguirá, de pie, esperando otro gran guiño de la historia. Mientras tanto, pase lo que pase y en nombre del fútbol: gracias José, muchas gracias.