Los días 7 y 8 de mayo tuvo lugar el 1º Foro Agrario Nacional, en el Club Ferrocarril Oeste de la Ciudad de Buenos Aires. Una crónica de la comisión de salud que elaboró propuestas para el Programa Agrario Soberano y Popular.
Por Vivian Palmbaum | Fotos de Camila Parodi
El 7 de mayo se inauguró el 1º Foro Nacional Agrario en la CABA, donde confluyeron miles de pequeños campesinos y campesinas para reunirse, debatir y consensuar propuestas hacia la elaboración de un Programa Agrario Soberano y Popular que integre las políticas públicas que tendrían que llevar adelante quienes tomen la responsabilidad de conducir al país.
El Foro sesionó durante dos días en las instalaciones del club Ferrocarril Oeste de la CABA. Hasta allí llegaron trabajadores y trabajadoras campesinas con las organizaciones que los nuclean en distintos puntos del país. Se calcula que acudieron unas 3000 personas provenientes de Buenos Aires, Santa Fe, Chaco, Mendoza, Misiones, Entre Rios, Jujuy, Salta y Santiago del Estero, junto a delegados y delegadas de organizaciones de Brasil, Paraguay, Venezuela, Bolivia. Al finalizar el día integraron el Panel Internacional sobre Políticas Públicas Agrarias Soberanas y Populares.
También estuvieron presentes trabajadores y trabajadoras agremiadas en ATE, CONICET e INTA que son las y los técnicos que trabajan desde el Estado con el sector, junto a estudiantes y profesionales de universidades nacionales y provinciales, “en unidad para hablarle a la clase política” como destacó Rosalía Pellegrini de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) al inicio de la jornada. Nahuel Levaggi, también de la UTT, destacó “la urgente necesidad de la reforma agraria que construya la soberanía alimentaria, que garantice alimentos sanos a precios justos para el pueblo trabajador”.
Con las palabras de las y los trabajadores de la tierra se inauguró el Foro. “Nosotros y nosotras, que trabajamos en el sol, la lluvia y el barro con nuestros hijos, necesitamos cambiar el modelo de producción para no envenenarnos, necesitamos políticas públicas para nuestros sector, necesitamos tierra, trabajo y cambio social”, expresó Zulma, trabajadora de la UTT del cinturón hortícola de La Plata. Pablo Solano, de la Dirección Campesina, también refirió que “un campesino sin tierra no es nada, que les quede claro a los políticos que los campesinos y campesinas estamos levantando la cabeza y somos miles”.
Durante los dos días trabajaron 23 comisiones para elaborar las propuestas que integren el Programa Agrario.
Salud. Diagnóstico: catástrofe
Cientos de relatos se escucharon durante más de cuatro horas que duró el intercambio en la comisión de salud. Ponerle palabras y compartir el estado de situación en cada uno de los territorios que recorren nuestro país. La Lic. Miriam Gorbam, titular de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la UBA, fue quien coordinó el espacio.
Se trabajó a partir de un documento disparador que comienza: “Entendemos a la salud como un derecho universal, una conquista social e histórica de la comunidad y una responsabilidad indelegable del Estado”.
Más de cien personas participaron en la comisión para elaborar las propuestas a partir de un diagnóstico de la situación en los diversos territorios. Áreas rurales más ligadas con su producción y otras más ligadas al consumo en las ciudades, otras que se autoabastecen, las problemáticas de los pueblos originarios, el espacio urbano y en el medio un amplio arco de situaciones.
Falta de agua o agua contaminada, porque las napas se mezclan con los desechos cloacales o porque están afectadas por las derivas de los agrotóxicos. Sin condiciones mínimas para vivir. Contaminación del aire por las fumigaciones que no respetan la presencia ni de las y los niños. Situaciones de hambre que en las regiones rurales se está resolviendo con la caza y la pesca, mientras que en las áreas urbanas no está garantizada la alimentación mínima de subsistencia. Poblaciones originarias que por el corrimiento de la frontera agraria, por el monocultivo sojero, quedan expulsados de sus territorios y padecen situaciones de desnutrición severa y muerte, como las poblaciones wichis.
Un modelo de producción que promueve el envenenamiento masivo hasta en las ciudades. Así lo vienen evaluando desde la Campaña Mala Sangre, donde se descubrió hasta Endosulfan, prohibido en el mundo desde hace más de 15 años o en la Campaña Mala Leche que detectó que el 50% de las madres de la Maternidad Sardá tenía la leche materna contaminada con agrotóxicos, en plena Ciudad de Buenos Aires.
En distintas regiones del país coincidieron en evaluar la desintegración del sistema de salud. Se han cerrado las salitas de salud en distintas regiones y ya no hay profesionales para atender las necesidades básicas de asistencia. A ello se suma una creciente dificultad de transporte que además obstaculiza la llegada a los centros de salud urbanos a lo que las poblaciones responden con el resurgimiento de las curanderas, remedios caseros y prácticas populares para paliar las dificultades, lo que vuelve muy vulnerable a la población. A esto se suma el inalcanzable valor de los remedios y la falta de entrega en los centros asistenciales. Dificultades de acceso a la salud de poblaciones originarias que no manejan el idioma castellano.
Experiencias en otros lados del país coincidieron en denunciar las fumigaciones aéreas nocturnas que realizan las corporaciones y empresarios ligados al Agronegocio, para burlar las prohibiciones de fumigar. Los casos de cáncer, malformaciones, afecciones de la piel se multiplican entre otras patologías ligadas a un modelo basado en el extractivismo.
Se habló también de las dificultades crecientes que encuentra la producción popular, ligadas a la distribución de alimentos y a las barreras que imponen para no permitir vincular a productores y consumidores, porque está monopolizado por las corporaciones que manejan los consumos, los precios y su disponibilidad. En la base se encuentra el monocultivo que es la madre de casi todos los males.
“No es lo mismo llenarse el estomago que comer” dijo una de las participantes para dar cuenta de la falta de información que tenemos respecto al consumo de alimentos, del cambio cultural que imponen estos modos de producción desligados de la tierra y que además pone en evidencia, por ejemplo, que las y los campesinos no consumen lo que producen y está ligado a fenómenos de desnutrición, obesidad y otras patologías.
Muchas otras situaciones también fueron parte de estos relatos, que llevaban implícita la pregunta “¿Qué es la salud?”, que parece estar ligada a muchas cuestiones heterogéneas como las particularidades de cada región y de cada población.
Salud y soberanía alimentaria
“Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la seguridad alimentaria se alcanza cuando todas las personas tienen acceso físico, social y económico permanente a alimentos seguros, nutritivos y en cantidad suficiente para satisfacer sus requerimientos nutricionales y preferencias alimentarias, y así poder llevar una vida activa y saludable. En Argentina, a pesar de existir disponibilidad y estabilidad de los alimentos, el acceso es inequitativo”.
La soberanía alimentaria es el paradigma que han sabido construir las y los campesinos de distintos lugares del mundo. La base de una buena salud es la alimentación sana, segura y saludable. Depende de muchos factores para que se pueda alcanzar: no solamente del modelo productivo, sino que está asociada al acceso a la tierra, la educación, la salud, las condiciones de vida, el trabajo, la relación con la tierra. Ulises, del Encuentro Nacional de Pueblos Originarios y perteneciente a la comunidad diaguita Las Pailas, reflejó con precisión que “para nosotros sin territorio no hay salud, porque el territorio incluye el aire, el fuego, el agua y el equilibrio que nos dan la energía necesaria para poder producir un alimento sano”.
“Nosotros siempre decimos si no hay tierra no hay educación, no hay salud, no hay nada”, dijo una delegada del Mocase de Santiago del Estero, mientras contaba el trabajo que vienen haciendo para no perder la medicina ancestral. Además tienen un banco de semillas y trabajan en la educación en las escuelas con el tema de la agroecología. Al mismo tiempo vienen trabajando en la recuperación de adictos.
El fantasma de una ley de semillas sobrevuela al Congreso Nacional, impulsada por las corporaciones que quieren ejercer el control total de lo que se produce, cómo se produce y por tanto cómo nos alimentamos, dejando proscriptas las semillas originarias. El monopolio Bayer-Monsanto, que impone condiciones de derechos de propiedad intelectual sobre el desarrollo de las semillas, deja prácticamente proscriptas las semillas originarias.
Propuestas
Para finalizar se consensuaron algunas propuestas que debieran integrar el Programa, algunas de manera urgente y otras de mediano plazo. Entre las más destacadas se mencionaron:
- Eliminación de la Cobertura Universal de Salud (CUS) y sustitución por el sistema universal y gratuito de salud, con enfoque de género y multicultural.
- Declarar la emergencia alimentaria, sanitaria y ambiental.
- Regulación de la compra estatal que priorice como proveedores a los productores y productoras de la economía popular.
- Promover cambios en la educación, con programas de huertas escolares.
- Promoción e integración de los saberes ancestrales.
Al ritmo de estas coincidencias fue surgiendo que en una situación de tal catástrofe parece bastante difícil decidir qué medidas son más urgentes para proponer. Como una calamidad parecen extenderse las problemáticas que en muchos lugares no son nuevas, pero se han profundizado con las actuales políticas públicas que han avanzado en la quita de derechos básicos para la continuidad de la vida. La respuesta, tal como lo demostró el Foro, parece venir del diálogo y de compartir saberes que permitan una gestión de conjunto.