Por Romina Fernández*. El 22 de agosto de 1972 fueron fusilados 19 de los compañeros de las organizaciones armadas guerrilleras que participaron de la fuga de Rawson.
La tarde del 15 de agosto de 1972 en los noticieros se veía la imagen del aeropuerto de Trelew tomado por un grupo de diecinueve militantes de tres organizaciones armadas: el Ejército Revolucionario del Pueblo, las Fuerzas Armadas Revolucionarias y Montoneros. Minutos después, un batallón de infantes de la marina al mando del capitán Luis Sosa rodeaba el aeropuerto.
Mariano Pujadas de Montoneros, María Antonia Berger de las FAR y Ruben Pedro Bonet del ERP se pararon frente a la cámara del canal 3 de Trelew y reafirmaron el compromiso de lucha de las tres organizaciones. Se preparaban para la entrega y para ello negociaban condiciones que les garanticen nada más y nada menos no ser torturados y, sobre todo, seguir vivos. Sosa los quería trasladar a la base Almirante Zar y los militantes se negaron, porque tenían la certeza de que ahí podían ser torturados.
Finalmente, frente a la presencia de un juez, un médico, un abogado y varios periodistas, los presos políticos dejaron las armas en señal de rendición y subieron a un micro donde supuestamente serían trasladados de nuevo al penal de Rawson, con el resto de su compañeros. En el trayecto, una supuesta orden de Lanusse desvía el micro hacia la base Militar Almirante Zar en Trelew.
El penal de Rawson estaba nuevamente bajo control militar. Lanusse había declarado “zona de emergencia”, los alrededores de Rawson y Trelew estaban invadidos por el Ejército y la Marina. A la base ni siquiera se podía llegar, el camino estaba vedado.
Los diecinueve detenidos fueron alojados de a dos o tres en las celdas. Durante la semana que permanecieron en la base fueron permanentemente hostigados, sometidos a interrogatorios en el medio de la madrugada y a simulacros de fusilamiento.
La madrugada del 22 de agosto, alrededor de las tres y media de la mañana, la rutina se repitió: los marinos despertaron a los gritos a los presos, los hicieron correr los colchones y los sacaron a todos al pasillo. Esta vez no era un simulacro. Bajo la voz de mando del capitán Sosa, una ametralladora se sacudió por los pasillos y las celdas de los detenidos. Algunos cayeron al instante, otros llegaron a refugiarse en sus celdas y fueron rematados por algún marino. En pocos minutos, la base Almirante Zar se volvió una masacre.
Dieciséis compañeros fueron asesinados ese día: Carlos Astudillo, María Angélica Sabelli y Alfredo Kohon de las FAR; Susana Lesgart de Yofre y Mariano Pujadas de Montoneros; Pedro Bonet, Eduardo Capello, Mario Delfino, Carlos Alberto Del Rey, Clarisa Lea Place, José Mena, Miguel Ángel Polti, Humberto Suarez, Humberto Toschi, Jorge Ulla y Ana Maria Villareal de Santucho del ERP. Tres resultaron gravemente heridos pero permanecieron vivos: María Antonia Berger y Alberto Miguel Camps de las FAR y Ricardo René Haidar de Montoneros. Son los tres compañeros que sobrevivieron para contar la historia, para ponerle el nombre fusilamiento y masacre a lo que pasó esa madrugada. Después se supo que otro pequeño grupo de militantes todavía estaban vivos cuando fueron trasladados a la enfermería de la base y murieron por no recibir atención médica.
La noticia llegó a los oídos de toda la población, de quienes continuaban presos en el penal de Rawson y de los dirigentes refugiados en Chile. Santucho se enteraba de que su compañera y su hijo en camino habían sido fusilados.
El gobierno de facto quería hacer creer que todo se había desencadenado a partir de un intento de fuga. Un comunicado oficial distribuido por el Estado Mayor Conjunto decía que, en la recorrida habitual por la base, Mariano Pujadas había atacado a un marino y le había sacado el arma, lo que obligó a abrir el fuego. La versión no fue bien recibida por gran parte de la población y luego de varios días de permanecer incomunicados, los tres sobrevivientes pudieron contar la verdad de los hechos de esa madrugada.
Los restos de los compañeros fusilados fueron velados algunos en la sede justicialista de avenida La Plata y otros en sus provincias de origen. Con los puños en alto, rememorando la unión de la tres organizaciones guerrilleras en Rawson. En todos los casos, no tardaron en llegar los cascos militares para interrumpir a golpes y balas el homenaje a los compañeros. Quedaba claro que todo el operativo en la cárcel más segura del país y la fuga de los máximos dirigentes había sido un golpe de debilitamiento para el gobierno de facto. El asesinato de los compañeros a sangre fría fue un acto cobarde de represalia y disciplinamiento. Un intento más por demonizar a la juventud militante. Más tarde, tendrían su revancha: los tres sobrevivientes de la masacre de Trelew y la mayoría de los compañeros que participaron del operativo de la fuga de Rawson fueron secuestrados por la última dictadura militar y permanecen desaparecidos.
En octubre de 2012, fueron condenados a prisión perpetua e inhabilitación absoluta tres de los cinco acusados por la masacre, entre ellos el capitán Luis Sosa. Sin embargo fueron excarcelados hasta la confirmación del fallo. Recién a inicios de este año, la masacre fue calificada como un delito de lesa humanidad y de a poco los culpables están cumpliendo su condena.
*Integrante del Colectivo Alegre Rebeldía