Por Guillermo D’Ambrosio y Noelia Leiva // Fotos: Alfredo Srur
No se considera artista. No cree que lo digital pueda ser fotografía, sino que el corazón del oficio está en todo lo que pueda convertir la imagen en un objeto palpable. Alfredo Srur es fotógrafo, coleccionista, investigador y cuestionador de estereotipos, a la vez. Por eso fundó Cifha, el primer laboratorio en copiar con técnicas originales que también preserva material de hace dos siglos.
Alfredo Srur pasó casi la mitad de su vida en contacto con la fotografía que, a su entender, “no es un arte·sino el oficio de la pelea, de la “guerra” entre el ojo que mira y el que es mirado. Un interés científico sobre el pasado lo motivó a inaugurar junto a Emiliano Casablanca el Centro de Investigación Fotográfico Histórico Argentino (Cifha). Marcha conversó sobre el nodo exploratorio del hacer y de rescatar el registro fotográfico ajeno, y de la pulsión de conocer al estar detrás de la lente.
El frente del lugar es una puerta más de un barrio obrero, en la porteña La Boca, con su veredas que suben y bajan al ritmo de la sabiduría que les dejaron los años de inundación. Adentro, paredes altas blancas con caballetes y luces dan cuenta de un lugar en formación, donde se va a buscar la tranquilidad de la concentración para el estudio. Hay una nutrida biblioteca, que es apenas un anuncio. Srur es el poseedor de algunas joyas de la fotografía histórica, como la obra completa de Harry Olds, un norteamericano que desde los primeros años de siglo XX hasta su tercera década fotografió el país. “Que yo tenga esa colección da cuenta del estado primitivo de la conservación del patrimonio en Argentina”, ironiza. Hay en su relato mucho de búsqueda de los orígenes, desde varios caminos.
¿En qué consiste Cifha?
Es algo ambicioso que no se hizo nunca en Argentina. Rescata el patrimonio fotográfico desde el inicio de la fotografía. Intenta volver al origen de la ciencia, de la ideología, de la estética y la política de la disciplina. Es algo que no se hace en esta era digital, la de la no materia, que para mí no es fotografía sino otra técnica que sirve para preservar las imágenes analógicas.
¿La considerás una técnica nueva por su reproductibilidad o su significado?
Por ambos. No puedo lograr lo mismo que con la fotografía analógica. Para mí el retrato es fundamental y no alcanzo en él la misma profundidad. Me pasa hace casi 20 años. A mí me tocó la transición cuando trabajaba en medios de comunicación y se vivió sin reflexión. Fue una locura. Creo que es inevitable que haya una vuelta, porque en lo digital hay vacío. La imagen tiene valor siempre y cuando haya contexto, trabajo. Al ir al pasado vemos lo difícil que era conseguir una imagen, entonces sí tenía peso el contexto en el que se daba.
Al principio destacabas la importancia de la ciencia en la fotografía, ¿por qué?
Creo que soy un científico frustrado. No pude estudiar ciencia por los problemas que atravesé en mi infancia. Me hubiese gustado estudiar astronomía. Quizás soy una especie extraña. Tengo un costado de científico y de investigador popular.
¿Se refleja eso en el laboratorio montado en este espacio?
Puede ser. Es el fruto del trabajo de diez años. Es un espacio multidisciplinario donde se condensa la historia del pasado y la del presente de la fotografía. Como espacio de investigación, alberga una colección de fotografías de los siglos XIX y XX, genera las condiciones de guarda correctas para la fotografía antigua, se encarga de su escaneo para investigación. En ese sentido sí tiene que ver con la investigación más científica. También nos encargamos de hacer copiados en técnicas originales y la difusión del material. El objetivo es tener parte de ese acerbo en la web y hacer exposiciones en un futuro. En Argentina la preservación del patrimonio fotográfico es primitiva. Un ejemplo de ello es que aunque comenzó a haber cámaras de daguerrotipos en el siglo XIX, cuando podemos fechar el inicio de la fotografía profesional en el país, no se conserva en la actualidad ninguna de las máquinas originales de ese tipo.
¿Qué rol ocupa la exploración en tu obra?
Siempre me interesó descubrir otros mundos. Ahí entendí el sentido de lo relativo. Es verdad que a veces hay ego en este oficio, sino para qué alguien haría una muestra con su nombre. Pero incluso en ese yo tiene que haber sustancia.
¿Realizás una investigación previa sobre el tema o los personajes, hasta llegar al momento de la toma fotográfica?
No hay una investigación teórica previa, la investigación es la experiencia de vida. Me gusta vivir en el territorio. Tiene que ver también con el principio de la fotografía, lo que se da en el momento. Por ejemplo, para uno de mis trabajos en color que más respeto, “Ciudades del este”, recorrí en taxi los suburbios de la triple frontera. Era ir y ver qué surgía, fuera del centro o de lo obvio del narcotráfico en ese lugar.
Algunos de tus trabajos retratan personas que viven en contextos señalados por el discurso hegemónico como marginales. ¿Qué es, a tu entender, lo popular?
Es lo que todos conocen y con lo que se sienten identificados. (Marcelo) Tinelli puede ser popular. Es triste que sea él y no la literatura, pero de repente para detenerse a leer una poesía hay que tener tiempo. También depende del dinero y del uso que se hace de él. Por ejemplo, Leonardo Favio filmó sobre el sector popular pero no sé cuánta gente de los barrios populares vio Gatica.
Tu definición apunta más bien a lo masivo.
Hay una cuestión masiva que tiene que ver con el medio tecnológico pero también con algo más profundo que responde a los valores de la cultura popular. La globalización actuó para emparejar las prácticas. No sé cuántas personas pueden desarrollar hoy una perspectiva generosa que quiera una mayor justicia social, en términos de reducción de la brecha entre los que más tienen y los que menos. Todo el mundo debería poder acceder a la poesía, por ejemplo.
Entonces ¿qué status le asignás a las artes visuales en esas prácticas?
No sé si existe el arte, en principio. Existe el oficio. Me pueden llamar artista pero yo me llamo fotógrafo. No obstante, creo que lo extraordinario es que la gente pueda jugar. Y la mayoría no puede.
¿Por qué?
Porque no hay tiempo ni dinero. Es la aceleración de la información. Si te sentás a contemplar, te sentís un tonto porque no estás generando ganancias.
Demostrás una cuota grande de incomodidad en tus análisis…
No me siento cómodo con lo contemporáneo, me pasa desde chico. Siempre me molestó la indiferencia, no sentirte comprendido, por eso en mi tarea trato de investigar sobre el pasado, para entender al otro.
El ojo en pugna
“Geovany no quiere ser Rambo” fue el primer libro publicado por Srur, un reportaje fotográfico sobre un hombre de Medellín que era respetado por su comunidad a raíz de sus contactos con otros cárteles. El autor eligió correrse de la denuncia o de la descripción doliente para reflejar su día a día: el afecto hacia sus hijas, sus deseos, sus momentos de soledad, el amor por su abuela. Aunque se define en constante disputa con su obra pasada. De hecho, sus cambios fueron notables: de vivir en Estados Unidos a buscar los recovecos más australes del continente, de trabajar ocho años en la villa del Frente Vital en San Fernando a no querer retratar más. Pero siempre vuelve, de alguna manera, a la fuerza del vínculo con lo que pasa por fuera. “Se dice que mi fotografía trata sobre la marginalidad porque las personas que aparecen viven en la calle. Pero no, se trata de quienes ven que allí hay marginalidad”, interpela.
¿Cuál es tu mirada sobre los estereotipos, que muchas veces se reproducen en el fotoperiodismo?
Son una enfermedad del ser humano, una enfermedad de la cobardía por no conocer el fondo de la cuestión. Es el prejuicio, lo que te enseñan del otro, de lo que vos tenés que ser. Es muy difícil liberarse, un gran desafío que enriquece la obra. Correrse de todos los estereotipos te puede hacer caer en la locura o en la sabiduría. No es gratis hacer fotografía y mirar al otro. Me pregunto si hice la tarea suficiente para soportar todo lo que me tocó ver y conocer.
Esta búsqueda casi arqueológica que realizás con el material fotográfico, ¿lo hacés también con tus fotografías?
Estoy en crisis constante con mi obra. Me cuestiono todo el tiempo, la dejo e inicio otra cosa. Por ejemplo, estoy en un momento en el que creo que ya no quiero retratar a personas.
Entonces el Alfredo que vemos en tus trabajos…
Ya no existe. Lo que anhelo es que sí exista para los demás, disfruto al copiar las fotos y difundir. También disfruto de las relaciones sociales que me dejaron las obras. En el trabajo que realicé en Medellín, viví un mes en la casa de Geovany pero en el último, “Zona sur” que está expuesto en el Centro Cultural Haroldo Conti, hay personas que casi no conozco. Cambia también respecto de “Heridas”, de San Fernando. Siempre la fotografía es violatoria de la intimidad, es una guerra psicológica. Pero soy muy respetuoso, le pregunto a la otra persona si quiere entrar en esa guerra. No me gusta sacar fotos robadas. En este momento, sí me interesa fotografiar a mi familia. Es una deuda interna después de tanto fotografiar a los demás.
¿Qué es más fuerte en tu obra, la búsqueda del otro o el imperio del yo?
Siempre hay una búsqueda del otro porque hay algo que no puedo descifrar. Tengo una obsesión por entender todo. Una mirada, un gesto, un modo de caminar, una postura. Y también tiene que haber algo en común. En definitiva, creo que estoy yo, esa necesidad de comprender.
¿Cuál es la importancia del autor en esta dinámica?
Es una mirada, el que pone su cuerpo y su técnica. Soy yo interactuando con el otro, el primer generador de ese vínculo. Pongo muchos rasgos de mi personalidad en esa interacción, que surge porque existe una inquietud. Por eso a la mayoría de las personas le resulta difícil hacer retrato. Yo creo que es mi especialidad. Tiene que ver con cuán profundo llegás en ese momento. Me quedo mirando un rato y empiezo el juego. Hay algo de la verdad en eso que sucede.
Para saber más sobre Cifha: https://www.facebook.com/cifha.buenosaires
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