Por Roma Vaquero Diaz – @RomaVaqueroDiaz
Francesca Woodman no hubiera sabido hacer otra cosa que ser artista. El arte era como una religión para ella y su familia, y fue la fotografía quien la sujetó a la vida.
Nació el 3 de abril de 1958 en Denver, Estados Unidos, en una familia de artistas. Su padre, George Woodman, era un pintor abstracto, y su madre, Betty Woodman, era ceramista; su hermano mayor, Charles, desarrollaría su arte en lo audiovisual.
La pequeña Francesca se crió y formó entre su país e Italia. Sus fotografías comenzaron a surgir cuando su padre le regaló una cámara Yashica, a los trece años, con la cual realizaría la mayor parte de su obra. Esas primeras fotos, en blanco y negro, de formato pequeño, la ubicaban a ella en la imagen. Dejarse ver o no en el plano de la imagen pasaría a ser su inquietud a desarrollar, una performance íntima en juego dialectico de presencia y ausencia que sería el motor de su obra. Este trabajo tiene lazos contemporáneos con el trabajo de Ana Mendieta y Esther Ferrer, así como lazos posteriores con Cindy Sherman. Estas artistas trabajan en el borde de la presentación y de la representación, en el cual su propio cuerpo es parte fundamental de la obra.
A Francesca, la fotografía le permitía transformarse en otros mundos posibles, mientras que la anclaba en el mundo real. En su obra se muestra y se esconde, permite ver su cuerpo y oculta su rostro, o mira fijamente como si atravesara la imagen en la cual los espejos la multiplican y su yo es muchos, sea tanto en un paisaje natural o en un edificio derruido, donde su cuerpo se funde con las paredes o es cubierto con papel. En esta banda de moebius donde transita la presencia atravesada por tintes surrealistas y góticos, hay tres elementos fundamentales: el cuerpo, la performance y el feminismo.
El cuerpo es un elemento central. Es tierra, huella y evanescencia. Se muestra para mostrar lo que no se ve en él. El cuerpo en la fotografía de Woodman no funciona como imagen sin volumen, sino que es cuerpo encarnado, el cual sólo es visible a través de la acción. Para ello se servirá del movimiento y del barrido, junto a la exploración del cuerpo en relación a los parámetros espaciales. Por lo tanto, el cuerpo no está modelando, no es objeto para el deseo de la mirada machista, sino que es sujeto que se presenta. La sexualidad y la intensidad de su cuerpo se construye a partir de su hacer como mujer. Francesca Woodman no trabaja autorretratos, sino que realiza registros performáticos. Es decir, no realiza representaciones de su cuerpo sino que presenta su cuerpo en el espacio, en relación a acciones específicas de contexto. Su fotografía es un acto, un acontecimiento vivo donde se pone en juego su ser mujer, su ser artista y su existencia. Y al hablar de su cuerpo, su obra habla acerca del cuerpo de todas las mujeres, ya que es presentado como un cuerpo que crea, que siente, que acciona. No es cuerpo musa ni objeto; su cuerpo se muestra, se afirma, se esconde, reivindica lo femenino y lo lacera, es carne y es fantasma. Ya no es forma para ser mirada sino que es mujer que problematiza.
Cuando una mujer toma el control de su propio cuerpo y lo hace arte, todos los cuerpos y todas las mujeres están presentes en él.
Francesca Woodman murió en invierno, el 19 de enero de 1981, después de lanzarse al vacío desde el techo de un edificio neoyorquino. Tenía 22 años y nunca fue famosa, sus trabajos eran rechazados en Nueva York. Pero su producción artística fue muy prolífica, dejó más de 800 fotografías impresas, diez mil negativos y cuadernos, hojas de trabajo y apuntes.
En 1986, se realizó una exposición de su obra en el Wellesley College, que la convirtió en culto. Hoy en día, su fotografía es parte de las colecciones permanentes del MOMA de Nueva York, el Metropolitan Museum of Art, el Whitney Museum of American Art y el Art Museum de la Universidad de Princeton, entre otros.