Por Noelia Leiva. La comunicadora musulmana Vanessa Rivera de la Fuente analiza cómo operan los estereotipos occidentales y machistas en la creación de la mujer que sigue el Corán. Separa lo que dice la letra sagrada de las decisiones políticas opresivas.
“El feminismo es una manera de estar en el mundo y el camino espiritual de cada quien”, define Vanessa Rivera de la Fuente, que entiende al musulmán, su religión, como un terreno desde donde dar la lucha para quitar al patriarcado de la vida de las mujeres, incluso de los aspectos que parecen más naturalizados. Chilena, comunicadora y educadora, es pionera en analizar el entramado de poder que opera en, al menos, dos vías: la reducción occidental a la mujer islámica como un objeto pasivo ante el mando del varón y el intento de ‘confundir’ lo que señala el Corán con normas políticas opresivas de algunos Estados en los que se practica esa fe.
Se acercó al Islam luego de una búsqueda personal que se dio de la mano de sus estudios sobre filosofía. Desde esa “opción espiritual” es que analizó cómo la idea cristiana de Dios atraviesa incluso el concepto feminista que celebra el ateísmo como escape del machismo más instalado en las raíces de la cultura. En diálogo con Marcha, cuestionó el rol de los medios en el ocultamiento de los movimientos de mujeres musulmanas que luchan por la equidad y echó por tierra la idea hegemónica de que su fe es, por inmanencia, el vademécum de la opresión falocrática.
-Cuando las personas musulmanas reproducen los dogmas del patriarcado ¿se puede asegurar obedecen interpretaciones del Corán que fueron aprendidas o inculcadas?
-El Corán no es las interpretaciones del Corán, así como las leyes no son la jurisprudencia. Lo que actualmente se enseña, maneja y habla son las narrativas construidas a partir de lo que algunas personas entienden del Corán pero no es el Corán en sí. Toda revelación tiene una dimensión universal o metafísica y una dimensión histórica. El problema con el Corán, así como con otras revelaciones, es que se volvió dogma la dimensión histórica, que es de por sí dinámica y contextual, y se tomó literal la dimensión metafísica, que es subjetiva, es decir, no se le puede dar un marco definido, general y cerrado, por cuanto cada persona la vive de modo diferente. No es casualidad, como no lo es en la ciencia, la historia, la antropología y el derecho, que las lecturas, interpretaciones y perspectivas androcéntricas sean las predominantes. Lo importante es que se pueden revisar, analizar y deconstruir desde nuevas miradas que tengan en cuenta el género, los derechos humanos y la justicia social.
-Hay movimientos de mujeres que sostienen que cualquier religión, sobre todo las monoteíastas constituidas en base a una deidad masculina, son machistas por inmanencia y que rebelarse implica ser atea ¿Qué opina de esa lectura?
-Opino que es limitada. Entonces dejemos de lado todo conocimiento, porque todo saber y sentir en este mundo patriarcal están pensados por, de y para el hombre como categoría dominante. Quien sostiene que es imposible deconstruir desde el feminismo las religiones porque son patriarcales le da la razón al patriarcado religioso, confirma el control del falocentrismo de la vida espiritual de las mujeres y su dogmas androcéntricos, especialmente aquel que sostiene que las mujeres somos advenedizas en los ámbitos religiosos y nuestro papel es siempre el de silenciosas consumidoras de productos espirituales.
-¿Cuál es el concepto de “Dios” en el Islam?
-No es el de Dios Padre. Esta generalización de la idea cristiana de Dios como válida para toda religión o creencia demuestra los grados de soberbia que manejan ciertas feministas cuando establecen “verdades” que sólo son meras aproximaciones personales. Un feminismo que confirma y defiende la idea de que hay mujeres condenadas a la subalteridad en cualquier ámbito, por su raza, origen, geografía o espiritualidad, no sólo es anacrónico, sino anti-mujeres y bastante egocéntrico ya que, curiosamente, defiende un único modelo de emancipación “a su modo”.
-¿Dónde identifica esa clase de concepciones?
-Es una idea muy del feminismo blanco, ateo y colonial y, como dice (la antropóloga feminista) Rita Segato, de las mentes blanquizadas que funcionan bajo sus premisas, para el cual las dimensiones espirituales no son importantes y mira desde arriba a las mujeres que las tienen. Resulta que la dimensión espiritual sí es importante, no sólo por la alta participación de las mujeres en ella sino porque el despertar de la conciencia feminista y los procesos de empoderamiento tienen una dimensión espiritual en sí mismos. En el sur del mundo y en América Latina en particular, es imposible separar el devenir de las mujeres de su espiritualidad. Es un continente con mucha diversidad religiosa y muchas expresiones espirituales, no sólo las monoteístas sino también aquellas cosmovisiones de la Pachamana o el sincretismo afro-animista del Brasil, por ejemplo. Darle la espalda a la perspectiva feminista en esos ámbitos es querer ser deliberadamente miope, porque donde haya mujeres debería estar el feminismo presente sin excepciones.
-Incluso en esta parte del mapa, suele tenerse el dato de que las mujeres que practican el Islam deben guardar obediencia en su vestir y su actuar en función del dominio del varón. Quizás esa sea la lectura hegemónica dominante ¿Usted cómo lo entiende?
-Tenemos que hacer una distinción que nunca se hace ya que, como menciona en la pregunta, las personas consumen información hegemónica: una cosa es lo que dice el Corán, otra lo que dicen los que lo interpretan y otra los ordenamientos jurídicos de los países cuya población es en mayoría musulmana. Hay que distinguir la narrativa sagrada de la función política que se le da. Esta confusión es patente sobre todo en lo que se refiere a la vestimenta: el Corán no obliga a nadie a nada ya que, como dice, “no hay compulsión en la fe”. Las élites religiosas conservadoras y dogmáticas, apoyadas por Arabia Saudita, por ejemplo, tienen leyes que obligan a las mujeres a cubrirse. No obstante, si vamos al Corán, sólo recomienda “modestia” y esta modestia la ordena primero a los varones, cuando les dice que “bajen la vista” si lo que ven les perturba. Luego se dirige a las mujeres. Ahora bien, la “modestia”, lo que “perturba” o “llama la atención” varía en culturas y contextos. Si se trata de no llamar la atención, estoy segura de que usando una burqa (NR: tipo de vestimenta femenina islámica) en plena peatonal Lavalle no se cumple el objetivo, sino todo lo contrario. Otra cosa es que las élites religiosas en Occidente quieran arabizar a la gente imponiéndoles sus ropas, usos, lenguajes y costumbres, pero eso no atañe a lo religioso, sino a lo político. Por otra parte, creo que el debate de la ropa femenina en el Islam tiene, en sí mismo una función política.
-¿Por qué?
–Porque, por un lado, apela a distraer la atención de aquello que es realmente importante con respecto a las mujeres musulmanas, y es que somos sujetas de derechos civiles y espirituales, tanto en Medio Oriente como en las comunidades occidentales. Esos derechos no siempre se respetan, se fortalecen ni se visibilizan, tanto allá como acá. Por otro, reduce nuestra presencia en la sociedad a un mero objeto sin voz ni acción que se cubre o no se cubre, lo cual es bastante sexista y racializante. Hay normas de vestuario para entrar a una iglesia católica, ¿verdad? Lo sé porque yo fui católica. Pero no vemos a la gente gastando saliva ni tinta hablando de eso, no se escriben columnas en periódicos ni se hacen documentales, ni debates televisivos.
-En una entrevista, usted señala que el uso del hiyab, el código de vestimenta islámica, es “un derecho de la mujer musulmana”, no una obligación ¿Por qué?
-¿En qué situaciones usted elige ejercer su libertad de expresión? Imagino que la ejerce cada vez que puede y quiere, excepto cuando alguien se lo impide o cuando se lo imponen, en esos casos ya no es derecho. Aquí es lo mismo. Una mujer musulmana, de acuerdo al Corán, puede elegir llevar pañuelo islámico y esto es entre ella y Dios porque “no hay compulsión en la fe”. Otra cosa es que a una mujer le impongan usar o no usar lo que quiere, en ese caso habría que preguntarle a quien corresponda por qué le importa tanto el cuerpo y la ropa de un tipo de persona en particular. ¿Por qué es tan importante y conflictivo para la gente lo que viste o no viste la mujer musulmana y no lo es lo que viste la judía, la cristiana, la católica ortodoxa, la atea, la santera o la Hare Krishna?
-En algunas zonas de Oriente las mujeres integran movimientos de resistencia, a la par que los varones, como el PKK Kurdo ¿Por qué esa información no se comparte en los medios occidentales?
-Porque una mujer musulmana oprimida, así como un musulmán, violento es rating seguro. Una mujer musulmana creando un software, ganando un Nobel o conquistando las siete cumbres más altas del mundo o un grupo de hombres musulmanes protestando contra la violencia de género no son noticia, no es vendible, no genera debate y, encima, le da a la gente algo a partir de lo cual cuestionarse a sí misma y sus propios prejuicios, algo que a nadie le gusta hacer.
-¿Está de acuerdo, no obstante, con que muchas mujeres musulmanas deben ser “liberadas” de la opresión del patriarcado?
-¿“Ser liberada” por quién? ¿De dónde sacan que necesitamos ser liberadas? Para hablar de Islam y de mujeres musulmanas primero hay que descolonizar la cabeza de los prejuicios y construcciones de alteridad que se manejan como si fueran axiomas de realidad. Eso de “liberar” a las musulmanas es muy de las Ongs de la cooperación internacional que necesitan un modelo de mujer pasivo, ignorante, reducido emocional e intelectualmente en algún lugar del sur del mundo, para justificar su trabajo, sus proyectos y subvenciones. Lamento disentir, pero creo que las mujeres musulmanas nos podemos liberar a nosotras mismas y creo que las compañeras en Egipto, en Siria, en India, en Túnez y Marruecos demostraron eso desde hace tiempo: salieron a la calle a pedir leyes más igualitarias, se abocaron a la hermenéutica de la religión para des-construirla, están creando asociaciones para terminar con la violencia, con las leyes de familia que las perjudican. Lo que sería útil es que dejaran de tratarnos en base a estereotipos y superasen el espíritu redentor y misionero desde el que nos ven todo el tiempo como objetos “a liberar”; que empiecen reconocer nuestra propia acción.