Por Ana Paula Marangoni / Foto: Analía Cid
Si bien los movimientos feministas veníamos dando un paso a la masividad desde la primera marcha “Ni una menos”, el 3 de junio de 2015, la llegada del debate por la legalización del aborto al Congreso marcó un significativo salto cualitativo. Cómo hacer de nuestra fuerza una avanzada de derechos.
Lo que las mujeres, lesbianas, travestis y trans vivimos en apenas unos años fue sin duda una revolución que abarcó desde marchas desbordantes de vida hasta debates que no pararon de crecer: entre amigas, en la mesa familiar, con relaciones afectivas, de pareja, chongxs o amores free lance, hasta programas de televisión marquetineros y faranduleros como Intrusos. Las redes sociales supieron arder con ping pong de opiniones, escraches e interpelaciones directas a formas culturales de vivir, relacionarnos y trabajar, totalmente naturalizadas. Se dejaron de escuchar bandas, se cuestionó el abuso y el machismo en el rock, se escrachó a militantes estrella con prontuarios secretos de violencia y/o abuso. Se habló de la romantización del machismo en los vínculos, del trabajo doméstico y de cuidado no pago, y entendido por muches como “amor”. Salieron aguerridas las antiprincesas y el reclamo por infancias libres de estereotipos. El lenguaje inclusivo puso en jaque a los fanáticos de Reales Academias extranjeras. Se habló de desigualdades económicas y de representación en todos los ámbitos, especialmente en los cargos jerárquicos económicos y políticos. Con menos fuerza, lamentablemente, se visibilizaron los travesticidios y se sigue la lucha por el cupo laboral trans.
En cuatro años, básicamente, se cuestionaron mandatos naturalizados que encubrían una y otra vez una estructura machista para la que hay sujetos de primera y otres de segunda.
Las luchas feministas de larga trayectoria pudieron diseminarse y generar debates para toda la sociedad.
2018 nos encontró con el suceso histórico de que se debatiera por primera vez la legalización del aborto en Argentina, que una vez más conjugaba una nueva sensibilidad social con el esfuerzo de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito surgida en 2005 en un Encuentro Nacional de Mujeres.
Frente a la reacción de sectores ultra conservadores, que defienden un modelo de familia único y que no pretenden ahondar en la cruda realidad de las mujeres que año a año optan por el aborto clandestino, se intentó desviar un problema de salud pública, producto en muchos casos de la vulneración que sufre la mujer por parte del Estado y de la sociedad en ámbitos públicos y privados, hacia un dilema de falsa moral, en el que aparentemente lo que estaba en juego era “la vida”. Pero con la convicción de no dar respuesta a la problemática en ningún aspecto, lo que sin duda es el abandono de cada vida a su propia suerte.
Así surgieron los pañuelos celestes, en respuesta al éxito de un emblema creado por la Campaña por la legalización del aborto en Argentina y que en poco tiempo copó todas las calles. El pañuelo celeste fue un intento desesperado de sectores conservadores, especialmente de iglesias católicas y evangélicas (vale decir que hacia el interior de esas iglesias hay opiniones diferentes, por eso es necesario resaltar que hay sectores en particular que sostienen la clandestinidad del aborto), por transformar un debate en un combate entre posturas contrarias y respetables. Falsa dicotomía la de oponer la negación de un derecho a su tratamiento, y dar la espalda a una problemática de mortalidad, que abarca también otras esferas como la salud, la paternidad ausente, la crianza deseada y responsable, etc. Falsa dicotomía la de creer que una ley pueda vulnerar las opciones religiosas de cada ser humano. El Estado es un marco de derechos, mientras que cada persona tiene libertad para ejercer su credo. Una ley no obliga, solo garantiza el acceso en condiciones apropiadas.
Las multitudes que se acumularon en las inmediaciones del Congreso para la votación en ambas cámaras, demostraron una vez más la vitalidad de los feminismos y un consenso general sobre el tema. Solo el feminismo logró demostrar que una lucha puede ser una fiesta, una reunión de amigas, un ritual, y un evento multitudinario sin micros ni aparato de partidos políticos. En definitiva, puso en orsay formas tradicionales de movilizarse. Supo ser mates o birras, festival, música en escenarios, abrazos y encuentros, feria, performance artística y también columna. Un desborde de heterogeneidad y pluralidad en todo sentido.
Sin embargo, toda esa fuerza no alcanzó para que la ley saliera, especialmente en el Senado, la cámara que más distante se encuentra de la expresión ciudadana, más ligada al machismo conservador de provincias con índices altísimos de embarazo adolescente y abuso. La cámara de privilegios donde una senadora votó en contra confesando no habiendo leído la ley y otro senador defendió lisa y llanamente la violación.
La contradicción se hizo presente una vez más en nuestros cuerpos, calados por la lluvia y el frío. Logramos lo impensado, y, aun así, no pudimos ganar la pulseada más rígida del poder. Lo entendimos rápido, aunque no sin dolor: la lucha continúa.
No es de extrañar que nuestro protagonismo en la cuarta ola del Feminismo hiciera cortocircuitos con los armados políticos previos al año próximo. En 2015 CFK terminaba su mandato de dos gobiernos y nunca tuvo que dar demasiadas explicaciones sobre su negativa a tratar la ley de aborto. La misma persona votó este año a favor de la ley. Acaso impulsada por una ágil lectura de cambio de escenario.
Pero pasaron cuatro años de revolución, y discursos como la disertación reciente de CFK en un foro de pensamiento crítico de Clacso, ya no pasan desapercibidos. Mucho menos cuando lo que se está debatiendo es el armado de un frente político que pueda hacer frente al neoliberalismo.
Si los feminismos pudieron ser una transformación de la sensibilidad y un cuestionamiento que va desde la subjetividad patriarcal hasta las estructuras políticas neoliberales, ¿cómo es posible plantear un frente anti neoliberal que ponga en el mismo escalafón, no ya la libertad de credo, sino el emblema de sectores que buscan negar derechos de miles de mujeres amparados en argumentos religiosos? Si lo que hay que enfrentar es una sensibilidad neoliberal, ¿cómo se la enfrenta esgrimiendo al consumo como el principal dador de igualdades?, ¿aun cuando el aumento del consumo sin la transformación de subjetividades creó silenciosamente el suelo electoral del macrismo?
Tal vez haya quienes planteen que una disertación en Clacso puede ser utilizada como un prematuro discurso de campaña, y que como tal, no hay que darle importancia porque solo busca “conquistar votos” antes de debatir posicionamientos. Pero si aún en un foro de pensamiento crítico, los debates se sustituyen por discursos de campaña, ¿en qué momento se debate con la figura que representa en mayor medida a tal oposición? ¿Se le perdona la mención de pañuelos celestes y verdes como banderines de equipos de fútbol? ¿Se la obvia indulgentemente, esquivando lo que implica la construcción de un frente neoliberal? ¿Armamos el anti argumento de “primero hay que ganar”, para luego debatir, en un futuro imaginario, como se construye un frente de tal índole en un panorama latinoamericano y mundial fuertemente complejo? ¿Ubicamos las demandas del movimiento más vital de estos últimos años en un orden de igualdades: “ustedes van a estar, y los antiderechos también”?
Cada movimiento y cada figura tiene responsabilidades por lo que dice. El diálogo con CFK es inevitable. Y si su palabra no se ajusta al cambio de época en necesario señalarlo. Y si los líderes políticos no están a la altura de los debates, hay que producirlos, una vez más, como desborde.
Los feminismos, por otra parte, nos enfrentamos a largos y necesarios debates. Cómo hacer de nuestra fuerza una avanzada de derechos. Cómo lograrlo en un contexto que vuelve, como un viejo hit, a darle centralidad a la Iglesia no solo como amigo inseparable del Estado sino como aliado político imprescindible. Cómo conquistar lugar en la política sin diluir nuestras luchas, que son urgentes porque están directamente unidas a la pobreza, a la exclusión y la desigualdad. Cómo no perdernos en un diálogo entre convencidas. Cómo no ser utilizadas por figuras para las que aportamos un plus de corrección política y nada más.