Este 4 de julio arrancó el Festival Internacional de Cine Colombiano en Buenos Aires (FICCBA), titulado, “Estéticas de la Memoria”. El festival se desarrolla en el Centro Cultural San Martín y tiene programación hasta el 10 de julio. En esta nota, una reflexión de las películas “Adiós a la Memoria” (2020), de Nicolás Prividera; y “Los Zuluagas”, de Flavia Montini, puesta en díalogo con el informe de la Comisión de la Verdad.
Texto y foto por Diana Cadena. Fotografía: Puerto Leguizamo, Putumayo (2019)
El festival internacional de cine colombiano en Buenos Aires (FICCBA), titulado para su cuarta versión “Estéticas de la memoria” se desarrolla en la Ciudad de Buenos Aires del 4 al 10 de julio. El festival abrió con dos largometrajes distintos, geográfica y temporalmente, pero relacionados por un lugar: la memoria; un objeto de similar recordación: las películas familiares; un mismo hecho victimizante: la desaparición forzada. Los dos presentan como narrador a un hombre, quien a medida que avanza cada largometraje, construye su propia historia cruzada con la figura de un padre distante y en ocasiones confrontado, y una madre desaparecida.
Sin caer en reduccionismos, dado que los dos largometrajes exponen dramas familiares y sociales muy diferentes, los dos evidencian cómo la memoria (en pugna muchas veces con el olvido, o con el dolor de recordar), es zigzagueante, subjetiva y esquiva; ya mencionaba Todorov en “los abusos de la memoria”, que la memoria es una construcción subjetiva, interrogada en ocasiones por nosotros mismos, pero siempre relacionada con nuestro universo simbólico, que nos debe ser útil para estar alertas ante nuevos abusos en el presente.
La figura de una madre desaparecida se va develando en el avance de ambas cintas, que son distintas, pero ambas evocan el drama alrededor de la desaparición forzada: la no construcción de un duelo, la ausencia de un cuerpo al cual velar y la incertidumbre eterna de no saber qué le sucedió al ser amado. Es esa ausencia y ese vacío que nunca se logra llenar el que hace a la desaparición forzada un crimen tan doloroso y extenso en el tiempo (extenso en lo vívido de su evocación continua). Hace años en Bogotá, en un evento dedicado a las y los desaparecidos del Palacio de Justicia, un familiar de una de las trabajadoras de la cafetería se levantó y dijo: “desde que ella no está, siempre tengo un billete de 20.000 pesos en el bolsillo, también en el bolsillo del pijama, por si ella llega y no tiene para pagar el taxi”; jamás pude olvidar esas palabras, es un padre que a más de treinta años de los hechos seguía con el dolor intacto y en espera de la aparición de su hija en cualquier momento, la desaparición forzada es un crimen detenido en el tiempo.
Ambos documentos fílmicos dejan al espectador también en vilo, en una especie de vacío de significantes que dejan aquellas fisuras sin llenar, esas fisuras ante las cuales los mismos narradores (los hijos de las dos mujeres desaparecidas) no tienen respuestas, tanto por la edad que tenían en la desaparición de sus madres, como por la tensión y la disputa entre recuerdo y olvido del que eran presa sus padres.
“Adiós a la memoria” (2020) es un documento impecable, narrado por una voz en off, la de Nicolás Prividera, quien va explorando a partir de las cintas familiares los recuerdos y sus significaciones frente a la progresiva pérdida de memoria de su padre, a causa de un deterioro cognitivo. Es una lucha constante entre lo que logra recordar el padre, desde tonadas de piano hasta nombres y anécdotas desordenadas que consigna en una libreta, hasta aquellos recuerdos suprimidos sobre su madre y su desaparición en 1976. Los vacíos que deja a lo largo de este ensayo fílmico “el padre” van siendo llenados por “el hijo” (como da en llamarlos en tercera persona el autor), ampliados con referencias filosóficas, literarias e históricas de lo que significa la memoria en un país como Argentina.
¿Es acaso el deterioro cognitivo de “el padre” lo que deja vacío el relato sobre Marta Sierra (la madre de Nicolás)? ¿O es su decisión anticipada a olvidar aquellos dolorosos hechos lo que hace que Héctor Prividera no lograra antes ni después de su enfermedad, dar explicaciones sobre lo que sucedió con Marta? “Adiós a la memoria” es un largometraje que ahonda en las significaciones individuales y sociales de la Memoria, como lugar de encuentro para lograr sobrellevar la vida, así como en las profundas heridas que consolidan las ausencias de una verdad reparadora, una que explique las condiciones y los por qué de aquellos hechos que no logran explicarse los familiares de los/as desaparecidos/as; una memoria y una verdad que puedan materializarse en un cementerio, en “la feliz consistencia de la muerte”, como menciona hacia el final de la cinta Nicolás.
Por otra parte, “Los Zuluaga” (2021), se construye a partir del viaje a Colombia de dos hermanos colombianos residentes (exiliados) en Italia junto con el hijo de uno de ellos. Juan Camilo Zuluaga Tordecilla es quien aparece como narrador de su propio viaje, no solo a Colombia, sino a la reconstrucción, en parte, de la memoria de su padre, de la imagen que tiene de él y de la figura y desaparición de su madre. Sus padres, ex guerrilleros del Ejército Popular de Liberación (EPL), hacían parte del partido Comunista y su padre en particular ocupaba un cargo de comandante en la guerrilla. Las imágenes dentro del EPL de su padre como comandante frente a las filas de una veintena de guerrilleros, se intercalan con las de su vida en familia, con su esposa y sus dos hijos en reuniones familiares y en vacaciones a la playa y a lugares con pileta.
La narración va dibujando un padre ausente, una madre dedicada a la labor política y unos hijos que van siendo cuidados de casa en casa mientras sus padres se ocupan de la Revolución. En el marco del proceso de desmovilización del EPL, el 25 de abril de 1989 es secuestrada Amparo Tordecilla, como método de amedrentamiento a su esposo Bernardo Gutiérrez (nombre impostado a partir de su militancia), quien como comandante del EPL avanzaba en las negociaciones con el gobierno de la época; pese al secuestro y posterior desaparición de Amparo, Bernardo seguiría adelante con el proceso de desmovilización para dar paso al movimiento Esperanza, Paz y Libertad, el cual luego se adheriría a Alianza Democrática M19 (partido resultante de la desmovilización del Movimiento 19 de Abril).
En adelante, el largometraje expone la fractura que significó (y sigue significando) la desaparición de Amparo. Los años pasan, y las evidencias del vacío que deja la falta de respuestas de su padre a Juan Camilo y a su hermana se traslapan con los cambios en su actividad política, primero en el Senado y luego como diplomático en Europa, hasta su posterior exilio en Roma en el 2003 dada la sintonía política del cambio de gobierno del 2002 que lo deja sin lugar diplomático e imposibilitado para volver a Colombia. En todo el devenir de la cinta la ausencia de verdad sobre el paradero de Amparo, sobre la suerte que habrá corrido, e incluso, la incertidumbre de si seguirá con vida son una constante hasta el final.
El informe de la Comisión de la Verdad
Solo hasta el 24 de Febrero del 2000, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, bajo el caso 10.337 encuentra como responsable al Estado colombiano por la privación de la libertad sin orden judicial y posterior desaparición de Amparo quien fuera forzada a subirse a un taxi “Chevrolet, modelo Chevette 89, placas SF 32-57, de propiedad del Ejército colombiano, en inmediaciones de la carrera 8ª con calle 47, esquina nororiental de Santafé de Bogotá, sin que haya reaparecido desde entonces” (CIDH, 2000. Informe N° 7/00, párr. 6). Aún con este fallo, no se llegan a encontrar a los responsables intelectuales del caso, solo se da la captura de 4 uniformados, quienes no dieron mayor claridad sobre el crimen, ni sobre la suerte o paradero de Amparo Tordecilla.
Como este, miles de hechos no han recibido una respuesta oficial, ni por los aparatos del Estado de los cuales se espera investigación, esclarecimiento y judicialización; ni por parte de los actores armados, legales e ilegales. Es en el contexto de una guerra que aún se encuentra en vigor en territorio colombiano, que la noticia de la entrega del informe final de la Comisión de la verdad el pasado 28 de junio fue más que alentadora.
Si bien Colombia es un país que en temas de construcción de la paz y la memoria se encuentra todavía profundamente fracturado, en tanto algunos sectores políticos han hecho de la guerra su principal botín de puestos gubernamentales y herramienta de polarización, los avances logrados por diferentes colectivos en el país, así como el trabajo de las instituciones nacidas a la luz del proceso de paz firmado en el 2016, han permitido dar pasos importantes hacia la reconstrucción del tejido social.
Como se ejemplificó con los largometrajes de la apertura del FICCBA, el cine es uno de los múltiples lenguajes que puede coadyuvar en la construcción de una paz estable y duradera en tanto los recursos audiovisuales permiten empatizar con el narrador/a más directamente, ubicando, por ejemplo, a la memoria como un lugar central en la reflexión para la reconstrucción del pasado. Sin embargo, y pese a la existencia sostenida múltiples esfuerzos desde el cine, el teatro, la literatura y otros espacios que se han dado en Colombia en las últimas décadas, este proceso de construcción de memoria ha tenido un camino pedregoso.
El discurso del “enemigo interno” instalado como oficial desde hace décadas ha calado muy profundo en diversos sectores de la población, y ha hecho más difícil el empatizar con esos otres que desconocemos, tanto con poblaciones históricamente subalternizadas y olvidadas como con quienes han hecho un proceso de dejación de armas (pasando por el reconocimiento de responsabilidades y el aporte a la verdad, suscrito en el acuerdo). Aunque, como se mencionaba antes son múltiples los procesos de diversos sectores sociales, académicos y artísticos por aportar a la construcción de memoria, la consolidación y entrega del Informe de la Comisión de la verdad el pasado 28 de junio debe llenarnos de esperanza al poder abarcar una mayor amplitud de experiencias, así como de trabajo para promover su comprensión y diálogo.
La Comisión de la Verdad es un organismo creado en el marco del proceso de desmovilización de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) con el gobierno de Juan Manuel Santos en 2016, el cual, junto con otras instituciones como la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) o la Unidad de búsqueda de personas dadas por desaparecidas, ha permitido al país avanzar en el camino del reconocimiento de un pasado doloroso para la construcción de un presente en donde no se invisibilice el dolor de ninguna persona o comunidad y se avance tanto como sea posible en su reparación, recordando que la verdad sobre los acontecimientos o el paradero de un/a desaparecido/a es muy importante para las familias en particular, pero también para la reconstrucción del tejido social general.
Por tanto, la entrega del informe final de la Comisión titulado Hay futuro si hay verdad*, es un insumo invaluable para la reconstrucción de esta nación rota, para el reconocimiento de las múltiples voces y vivencias que coexisten en el territorio pero que ni el Estado, ni la escuela, ni los medios nos han acercado eficazmente a conocer. El pasado 28 de junio, la Comisión le entregó al país, en un acto corto pero muy significativo, con la presencia de más de 400 víctimas de toda la geografía nacional en el teatro Jorge Eliécer Gaitán, apenas 3 apartados de la totalidad del informe: La declaración de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición; el volumen testimonial; y el capítulo de hallazgos y recomendaciones, entregado al presidente electo Gustavo Petro, ante la inasistencia del presidente Iván Duque (quien ya tenía salvedades sin haber leído una página). Quedan pendientes por entregar los demás apartados entre los que se encuentran el capítulo étnico, un capítulo dedicado a quienes se encuentran en el exilio, uno dedicado a las violaciones a los DDHH y al DIH, otro concentrado en las mujeres y la población LGTBIQ+, entre otros, completando 10 ejes temáticos en total.
A la población civil en general nos queda aunar esfuerzos para que estas páginas de dolores, relatos y vivencias puedan llegar a dignificarse en el reconocimiento de nuestro pasado como nación en el caso colombiano, pero también como parte de las experiencias latinoamericanas. Aquí, las diferentes narrativas audiovisuales (como las expuestas durante el ciclo “Estéticas de la Memoria” en el marco del FICCBA que no solo muestran documentales y películas colombianas sino también argentinas**), fotográficas (como los imprescindibles trabajos de Jesús Abad Colorado), teatrales (como las impulsadas por nuestra ahora Ministra de Cultura Patricia Ariza), entre otras, se hacen necesarias para que nadie pueda negar lo ocurrido. Desde mi lugar en particular, a los/las/les docentes un llamado para asumir este nuevo reto ético y político de comprender la trascendencia del momento histórico que vivimos; y quienes leen esto en las naciones hermanas de nuestra América, un llamado a acompañar un proceso que será difícil, pero necesario en el continente.
Cierro con una cita de la Declaración de la Comisión:
“Un mensaje de la verdad para detener la tragedia intolerable de un conflicto en el que el ochenta por ciento de las víctimas han sido civiles no combatientes y en el que menos del dos por ciento de las muertes ha ocurrido en combate. Una invitación a superar el olvido, el miedo y el odio a muerte que se ciernen sobre Colombia por causa del conflicto armado interno.” (Comisión de la Verdad, 2022. “Declaración de la Comisión para el esclarecimiento de la verdad, la convivencia y la no repetición”, p. 9).
*Cabe aclarar que el informe no es una “verdad” finalizada, institucional o burocrática, es un insumo para el diálogo.
**Vale mencionar que también se dispone de manera pública y gratuita de producciones audiovisuales en la página de RTVC para el caso colombiano, o CINE AR para Argentina; así como de espacios de proyección gratuita o a bajo costo, como la Cinemateca Distrital en Bogotá, o el Gaumont o el Centro Cultural San Martín en CABA.