Mientras Luis (que no se llamaba Luis pero habíamos jurado no acordarnos del nombre hasta que llegara el día) me iba poniendo al tanto de las noticias internacionales y de lo que pasaba en la Capital y en las provincias, yo veía como las hojas y las ramas se plegaban poco a poco a mi deseo, era mi melodía, la melodía de Luis que seguía hablando ajeno a mi fantaseo, y después vi inscribirse una estrella en el centro del dibujo, y era una estrella pequeña y muy azul, y aunque no sé nada de astronomía y no hubiera podido decir si era una estrella o un planeta, en cambio me sentí seguro de que no era Marte ni Mercurio, brillaba demasiado en el centro del adagio, demasiado en el centro de las palabras de Luis como para que alguien pudiera confundirla con Marte o con Mercurio.
“Reunión”, Todos los fuegos el fuego, Julio Cortázar, 1966.
En tiempos de líderes políticos coacheados que se reservan para sí mismos una voluntad popular ajena, y a tres años de su desaparición física, desde Marcha nos sumamos a los múltiples y necesarios homenajes en la memoria de Fidel Castro, los cuales no podrán de ningún modo estar a la altura de su gesta y su legado.
Por Juan Pablo Sorrentino
Pensar en Fidel Castro, desde y para Latinoamérica, es pensar en un fuera de serie. Al nombrarlo como extraordinario, coloquialmente, pareciera que se trata de una persona que trascendió los límites de lo humano, casi un “endiosamiento”. Pero no, si algo le sobraba a Fidel Castro era humanidad, por eso es extraordinario, porque se sale de lo regular, de lo formateado y moldeado a imagen y necesidad de una sociedad que durante el siglo XX y aún hoy en nuestros días, imprime individualismo.
Un revolucionario, sí. Un joven idealista, también. Militante universitario. Torcedor de su destino familiar. Un guerrillero, claro. Estadista e intelectual (si cabe alguna duda basta con echar mano a su inolvidable autodefensa La historia me absolverá). Un latinoamericano antiimperialista para toda Latinoamérica. Un cubano para Cuba.
José Martí, quien fuera héroe e inspirador en un joven Fidel, ya presagiaba en el siglo XIX lo que, necesariamente, debía a sucederle a nuestramérica: “Estos países se salvarán porque, con el genio de la moderación que parece imperar, por la armonía serena de la Naturaleza, en el continente de la luz, y por el influjo de la lectura crítica que ha sucedido en Europa a la lectura de tanteo y falansterio en que se empapó la generación anterior, le está naciendo a América, en estos tiempos reales, el hombre real”. Y a cien años del nacimiento del Apóstol, Fidel Castro, con menos preparación que convencimientos, comenzaba a dar la talla en el asalto al cuartel Moncada donde comenzaría la epopeya revolucionaria.
Será Fidel, junto a la de Ernesto Che Guevara, claro, aquella cara visible de la Revolución, incluso desde tiempos en que su concreción era presagio y esperanza. Sinónimo de determinación.
En el asalto al Moncada, en su prisión consecuente, desde México, en el Granma, en la sierra y en la guerra revolucionaria, la condición de mentor de la Revolución iba tomando la forma de Fidel. No pretendiendo ser quien aglutine todo el poder de tan amplio movimiento popular cubano, sino lo contrario: pretendiendo ser aquella figura de identificación, aquel símbolo. Significado y significante.
Fidel Castro es sinónimo de Cuba. No solamente por los tiempos previos al triunfo revolucionario del 1ro de enero 1959, sino por sobre todo, por ponerse al servicio de la causa colectiva que desde allí debía hacerse cargo de los destinos de la isla. Antes, durante y tras el triunfo revolucionario
Autodeterminación, soberanía popular y dignidad de su pueblo como banderas. Sin arrogarse para sí los cargos institucionalizados de la conducción política, Fidel nunca le escapó a la acción, principalmente cuando la coyuntura apremia. Ideas y praxis como caras de la misma moneda.
Ya sea en la invasión de Bahía de los Cochinos, en la crisis de los misiles, en los múltiples y fallidos atentados en su contra, rodeada Cuba del inacabable bloqueo, a 228 millas de Miami, y Fidel siempre presente.
Tiempos de abundancia y tiempos de carestía, con el sostenimiento de la Unión Soviética y tras la caída de ella y del muro de Berlín, Fidel siempre estuvo presente.
Sosteniendo, tal como lo hacía el pueblo cubano, la dignidad y los logros de la Revolución durante los dolorosos años del Período Especial en tiempos de paz, que valga la pena decir, reaparecen como fantasmas cada vez más notables.
Fidel como símbolo de lucha no solamente para la historia y presente de Cuba, sino para Latinoamérica y otras latitudes, como la lejana Angola o la castigada Sudáfrica durante su Apartheid. Un Fidel-líder de una Cuba que durante años naufragó en un continente permeado por los intereses norteamericanos, pero que supo aprovechar los aires nuevos traídos por el fin del siglo XX, cuya solidaridad y conciencia regional se hizo visible, entre otras iniciativas, en ALBA, CELAC y UNASUR.
Fidel como ejemplo de responsabilidad histórica, quien durante sus últimos años de vida –una vida de nueve décadas-, cuando su salud era castigada diariamente, continuaba trabajando por aquella causa que lo guiaba desde antaño: una sociedad que menos sepa de inequidades, injusticias y miserias, y más de dignidad, solidaridad e inconformismo. Edificando una Cuba que lo sobreviva, porque, al fin y al cabo, él era un cubano más en Cuba.
Dijo Ernesto Che Guevara: “Las cosas más imposibles eran las que encaraba y resolvía. Tenía una fe excepcional en que una vez que saliese hacia Cuba, iba a llegar. Que una vez llegado iba a pelear. Y que, peleando, iba a ganar. Compartí su optimismo. Había que hacer, que luchar, que concretar. Que dejar de llorar y pelear. Y para demostrarle al pueblo de su patria que podía tener fe en él, porque lo que decía lo hacía.”
Fidel como muestra de amor.