Por Leonardo Candiano. Desde comienzos de este año, estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras brindan un taller de filosofía en la cárcel de Villa Devoto. Marcha te presenta la primera parte del reportaje que describe esta experiencia.
Corría el año 1985 cuando -gracias a la iniciativa de un grupo de internos del penal de Villa Devoto- se creó el Centro Universitario Devoto (CUD), mediante un convenio entre el Servicio Penitenciario y la UBA. Desde entonces, en el marco del programa UBA XXII – Educación en Cárceles, la experiencia se expandió a otras penitenciarías, como las de Ezeiza y Marcos Paz, y se multiplicó la oferta académica y extracurricular. Hoy, diversas carreras de la Universidad de Buenos Aires (Derecho, Sociología, Psicología, Ciencias Económicas, Letras), el Ciclo Básico Común y decenas de cursos y talleres, entre otras actividades, se dictan en distintos penales, permitiéndoles a centenares de reclusos acceder al derecho al estudio y así obtener herramientas formativas que faciliten su reinserción social, a la vez que mitiguen el período de reclusión.
En este contexto y en el ámbito del Programa de Extensión en Cárceles de la Facultad de Filosofía y Letras, el frente político que conduce el Centro de Estudiantes (CEFyL), La Juntada, y un grupo de estudiantes independientes, dieron vida a una propuesta inédita: la conformación de un taller de filosofía en el propio CUD. Ante una realidad penitenciaria nacional de creciente hacinamiento, precariedad alimentaria y sanitaria, maltrato y discriminación, este tipo de actividades funcionan como espacios de libertad y crecimiento personal para los internos, permitiendo generar prácticas transformadoras que fortalecen los lazos sociales tanto entre los propios reclusos como entre ellos y la comunidad. Asimismo, resultan un desafío constante para la labor docente institucionalizada, que demuestra sus limitaciones ni bien se traspasan las rejas. A continuación, reproducimos la primera parte de la entrevista que le realizamos a Marina Gamba, militante de La Mella -una de las organizaciones que integran La Juntada- y miembro del grupo de estudiantes que brinda el taller, quien nos relata aquí cómo se gestó esta experiencia.
-Algo llamativo de la experiencia es que decidieron involucrarse como organización estudiantil en la formación universitaria en las cárceles. ¿Por qué como agrupación decidieron ser parte del CUD?
Fue una decisión colectiva que nos parecía necesaria. Primero lo empezamos a tomar a nivel UBA a través de La Mella, que es la corriente universitaria de la cual formamos parte. Los precursores fueron los compañeros dela Facultad de Derecho, que hace varios años empezaron a hacer asistencia a nivel legal. Ahí tuvimos un primer acercamiento. Desde Filosofía y Letras empezamos a ir más informalmente a partir de que comenzó a dictarse la carrera de Letras en el CUD, en 2008. Desde entonces venimos viendo la posibilidad de armar algo que beneficie a los estudiantes del penal. Al comienzo todo fue empezar a conocer el espacio, a los compañeros que estudiaban Letras ahí adentro, y ver qué iniciativas surgían tanto de ellos como de nosotros. La primera instancia fue esa, muy en diálogo también con los compañeros que articulaban la labor de la Facultad en Devoto a través del programa de educación en contextos de encierro, sobre todo con el coordinador, Juan Pablo Parchuc, que siempre tuvo muy buena predisposición con nosotros.
-¿Promovieron esta iniciativa hacia el interior de la Facultad?
Sí. En un principio decidimos hacer instancias abiertas al interior de la Facultad, hacíamos convocatorias con estudiantes para comentarles la posibilidad de armar algo en el CUD y darles a conocer esa realidad. Ahí se sumaron muchos pibes independientes y armamos un espacio de coordinación con ellos. Hicimos un par de cines-debate también, mostramos el documental No ser Dios y cuidarlos, que es justamente sobre el CUD y sirvió de mucho para dar a conocer la situación. Todo esto, además de la difusión en sí misma, tenía que ver con crear una confianza en el estudiantado de la Facultad para que se sume a la iniciativa de dar clases en el penal. En ese momento ya éramos conducción del CEFyL, y eso nos benefició mucho también, ya que como conducción del Centro y con los compañeros del CUD cerca, se nos hizo más fácil armar un grupo independiente que tome la responsabilidad de participar de esta iniciativa.
-¿Eso en qué año fue?
Todo este proceso se dio con fuerza el año pasado. A las convocatorias en la Facultad le empezamos a sumar instancias extracurriculares en el CUD que no tenían que ver necesariamente con las materias que se dictaban desde Letras, sino con construir espacios de debate y diálogo en relación con las problemáticas de los internos. En estos espacios la participación era abierta, tanto de parte de los estudiantes internos del penal como de quienes vamos. Es decir, va gente de distintas carreras de Filo y la cursan presos comunes que no tienen la obligación de ser universitarios. Es importante el trabajo con los presos comunes para que tengan un primer acercamiento a la experiencia universitaria, ya que la mayoría de la población carcelaria no lo tiene.
Así conocimos también a los que arman la revista La Resistencia, que se edita desde el CUD, y llevamos la revista a la Facultad, bancamos 500 números y los empezamos a repartir. Hicimos instancias de los dos lados, en Filosofía y Letras y en el CUD.
-¿Cómo fue la respuesta de los estudiantes de la Facultad hacia esta iniciativa?
Excelente. Se acercó mucha gente y eso nos permitió consolidar un grupo de alrededor de 15 compañeros fijos que participan, es decir, que van regularmente al CUD.
-¿Cómo surge concretamente la idea de dar un taller de filosofía?
Surge a fin del año pasado, cuando nos juntamos con los pibes independientes para ver qué podíamos hacer de forma continua este año, qué se nos ocurría a nosotros que podíamos aportar al CUD, y ahí surgieron dos talleres, el de escritura y el de filosofía. En los dos casos, la idea era hacer una cosa que tuviera más que ver con abrir un debate, plantear discusiones y reflexiones hacia el interior de ese espacio. No tanto como cuestión académica. No son talleres que se focalicen en lo que dijo o dejó de decir Nietzsche ni en cómo se escribe un cuento.
-¿Qué herramientas pedagógicas usan para dar los talleres?
La idea es hacer una práctica más ligada a lo que uno puede armar desde un bachillerato popular que a las formas más académicas y acartonadas de una facultad. En el taller de Filo, de hecho, esa fue la idea al principio. Por ejemplo, el primer tema fue hablar sobre qué era el conocimiento, plantear la pregunta. Llevamos un fragmento de La alegoría de las cavernas de Platón, y en base a eso charlamos sobre el tema; qué era el conocimiento para uno, para otro, así. Después el taller fue evolucionando más hacia una cuestión un poquito más académica. Siempre tratando de ligar las problemáticas filosóficas a la realidad cotidiana y a la realidad propia de los estudiantes en el penal, pero sí se trató de sistematizar algunas lecturas.