En el marco del Paro Nacional contra la reforma tributaria implementada por el gobierno de Iván Duque y su política de muerte, hablamos con la defensora de Derechos Humanos y candidata a la presidencia de Colombia, Francia Márquez Mina.
Por Camila Parodi, Laura Salomé Canteros, María Paz Tibiletti y Maru Waldhüter
“Que tu privilegio no nuble tu empatía”. La frase se lee en la calle y es expresión de las movilizaciones sociales que acompañan el Paro Nacional que comenzó el 28 de abril en Colombia en contra de la reforma tributaria propuesta por el gobierno de Iván Duque. “Hay un pueblo dispuesto a luchar, y eso me llena de esperanzas”, dice nuestra entrevistada; atenta, cálida, sensible y decidida a sentir como propia cada injusticia. “Soy porque somos”, afirma en cada mensaje en sus redes sociales, palabras que nos recuerdan a la campaña que llevó a Marielle Franco a ser autoridad en Brasil. Y la empatía, de repente, es llama encendida como la resistencia del pueblo colombiano que lleva una semana.
Francia Márquez Mina es defensora medioambiental, activista de Derechos Humanos, ganadora del premio Goldman —al igual que Berta Cáceres— y candidata a la presidencia de Colombia. Es de las que portan un liderazgo a la altura de la historia de su pueblo —y es consciente de ello—. Afro-descendiente, está dispuesta a repetir las veces que sean necesarias que a la política de la muerte se la enfrenta con las propuestas feministas y comunales para la vida digna. Sostiene que los cambios llegan “desde abajo”, y que los “malos gobiernos” están en la memoria. Por eso, evoca a aquellas luchadoras anónimas y a sus ancestras; a las que parieron la libertad y la dignidad para que hoy pueda ser candidata.
Dialogamos con ella, en exclusiva, para FM La Tribu, LatFem y Marcha Noticias sobre la actualidad en Colombia, la lucha popular contra el gobierno patriarcal, racista y clasista de Iván Duque, y el desafío de construir una alternativa feminista en el país cafetero.
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— ¿Qué reflexión realiza sobre el Paro Nacional contra la reforma tributaria?
Lo primero que tengo para decirles es que es evidente dónde están los jóvenes: en la calle, expresándose con mucha impotencia, dolor y tristeza de todo lo que está pasando. Este gobierno los ha hecho trizas; ya no se trata sólo de la paz, sino también de los sueños, las esperanzas de la gente. Lo que ha hecho la pandemia no es generar la crisis, sino visibilizar el verdadero rostro de esa crisis que ya estaba. Tengo muchos sentimientos encontrados porque, por un lado, está la gente cansada con dolor gritando, pero a la vez, la posibilidad de encontrarnos y ser tantos millones en las calles.
En las ciudades, desde las diversas regiones y desde las periferias, hombres y mujeres —también niños y niñas—, están saliendo a las calles a demandar sus derechos. Eso llena de mucha esperanza. Hay un pueblo que no está dispuesto a que lo asesinen, a seguir con esta política de la muerte que sigue expropiando nuestra condición humana, dignidad y libertades. La gente está luchando y eso es muy importante. En la calle encontraba a muchos jóvenes que venían y me cogían las manos y me decían: “Francia, gracias por estar aquí”, y se ponían a llorar diciendo “sentimos que no hay esperanza, que no tenemos derecho”. Y a mí me duele mucho eso. “Yo ya estoy cansado”, me decían esos jóvenes. Es duro en términos de las emociones y de la impotencia; ver cómo ese Estado patriarcal, racista y clasista se sigue imponiendo con su política de muerte.
Y una va por la calle diciendo “lo último que tenemos que hacer es perder la esperanza, hay que seguir adelante”, pero cuando llegué a mi casa estaba destrozada. Ver a tantos jóvenes que habían judicializado, tanta gente llorando y gritando. Eso me dolió mucho y, pues, lloré mi rato también pensando en tanto dolor punzante; tanta tristeza y no ver un cambio posible. Pero si una es líder social, si una se ha hecho con el pueblo, con la gente, pues toca sacar fuerzas de donde no hay para seguir llenando de esperanza a este país y a la humanidad. Y eso es lo que intentamos hacer: sacar fuerzas de lo más profundo de nuestro ser para que el miedo no siga imponiéndose y no se pierda la esperanza.
— Durante estos días, leímos en algunos de los carteles del Paro Nacional que el pueblo salió a las calles a pesar de la pandemia ya que está en juego la vida de todas formas, pero la resistencia está en las calles…
El “quédate en casa” no es una opción, porque para muchos, si se quedan en casa un día, sus hijos van a aguantar hambre. Son las comunidades indígenas, afrodescendientes, campesinas las que están en los territorios; y para ellos, quedarse en su casa no es una opción porque los actores armados los están sacando, los están desplazando forzosamente, los están desterrando.
Ayer en la noche escuché a un periodista, Néstor Morales, en una entrevista con un gobernador indígena porque ayer se tumbó la estatua de esa ciudad (el monumento a Sebastián de Belalcázar en Cali), que es un símbolo de la opresión, la muerte y la deshumanización de los pueblos. Primero me llegó el mensaje y pensé que era un juego, pero cuando vi la noticia yo estaba feliz. Sentí que estábamos avanzando en la libertad, pero para ellos son unos vándalos. Se olvidan de que los criminales realmente están en ese Estado manejado por esos hombres blancos privilegiados que históricamente nos han gobernado. Ellos realmente son los criminales que representan ese pensamiento colonial, racista, clasista. Y ese señor les respondía con tanta dignidad que yo también sentía mucho orgullo: no todo está perdido, sí hay mucha esperanza y hay mucho por hacer, la gente se está levantando a la opresión. Y eso es lo importante en este camino.
Si hemos tenido un mal gobierno, hay que cambiarlo. Y yo también, siendo una mujer que vengo de territorio, que tengo la tierra en mis manos, creo que hay que hacer un cambio estructural. Nuestros hijos no se lo merecen. Después que nuestras mamás y nuestras abuelas liberaron nuestros vientres, después de la esclavitud —a propósito, este año se cumplen 200 años de la ley de libertad de vientres y yo tengo la memoria y hemos encontrado los archivos históricos de mujeres negras de nuestro territorio que fueron quemadas vivas por demandar la libertad y no sólo para ellas, sino para su gente, para su pueblo, para sus hijos—. Y ahora, ¿qué hizo el Estado patriarcal, racista y clasista? Pues condenó nuestros vientres y nos puso a parir hijos para una guerra que no nos pertenece. Son los hijos e hijas de las mujeres negras, indígenas y campesinas los que van a la guerra; somos nosotras quienes estamos poniendo los muertos y nuestros vientres, nuevamente esclavizados por ese sistema de muerte que tenemos que cambiar. Y desde ahí nos vamos a levantar con toda nuestra fuerzas para empujar.
— Esto también lo escuchamos en la Convención Nacional Feminista y que fue el escenario de presentación de las precandidaturas presidenciales. ¿Por qué una candidatura feminista para Colombia? ¿Es posible pensar en una unidad dentro los feminismos y las izquierdas para disputar contra la derecha?
La unidad, tanto al interior del feminismo como la unidad al interior de los movimientos sociales es el verdadero desafío; y pasa por reconocer que hay diferencias, sí, y que hay una diversidad en medio de esa colectividad. De todas formas, de esa unidad que hay que reconocer y hay que pararse de ahí. Y el mensaje que yo coloco es de Angela Davis, que dice que a nosotras, las mujeres negras, nos dicen que hay que romper el techo de cristal, ¿pero quién es la mujer que hoy representa que ya está a punto de romper el techo de cristal? Hillary Clinton, dice ella. Entonces, no. Yo el feminismo lo voy a hacer con esas mujeres que no tienen voz, con esas mujeres que la historia no les ha permitido que sus vidas y luchas se cuenten, que la historia las ha borrado y ha negado. Y yo creo que hoy estoy en el mismo lugar. El feminismo tiene que reconocer que las mujeres viven opresiones diferenciales y que es necesario romper, en términos no solo geográficos; no son las mismas condiciones de las mujeres que viven en la capital, que abren el grifo y le cae el agua, que las mujeres que viven en la zona rural que a sus hijas les están dando agua con mercurio. Entonces, si reconocemos esa diferencia, podemos caminar juntas.
Sí todas sentimos que estamos caminando juntas y que estamos empujando la puerta a la misma vez, cuenten conmigo. Cuando unas mujeres tienen que ponerse atrás para que otras mujeres puedan pasar, ahí yo no estoy. Y yo creo que ahí hay que reconocer las condiciones de privilegio. Si yo reconozco que, aún siendo una mujer afrodescendiente que vivió múltiples violencias, hoy tengo una condición de privilegio en relación a las mujeres negras de mi propia comunidad —por la lucha que he hecho, por supuesto, eso no ha sido un regalo—, porque mi voz resuena más que la voz de ellas, yo tengo que usar esa condición de privilegio para que la voz de ellas también se escuche y sea escuchada. Eso será lo que nos permitirá abrir camino y cerrar brechas de injusticia histórica.
¿Y el feminismo? Yo creo que hay que pensarnos en comunidad, en colectivo. Hoy tenemos que hacer un feminismo donde los hombres asuman su responsabilidad de transformar el patriarcado que nos ha dañado a nosotras desproporcionadamente, pero ese mandato de masculinidad —como dice Rita Segato— ha dañado también a los hombres. Y lo digo porque en mi casa tengo hermanos y dos hijos, y eso de “ustedes no saben nada de feminismo, hágase en pa´allá” para mí no, señor. “Venga, siéntese aquí en la mesa. Reconozca que hay situaciones en las que cuando usted se para y yo me paro, usted tiene un privilegio mayor que yo”. Entonces, tienen que poner su privilegio de macho, de hombre, para que todos podamos caminar juntos hacia una vida que nos permita vivir en condiciones dignas como humanidad y no que su condición de privilegio signifique la expropiación de mi dignidad humana. Es parte del camino que tendremos que hacer y aprender.
He tenido compañeros negros que me han dicho “Francia, yo quiero que nos juntemos; yo quiero que ustedes nos enseñen, que ustedes nos ayuden a quitar esas prácticas que efectivamente son dañinas así como erradicar racismo”. Es una responsabilidad de la humanidad. Cómo podemos hacer para que esas prácticas patriarcales sean también una responsabilidad, no sólo ustedes, las mujeres, sino en nosotros, y eso para mí. Yo creo que ya es un avance en que haya un hombre dispuesto a hablar de eso honestamente. Estamos obligadas a revisarnos como humanidad y eso no lo vamos a hacer de la noche a la mañana. Pero hoy estamos abriendo un paso y, por ejemplo, de esta candidatura cuando estamos en la discusión, se quedan callados. Y eso es importante. Algunos han querido imponerme cómo se hace la política no se hace así y la política tal, y es que la política es esto y lo otro. Lo mismo la lucha que tenemos que hacer como movimientos sociales. Porque el hecho de ser progresista no quiere decir que no seas patriarcal y que no seas racista y que no seas clasista también. El gran esfuerzo es reconocer que dentro de nuestras sociedades estamos atravesados por esos sistemas de opresión. Sí, y a todos nos ha dañado y todos hemos tenido que desaprender y aprender una nueva forma de hacer la vida. Y a mí me ha tocado también desaprender muchas cosas y empezar a reconocerme primero como una mujer afrodescendiente. Y desde ahí reconocer la virtud y la capacidad que cada una tiene para construirse y construir colectivamente con las otras, con los otros. No será fácil. Pero yo creo que ahí vamos.
— El año pasado, justamente después de la masacre de Llano Verde, anunciaste tu intención de ser candidata a la presidencia. ¿Qué significó ese día? ¿Fue un punto de inflexión en el que dijiste de acá en adelante hay que cambiar de manera radical?
Sí, sin dudas. Ya veníamos hablando como pueblo negro —una vez que tenemos el sueño de algún día atrevernos a acceder al poder— de que como mujeres también tenemos que pensarnos en el poder. Y es que los pueblos de abajo tenemos que juntarnos entre todos, porque el cambio no va a venir de arriba; el cambio viene de acá abajo, porque a los que están arriba pues no les interesa despojarse de sus privilegios obtenidos por la muerte. Y entonces venía ya en ese diálogo, ¿no? Y yo sí veía a muchas personas me decían cosas como Francia, nosotros la vemos a usted como la esperanza de nuestro pueblo y me lo decían como gente negra, porque es el lugar de enunciación desde donde me paro. Y yo decía bueno, pues vamos a ver, pero yo lo pensaba para más adelante y no tan rápido. Sin dudas la masacre de Llano Verde fue un punto de inflexión. En esa misma semana yo había perdido un sobrino que había sido asesinado en esta ciudad —le dieron unos tiros por la espalda—. Entonces, el lunes yo había ido a enterrar a mi sobrino y el martes llega la noticia de los jóvenes de Llano Verde. Apenas llegó la noticia y yo me fui pa’ allá, al barrio. Cuando llegué, las mujeres, esas mamás que habían ido a buscar sus hijos allá, estaban de una manera que no tengo palabras para explicar, pero verlas ahí también me dio mucha fuerza, mucha fortaleza. Yo tenía mucha rabia, me sentía con mucha impotencia. Esa noche no pude dormir pensando en mis hijos porque tengo dos hijos jóvenes, como los niños que mataron allí, imaginando el dolor que significaría si me mataran un hijo mío. Y a la mañana siguiente tuve una clase y hablando de la situación —hasta la profesora estaba llorando con nosotras, de dolor, de impotencia y todas diciendo que esto es una locura, que esto no puede ser— y en eso pensé en el discurso de Martin Luther King: yo tengo un sueño. Y pensando en ese discurso, pues yo no sé si fueron las ancestras o qué, pero me empujaron a escribir un trino y lo coloqué (en las redes) y después me di cuenta de lo que escribí. Y me empezaron a llamar y en un grupo de WhatsApp que tenemos con las compañeras empezaron a coger de Twitter los mensajes que la gente empezó a escribir en respuesta a eso y pensé ay, dios mío, qué hice. Me asusté pero fui con tranquilidad, pues yo soy una mujer que asume retos. Y después mucha gente me empezó a decir —y sobre todo en las comunidades por las que yo trabajo y de las cuales las hago parte— “Francia, yo creo que hay que asumir eso”. Fueron las ancestras que me movieron y me empujaron a hacerlo, sentí la fuerza espiritual y aquí estamos asumiendo este desafío y esperando que ojalá sea una realidad.
Quiero ser Presidenta de este país.
Quiero que nuestra gente se sienta libre y digna.
Quiero que nuestros pueblos puedan ser desde sus diversidades culturales.
Que nuestros territorios sean espacios de vida.
Que nuestros niñ@s puedan andar sin miedo de ser asesinados.— Francia Márquez Mina (@FranciaMarquezM) August 15, 2020
No ha sido fácil para mí, me ha tocado aguantar muchos ataques, agresiones, muchas violencias verbales, todo, porque el privilegio que se ha obtenido con la muerte siempre busca cómo mantenerse y la forma en que busca mantenerse es usar la violencia. La he vivido y ha sido duro, sobre todo escuchar esa violencia a veces que viene de mí misma comunidad, de mujeres negras o de mujeres en general. He visto a nuevos movimientos sociales que tienen los intereses de llegar a la política —pero también colocando a candidatos hombres— que ven en esta candidatura una amenaza, incluso me han vinculado con el uribismo —¡sería un absurdo que yo sea uribista!—, que soy una infiltrada y que me han pagado para hacerle el favor al uribismo, pero yo sigo. Esto que estamos haciendo es el sueño de las ancestras por parir la libertad y la dignidad para este país. Y vamos a seguir caminando, les guste o no.
Por supuesto que eso no quiere decir que no vamos a articularnos, que no vamos a juntarnos. Pero como le dije a los del pacto histórico, que me han hecho varias invitaciones, que me dicen que creen que mi lugar no debe ser la presidencia, que debo ir pa’ el Congreso, yo defino cuál es el lugar que quiero ocupar. Siempre han definido históricamente el lugar que debemos ocupar en la sociedad y es el lugar de la inferioridad, como mujeres, como pueblos excluidos y marginados. Estamos cambiando la narrativa de este país mostrando que estamos y estoy tranquila, porque si mañana no logramos este camino, esta apuesta colectiva de resistencia, de dignidad desde abajo, por lo menos empujamos la puerta juntos y juntas para que nuestras hijas e hijos, nuestros nietos y nietas, las próximas generaciones —los renacientes, como decimos nosotros— la puedan abrir. Ese es el propósito: abrir la puerta de la dignidad y de la vida para que puedan soñar y no tener miedos; porque nos han quitado hasta el derecho a soñar.
— ¿Qué significa ser defensora ambiental y de los derechos humanos en un país como Colombia?
La situación de los defensores y las defensoras es lamentable, sí, y es lamentable porque no es un Estado garante de derechos, si somos de una de las sociedades más desiguales del mundo. Entonces, eso hace que tengamos que alzar la voz. Y como quienes han impuesto esa política de muerte la han impuesto usando la violencia, usando el miedo, usando el terror, han obtenido sus ganancias. La política en este país ha obtenido sus ganancias de la muerte, de la sangre derramada. Entonces, esa gente siempre está dispuesta a todo lo que se le ponga en el camino, a quitarlo como sea. Y han usado muchas formas. A mí me han intentado comprar, me quieren manipular usando las necesidades de mi comunidad o las propias necesidades en las que he estado. Eso que hacían conmigo es lo que hacen con los pueblos cuando van y le dicen bueno “tome una libra arroz y vote por mí”. Ya hacen que la gente, por la necesidad, cambie sus ideales, su corazón, sus valores humanos, por un plato de lentejas. Es por la necesidad que esa mamá dice “bueno, yo tengo que darle el plato caliente a mi hija si total el mañana será incierto”, y eso es una práctica constante la corrupción política en este país.
Entonces, el liderazgo social siempre se ha eliminado o se ha intentado eliminar por un lado, o si no se logra acotar y son inquebrantables, pues usan otros métodos como la violencia, las amenazas reiteradas, el desplazamiento forzado o atentados contra nuestra vida. Y cuando eso no funciona, viene el desprestigio y usan cualquier situación humana para desprestigiar. Son todas las estrategias que usan cuando usted representa una amenaza para la institucionalidad, usan toda la forma de dañar y hay que mantenerse firme pero no es fácil. Pues he pensado mucho también en mis hijos; y entonces, para una mamá, siempre los hijos van a ser su punto débil, una siempre ahí se limita.
Cada vez que un líder o lideresa decide alzar la voz, piensa también en si vale la pena someterse a eso. Yo cuando me tocó salir con mis hijos fue duro, porque mi hijo mayor me decía “si usted no se hubiera metido en eso, no teníamos que haber salido del colegio, estaríamos allá en casa con su familia, y ahora estamos encerrados en cuatro paredes”. Pero bueno, ya han reconocido que si no hubiera hecho eso y no hubiéramos defendido la tierra, no sólo nosotras hubiéramos salido, sino toda la comunidad. Eso es terrorífico. Saber que en los territorios nuestros asesinan a la gente. Y los que deciden sostener su liderazgo y la voz, es porque ya no tenemos otra opción que decir. Si callamos nos matan y si hablamos también, pues hablamos. Otra opción no hay, vamos a enfrentar eso y vamos a transformarlo. Hacer nuestro esfuerzo para que esto cambie. Así que el liderazgo, tanto ambiental como social, en favor de la vida, de los derechos, no es fácil para nadie en un país que da la espalda a la gente. A veces en la ciudad, la gente no reconoce que hay otras situaciones mucho más complejas en el campo y sus periferias.
— Francia, así como nos hablaba recién de la política de muerte, en varias ocasiones hemos escuchado que lo relacionaba justamente al modelo de desarrollo económico, que tiene hoy en el país también un correlato con lo ambiental…
El modelo extractivista es el reflejo de ese modelo estructural de desarrollo, de esa política de la muerte, porque “el desarrollo” no lo hemos vivido para la gente que en tantos territorios todavía tiene el sueño de tener agua potable; esa la utopía. Todavía el sueño de que le llegue internet o le llegue energía es una utopía o es sueño acceder a la salud, de entrar por las puertas de una universidad. Sí, porque hasta las esperanzas de pensar qué podemos, que esos espacios son para nosotros, pues nos lo han quitado. Ahí es bien complejo poder visionar, pensar, construir propuestas.
Igual, nada está perdido tampoco, está la resistencia también. Y el pueblo nos ha enseñado bastante de eso, de cómo hay que seguir la resistencia, de cómo hay que seguir luchando y hacemos lo que podemos. Pero ese modelo extractivista, que se vende como el desarraigo, no sólo en este país sino en la humanidad, favorece solamente los privilegios de unos poquitos. Fue por el desarrollo que hoy no solamente tienen riesgo de vida los pueblos, sino la vida en este planeta, en esta casa grande. Por tanto, empujar más allá no es si llegamos a la presidencia o no, es empujar la necesidad de una transformación del modelo económico en este país y es una necesidad imperante. No será fácil porque en la visión de la estructuración de este Estado, se ha desarrollado de esa manera, esclavizaron a los ancestros y ancestras en nombre del desarrollo y del progreso. Y ese mismo modelo de desarrollo es el que sigue imperando y ahora saca a la comunidad de sus territorios, a los descendientes de esclavizados, a los descendientes de de los abuelos que fueron, digamos, colonizados también.
— En ese sentido, nos interesa conocer tu opinión en torno al Acuerdo de Paz, teniendo en cuenta que se van a cumplir diez años y que hacemos la misma relación directa sobre la evidente criminalización hacia las defensoras y el deterioro de la situación en vez de lo que se esperaba o lo que se promulgó en ese momento.
Los pueblos, las mujeres, los indígenas, los afro y campesinos que han vivido en carne propia la guerra entendíamos que era un paso necesario para poder avanzar en la construcción de la paz en este país que tanto se anhelaba. Sin embargo, llegó este gobierno nuevo donde el propio partido hizo campaña por el “no a la paz”. Si este es el único país donde se hace campaña en contra de la paz. Hay un odio muy grande, con maña, con mentira, con engaño. Ciertamente así es la política aquí y la gente ingenua que le cree a todos los medios de comunicación que los usaron. Pero la religión también, porque esta gente ha hecho un papel muy importante y es que ellos han hecho su tarea bien. Este es un país muy conservador así que usaron a toda esa gente primero. Esa fue la estrategia que usaron para tumbar el plebiscito por la paz. Y, principalmente, con el tema de la comisión de género en la discusión del acuerdo, entonces de que empezaron a decir que nos íbamos a volver gay, que íbamos a ser lesbianas, que la familia se iba a pervertir, a dañar, mejor dicho, el acuerdo era el diablo que venía en persona.
Entonces, la ultraderecha que le gustaba y necesitaba mantenerse en el poder de alguna manera, utilizó a la insurgencia como una excusa para ello, para mantener la guerra, porque la guerra genera miedo y frente al miedo está entonces la posibilidad de vender seguridad. Y eso fue lo que Uribe hizo, vendió “seguridad democrática” a la gente. Entonces usted no tiene que caerse muerto, pero la seguridad democrática es importante para proteger los bienes privados, para proteger que usted ya puede salir libremente. Pero los paramilitares no se detenían y aún así la gente creyó todo eso y por eso perdimos el plebiscito. Por eso, el “no” ganó y después ganó que hizo campaña con el “no” y prometió hacer trizas las posibilidades de la paz.
Ahora lo estamos viviendo en los territorios con las masacres. Todos estos asesinatos de excombatientes, de líderes sociales, el desplazamiento forzado que está viendo el territorio, la confrontación armada que no ha parado. La gente está viendo una crisis humanitaria terrible en muchos lugares del país. Los mismos lugares que gritaron sí a la paz. Es como si nos estuvieran castigando por haber dicho que queríamos ese derecho constitucional reconocido como un principio fundamental de la Constitución, que es la paz.