El último domingo se realizó una intervención artística frente al consulado de Colombia en Buenos Aires contra la brutalidad policial y la complicidad del gobierno en las masacres que se vienen sucediendo en territorio colombiano. Huitaca nos trae una crónica de lo vivido y sentido durante la jornada.
Por Huitaca
Eran las cuatro de la tarde del 12 de septiembre, llegaba al plantón artístico que se había convocado frente al Consulado de Colombia en Buenos Aires en protesta a la brutalidad policial y la grave situación de Derechos Humanos que había vivido Colombia los días 9 y 10 de septiembre, en los que la Policía Nacional de Colombia masacró 16 jóvenes en la ciudad de Bogotá con disparos indiscriminados y torturas, y ocultado los nombres de sus chaquetas. Hoy las manifestaciones y la crítica situación continúan.
Vallas negras por todos lados. El consulado estaba completamente vallado, éramos pocxs aún y había más de 40 policias enfrente, grabando y mirando fijamente. Cerca de 20 policias, en dos tandas, entraron amenazantes al interior del vallado. Vehículos antidisturbios y camiones hidrantes antimotines en las cuadras aledañas al Consulado.
Era clara la intención intimidadora y amenazante de tan desmedida presencia de policías frente a jovenxs que no llevábamos más que pinturas y carteles en nuestras mochilas. Pude sentir en mi cuerpo la vulnerabilidad de estar frente a tan aterrador desbalance de fuerzas y que, si así lo quisieran, podrían actuar sobre nuestros cuerpos con toda la brutalidad e impunidad posibles, porque legalmente están habilitados para ello. Por un segundo sentí el inmenso vacío de que esto era lo más cerca que podíamos estar de sentir la angustiante situación que vivian nuestrxs hermanxs en Colombia: asesinatos, torturas, violaciones y desapariciones a manos de la Policía Nacional. Nuestros hermanxs allá incendiaron comisarías de policía (CAI) y se defendieron con piedras; pero esto jamás se compara con el uso de la violencia por parte de la policía que cuenta no solo con armas letales y no letales, ciberespionaje y tecnologías; sino con armas legales, mediáticas y políticas que les da legitimidad para decidir qué personas merecen vivir y cuáles no…y cómo debe arrancárseles la vida.
Esas vallas negras como la muerte y sus guardianes de la impunidad nos amputaban un derecho constitucional: el derecho a la protesta. Nunca se había visto que ese lugar que debe darnos amparo en el exterior fuese el mismo que hoy nos impedía ejercer nuestro legítimo derecho a la protesta. El silenciamiento de nuestras voces como pueblo era contundente, aquí o en Colombia.
Pero como los derechos no sólo se exigen, sino que se ejercen –nos habiliten o no para ello-, decidimos permanecer y realizar la instalación artística de denuncia que habíamos planeado. Pese a que pensamos en trasladarnos al Obelisco por la clara intimidación, decidimos que unxs compañrxs hablaran con la policía y les comentaran lo que realizaríamos allí y que lo haríamos por nuestro legítimo derecho a la protesta, siendo que es el Consulado la única institución que nos representa en el exterior y que esta acción no tenía porqué llevarse a cabo en otro lugar.
Afortunadamente recibimos una respuesta positiva y la posibilidad de cortar dos carriles de la 9 de Julio, pese a que durante todo el evento la policía y sus camiones estuvieron presentes, filmando y casi encima nuestro.
“Protestar es un peligro”, leí de un cartel que sacaban de una mochila y lo extendían en el piso. Y eso cerró mi idea: Ejercer un derecho constitucional es un peligro.
Cada vez fuimos siendo más y decidimos amucharnos, apañarnos y abrazarnos con risas, pintura, colores y conversaciones que llenaban de sentido y contención todo lo que ocurría en nuestro territorio. De repente el miedo se había convertido en resistencia, esa resistencia que es solidaridad, que es arte, que es pensamiento crítico y organización colectiva. De repente me sentí fuerte porque eramos muchxs; no tanto como ellos (los policías); pero sí un puñado suficiente como para sentir que había vida y color entre tanta oscuridad.
Recordaba a Kropotkin en su teoría de la evolución – tan silenciada por la historia y en las escuelas-, en la que quien triunfa no es por la “ley del más fuerte” –como nos enseñó el Darwinismo-; sino que quienes triunfan son aquellxs que se dan apoyo mutuo, aquellxs que encuentran la fuerza en el calor de lo colectivo.
Habían cartones por todo el suelo, marcadores, pinturas, palabras, pies, carteles, memoria, latido, lápices, resistencia, telas, manos, sonrisas, dolor colectivo, algunos desgarros e impotencia que pronto eran abrazados por una voz amiga. Estaban Javier, julieth, Andrés, Jaider, Fredy, Germán, Julián, Angie, Cristian, Lorwan, Gabriel, Maria del Carmen, Eidier y demás compañerxs asesinadxs que ahora vivían en cada cartel con su nombre, en cada frase que buscaba denunciar, en cada lágrima y en cada palabra que buscaba justicia social. También estaban allí nuestrxs lideresas y líderes sociales marcándonos el camino, estaba la Madre Tierra bajo el asfalto con su ríos subterráneos, recordándonos que son seres vivos, sujetos de derecho y que viven un terricidio … Pero y, sobretodo, que ¡Vencerá la vida!
Pronto, en esas vallas negras de muerte, levantamos otra historia, la hicimos propia y ahora estaba llena de colores y denuncia, dolor y memoria. Ya no era más esa valla muda que conjuraba el olvido. Estaban allí los nombres de los responsables políticos de esta masacre, que en vez de pedirle a la policía que la detenga, han militarizado el país y han aplaudido con complicidad el sanguinario actuar de sus “héroes de la patria”: El presidente Iván Duque, el Ministro de Defensa Carlos Holmes y el general de la Policía Óscar Atehortua. Estaban allí las exigencias claras por Verdad, Justicia y reforma estructural de la Policía Nacional de Colombia. Exigencias claras de una justicia que no se centre únicamente en culpables individuales, sino que reconozca la responsabilidad institucional y política de la tragedia que actualmente vivimos.
Llegada la noche, empezamos a prender velas y hacerles casita con el cuerpo, para que el viento no las apagara… como quien protege con toda su fuerza la fragilidad de la vida. En este contexto no estamos como para descuidarnos y permitir que de un soplo nos arranquen más hermanxs.
Colocamos zapatos entre las velas, que no sólo nos mostraban los sueños truncados por la muerte, sino que nos mostraban por dónde caminar y a no permitir que nos arrebaten la esperanza de otro mundo posible.
Empezó la asamblea. Empezó a circular la palabra. ¡Ni un minuto más de silencio!, nuestrxs muertxs no necesitan minutos de silencio, porque es el que ha gobernado al país por décadas; sino que necesitan que gritemos, que hablemos, que no callemos nunca más ante la injusticia, aunque nos persigan, aunque nos monten falsos positivos judiciales, aunque criminalicen nuestras protestas y tilden de guerrillerx a cualquiera que se atreva a defender los Derechos Humanos. Aunque cada familia, desde sus privilegios y desde la comodidad de su casa, consuma las mentiras de los medios de comunicación y nos tilde de “vándalxs”, financiadxs por guerrillas y grupos extranjeros extremistas y cualquier otra sarta de viejas y re-encauchadas mentiras, que buscan evadir la responsabilidad de los policías y justificar sus actos violentos; así como desviar la mirada de las razones estructurales e históricas por las que se gestaron legítimamente las protestas.
¡No nos callamos más! y manifestamos que esta masacre se da en el marco de una agudización de la violencia política armada en el país –principalmente en los territorios-, de la persecución al pensamiento crítico, los movimientos sociales y de defensa de los DDHH a través de las armas –masacres y asesinatos- y por vías legales –montajes judiciales-; porque el objetivo es exterminar todo pensamiento que se oponga a sus intereses políticos y económicos, y a todo aquel que cuestione sus instituciones de muerte a través de las cuales ejerce el control de los cuerpos –policía, ESMAD, ejército y paramilitarismo-.
Ya contamos con más de 55 masacres en lo que va del año y más de 1000 líderes y lideresas sociales asesinadxs desde las firma del acuerdo de paz en 2016. Agudizándose con la falta de garantías e incumplimiento de los acuerdos de paz por parte del presidente Iván Duque, sucesor de Uribe -quien se encuentra en prisión preventiva y a quien se le vincula con paramilitarismo-.
Ni en Colombia ni en Nuestramérica (Abya Yala) gobierna el Estado: gobierna el mercado financiero. Gobierna el capital. Las vidas deben subordinarse al mercado, a la acumulación de ganancias en manos de unxs pocxs. La vida se terceriza para explotar los territorios, meter mineras, extractivismo, financiar banqueros, semillas transgénicas, exprimir al campesinado y condenarlo a la pobreza con los TLC, entregar el país a multinacionales al precio de desalojar comunidades indígenas, afro y campesinas; se nos restan derechos sociales para pagar deudas con el FMI y el Banco Mundial, que se entrometen en la creación de políticas públicas para que la cúpula empresarial salga siempre victoriosa y el pueblo empobrecido.
Las violaciones de los Derechos Humanos son connaturales al sistema del capital, porque necesita violarlos para poder ponerse en marcha.
Esta es una realidad para muchos territorios de Nuestramérica y del mundo, por lo cual las violaciones a los Derechos Humanos por parte de las fuerzas públicas y armadas (policía y ejército) son un común denominador, pues obedecen y existen para defender lxs intereses de lxs poderosx, los intereses del capital y deben acabar con todo aquel que pueda oponerse a ello y se les encubrirá a toda costa.
Colombia es de los únicos países que tiene Fuero Penal Militar para la policía; es decir, los actos atroces serán juzgados por la misma policía, lo que da vía al encubrimiento y a la impunidad constitucional –además de otras excepciones legales de las que gozan-. Además, es también de los únicos países en el que la policía está habilitada para portar armas de fuego de largo alcance y armamento pesado; por lo que claramente no está para contener sino para atacar.
Por todo lo anterior, exigimos que la Policía Nacional de Colombia debe ser reformada estructuralmente, pues la masacre perpetuada, y los demás actos realizados en su historia, apuntan a que esto no se resuelve con la lógica simplista de buscar únicamente a los culpables individuales; sino que debe señalarse la responsabilidad como institución y el imperativo de que debe ser reformada para que esta tragedia no vuelva a ocurrir. Además de que se debe juzgar la responsabilidad política de estas decisiones, de los ya nombrados Iván Duque, Carlos Holmes y Oscar Atehortua; porque su actuar no obedece más que al accionar de un estado totalitario, semejante a una dictadura, a un estado policial, rompiendo el Estado Social de Derecho.
En ese sentido, es necesaria e imperativa una lucha internacionalista, una solidaridad y fortalecimiento entre las luchas de los distintos territorios, para pensarnos en conjunto formas distintas de desarrollo, junto a las voces sabias del Buen Vivir de nuestrxs hermanxs de los pueblos originarios; para pensarnos territorios autónomos, en ejercicio del autogobierno, en reconocimiento de sus justicias autónomas y restaurativas… para pensarnos territorios con justicia social.
Invitamos a organizaciones y movimientos sociales a ejercer presión internacional para que en Colombia se detenga tan abrumadora violación de los Derechos Humanos.
Este lunes 21 de Septiembre tendrá lugar el gran Paro Nacional en Colombia, que pese a la clara necesidad de infundir miedo con la brutalidad asesina de la policía durante esta semana previa, no lograrán callarnos un segundo más, porque: Si igual nos van a matar, que sea luchando. Hemos perdido el miedo y ¡Por cada muertx nos hemos multiplicado!
¡Reforma estructural a la policía YA!
¡Juicio a los responsables políticos!
¡No habrá Paz sin justicia social!
¡Vencerá la vida!