Ayer nuestro querido Eduardo Galeano hubiera cumplido 79 años. Rescatamos el último golazo de su fútbol a sol y a sombra. Un texto que busca la magia de jugar a la pelota a través de la ternura y la poesía, sin olvidar la oscura nube que cubre este maravilloso deporte.
Por Eduardo Galeano*
Rueda la pelota, el mundo rueda. Se sospecha que el sol es una pelota encendida, que durante el día trabaja y en la noche brinca allá en el cielo, mientras trabaja la luna, aunque la ciencia tiene sus dudas al respecto. En cambio, está probado, y está probado con toda certeza, que el mundo gira en torno a la pelota que gira: la final del mundial 94 fue contemplada por más de dos millones de personas, el público más numeroso de cuantos se han reunido a lo largo de la historia de este planeta. La pasión más compartida: muchos adoradores de la pelota juegan con ella en las canchas y en los potreros, y muchísimos más integran la tele platea que asiste, comiéndose las uñas, al espectáculo brindado por veintidós señores en calzoncillos que persiguen la pelota y pateándola le demuestran su amor.
Al final del Mundial del 94, todos los niños que nacieron en Brasil se llamaron Romario, y el césped del estadio de Los Ángeles se vendió en pedazos, como una pizza, a veinte dólares la porción. ¿Una locura digna de mejor causa? ¿Un negocio vulgar y silvestre? ¿Una fabrica de trucos manejada por sus dueños? Yo soy de los que creen que el fútbol puede ser eso, pero es también mucho más que eso, como fiesta de los ojos que lo miran y como alegría del cuerpo que lo juega. Un periodista pregunto a la teóloga alemana Dorothee Solle: –¿Cómo explicaría usted a un niño lo que es la felicidad? — No se lo explicaría — respondió — le tiraría una pelota para que jugara.
El fútbol profesional hace todo lo posible para castrar esa energía de felicidad, pero ella sobrevive a pesar de todos los pesares. Y quizás por eso ocurre que el fútbol no puede dejar de ser asombroso. Como dice mi amigo Angel Ruocco, eso es lo mejor que tiene: su porfiada capacidad de sorpresa. Por más que los tecnócratas lo programen hasta el mínimo detalle, por mucho que los poderosos lo manipulen, el fútbol continua queriendo ser el arte de lo imprevisto. Donde menos se espera salta lo imposible, el enano propina una lección al gigante y un negro esmirriado y chueco deja bobo al atleta esculpido en Grecia.
Un vacío asombroso: la historia oficial ignora al fútbol. Los textos de historia contemporánea no lo mencionan, ni de paso, en países donde el fútbol ha sido y sigue siendo un signo primordial de identidad colectiva. Juego, luego soy: el estilo de jugar es un modo de ser, que revela el perfil propio de cada comunidad y afirma su derecho a la diferencia. Dime cómo juegas y te diré quien eres: hace ya muchos años que se juega al fútbol de diversas maneras, expresiones diversas de la personalidad de cada pueblo, y el rescate de esa diversidad me parece, hoy día, más necesario que nunca. Estos son tiempos de uniformización obligatoria, en el fútbol y en todo lo demás. Nunca el mundo ha sido tan desigual en las oportunidades que ofrece y tan igualador en las costumbres que impone: es este mundo de fin de siglo, quien no muere de hambre, muere de aburrimiento.
Desde hace años, yo me he sentido desafiado por el tema, memoria y realidad del fútbol, y he tenido la intención de escribir algo que fuera digno de esta gran misa pagana, que tantos distintos lenguajes es capaz de hablar y tan universales pasiones pueden desatar. Escribiendo, iba a hacer con las manos lo que nunca había sido capaz de hacer con los pies: chambón irremediable, vergüenza de las canchas, yo no tenia mas remedio que pedir las palabras lo que la pelota, tan deseada, me había negado.
De ese desafío, y de esa necesidad de expiación, nacieron estos textos. Homenaje al fútbol, celebración de sus luces, denuncia de sus sombras. Yo no sé si ellos son lo que han querido ser, pero han crecido dentro de mí y han llegado ya a su último minuto y ahora, ya nacidos, se ofrecen a ustedes. Y yo me quedo con esa melancolía irremediable que todos sentimos después del amor y al final del partido.
*Publicado originalmente en Lástima a nadie, maestro. Último texto de El fútbol a sol y a sombra, editado por Siglo XXI. Montevideo, verano de 1995.