Por Ricardo Frascara.
Los acontecimientos que son del dominio público y que han inundado las portadas de todas las publicaciones existentes al unísono, llegan, como casi siempre sucede con casos de esta repercusión, cuando de alguna manera, más o menos explícita, sabíamos lo que ocurría, pero no aparecía el valiente con el cascabel para ponerle al gato. Hasta que llegó la caballería ligera de Errol Flynn
La envergadura de la noticia conmovió al mundo. El fútbol, al fin y al cabo, es un pedazo importante de nuestras vidas, y sobre todo es un espejo de lo cotidiano, de lo profundo, de lo imperfecto… de lo malvado que crece entre nosotros. La reacción universal e inmediata de la prensa sólo se da de tal manera ante una declaración formal de guerra mundial, sobre un magnicidio en un país líder, o sobre la caída estrepitosa de la economía internacional. Lo que sucede es que el fútbol ha recorrido un largo camino hasta ocultarse detrás de uno de los negocios más factibles de manejos turbios de la historia. Ahora, la Justicia de los Estados Unidos, como iniciando el libreto de una megaproducción hollywoodense, destapó la olla del infierno de la FIFA. Hoy el mundo entero ha dicho ¡OOOOHHHH! Cayeron hechas pedazos figuras, otrora señeras del deporte, en realidad una calaña de personajes que llegó a los sillones de la Federación Internacional de Fútbol arrastrándose entre los despojos del deporte para edificar un gran casino inescrupuloso, donde llegaba el dinero en cifras conmovedoras para cualquier empresa humana.
The New York Times publicó: “Los fiscales estadounidenses describieron al ente rector del fútbol internacional en términos normalmente reservados para familias de la mafia o carteles de la droga, y los cargos son similares a los que les caben al crimen organizado bajo las leyes generalmente aplicables a esas organizaciones criminales”. Y así ve hoy el mundo al tembladeral de la FIFA: Pero a quienes seguimos este deporte y su amplificación televisiva satelital no nos sorprenden las acusaciones contra estos dirigentes. Si hay sorpresa es justamente porque por fin alguien haya agitado el árbol para que cayeran las manzanas podridas. Fue Sir Stanley Rous, elegido presidente de la FIFA en 1961, quien abrió la puerta a la TV para el Campeonato Mundial de 1966 en Londres. Aquellos pasos que dio el dirigente y ex futbolista inglés, que mantuvo alejados a los países africanos y asiáticos de los mundiales “debido a su bajo nivel de juego” –cosa que no era errada como justificación–, puso en marcha esta máquina de pagar derechos, ya que hasta ahí la FIFA vivía de los porcentajes de las entradas para los partidos internacionales. Pero el dirigente británico, al mismo tiempo que descubrió la gallina de los huevos de oro, alertó de ello a futuras generaciones de dirigentes. En 1974, al no ser reelegido titular del ente autónomo del fútbol mundial, se sentó en su sillón el brasileño Joao Havelange, quien comenzó la expansión hacia los cinco continentes y fue convirtiendo a la FIFA en dueña del fútbol, no ya sólo directora.Para fortalecerse Havelange acercó dirigentes de aquellos países “nuevos”, a la FIFA, y también, es claro, a colegas del fútbol latinoamericano. Allí comenzó la decadencia moral de la FIFA, ya directamente transformada en nido de delincuentes vocacionales, y los arreglos fuera de la mesa directiva fueron abriéndose camino. Hasta que en 1998 sucedió a Havelange el suizo Joseph Blatter, elegido acaso como “cara seria” de una entidad que vivía cargada de pecados, de avaricia, de lujuria, de simulación. Circunstancias que se aceleraron en los últimos años del Siglo XX y primeros del actual, hasta la explosión que llegó con la elección viciada de Qatar como sede del Mundial de 2022. En esa instancia, a la vista de todo el mundo a través de la TV directa, con gente despertándose y gente durmiéndose a lo ancho de este insólito planeta, Estados Unidos quedó relegado, su solicitud archivada, y dólares caídos por debajo de todas las sillas del consejo de la FIFA. El retiro que planeaba Blatter y su banda, para después del Mundial de Qatar, tras haber vivido como invitados de honor las incontables delicias de las mil y una noches del siglo XXI, ahora, al averiarse a cohetazos la alfombra voladora que ya estaban reservando, puede transformarse en unas vacaciones terrenales en la cárcel. Notoriamente, el fútbol ya no es un juego, para nadie.