Por Ariel Scher / Fotos internas por Gustavo Pantano
Hay diferentes formas de abordar las derrotas. El narrador, mirando por una agujerito las reuniones del Bar de los Sábados, regresa a la idea del fracaso. Ante tanta cosa dicha estos días, revalorizar el juego y sacarle el peso del resultado, es un ejercicio que vale la pena realizar.
Pocos saben que la histórica Batalla contra la Idea del Fracaso surgió como una iniciativa tenaz de los miembros del Bar de los Sábados. El promotor fue El Gordo, un entusiasta infaltable en las deliberaciones de cada semana sobre el sentido profundo de los pelotazos, alguien que tragaba café con la misma avidez con la que abría su corazón para entender la condición humana. “Estoy harto de que la Idea del Fracaso se haya apoderado de este juego: ya no se gana o se empata o se pierde, como dice el reglamento; ahora se gana o se fracasa”, exclamó en una tarde de dolores, agobiado porque un amigo lloraba entre desmesuras los años sin ser campeón de su equipo y porque el hijo de otro parroquiano del lugar se miraba con desprecio los tobillos a causa de que jamás había hecho un gran gol. El Gordo no era un hombre al que le gustara quedarse en la quietud de la queja. Y había decidido que era hora de pelear.
Fue por eso que, junto con los discutidores más expertos del Bar de los Sábados, empezó a utilizar parte de los mismos sábados para sentarse en otros bares y romper con la comprensión dominante. Acaso la Batalla contra la Idea del Fracaso haya quedado inaugurada el mediodía en el que un entrenador les proclamó: “Si mi equipo pierde dos partidos seguidos, desde la tribuna me gritan ‘fracasado’”. El Gordo lo miró, manso, y le replicó: “Ya convenceremos algún día a las tribunas. Pero cuando le queden ganas, conteste que usted no es fracasado: fracasar es conversar con uno mismo y no tener nada para decirse”.
Hubo bares en los que les devolvieron rechazos agrios y otros en los que debieron apelar mil veces a su argumento de cabecera: “Fracasar es no tener la posibilidad de ganar, empatar o perder, o sea que fracasar es no querer”. Sin embargo, para El Gordo el mayor desafío fue enfrentar a La Dama, una discontinua participante del Bar de los Sábados de la que estaba enamorado en silencio. “Se vive fracasando en demasiadas cosas —explicó ella— y por eso es insoportable perder también en el fútbol”. A las fuerzas que guardaba en lo más hondo de su panza tuvo que apelar El Gordo para refutarla: “Habrá que aprender, entonces, que en el resto de las cosas no estamos perdiendo, sino nada más que viviendo”.
Hubo quienes dijeron que la Batalla contra la Idea del Fracaso era exactamente un fracaso porque no lograba alterar las lógicas imperantes sobre el juego y sobre la vida. En la mesa del Bar de los Sábados, El Gordo debió argumentar que se trataba de un nuevo error. “Fracasar no es no tener éxito mediato o inmediato, fracasar es no intentar”, dijo, con una enorme medialuna estancada en el labio. Enseguida, se la devoró gustoso mientras pensaba en que ya llegará el día en que fracase el fracaso y que tal vez ese día La Dama, esa dulzura, también se enamore de él.