Por Noelia Leiva. El periodista sentenció que una chica trans sería “padre biológico” en lugar de madre. Como comunicador, incentiva la conservación de los estereotipos patriarcales en la TV. La lucha por erradicar el machismo.
Para el periodista Eduardo Feinmann, “la sociedad está perdida”. Si él fuera el único representante de esa comunidad, hasta se le podría dar la razón. Cuando una panelista de su programa contó que Casandra Crash, conocida como ex asistente del mediático Santiago Bal, difundió que quería ser mamá y que, como es trans, acordó inseminar a una amiga que llevará el embarazo, sus categorías patriarcales marcaron “error”. Sentenció que ella sería en verdad el “papá biológico” y que “no se piensa en el niño por nacer”, lejos de entender que alguien puede construirse socialmente con características distintas de las que se supone que asigna lo biológico. En su voz, los parámetros arcaicos gritan desde la pantalla chica.
Cuando la comunicadora Marcela Tauro llevó a la pantalla de C5N la noticia, balbuceó y se puso seria. Evidentemente no sabía cómo decir eso que tenía para contar, por más esfuerzo que hizo para distanciarse de los cuestionamientos sexistas del conductor. Casandra, vista en varios programas de televisión por su proximidad con el mundo del espectáculo, decidió tener un hijo o hija con su pareja, Marcelo, y para eso le pidió a una amiga que llevara en su vientre al bebé que nacería de un encuentro íntimo, acordado y consentido. Hasta ahí los datos, que recurren a la vida privada de los protagonistas. El problema vino cuando Feinmman necesitó asimilar en sus categorías eso que, seguramente, consideró como contrario a lo “natural”.
“Este nene va a tener una mamá biológica, un papa biológico, una mamá de la vida y un papá de la vida. ¿Cómo tiene que llamar a su papá de la vida? No piensan en el niño por nacer”, lanzó el indignado, que aseguraba que la decisión de apelar a lo que la naturaleza le dio a Casandra para procrear, la convertía en el varón portador de la paternidad. Sus dichos son un banquete para la crítica sobre cómo opera el machismo en una de sus caras más odiosa: la discriminación al colectivo trans.
Pero ¿importa lo que diga Feinmman? Fiel a los alegatos conservadores que preconizan la intromisión del Estado y la Iglesia en las decisiones personalísimas, su postura lo constituye en un paladín televisivo del paradigma que genera violencia y que en la calle se convierte en insultos, golpes, abusos y hasta muerte de chicos y chicas trans. O en las barreras para acceder a la atención de la salud y el trabajo dignos. En la arena mediática, obstaculiza el desarrollo de la pluralidad de voces porque enfrenta a quienes consideran que el cánon occidental y cristiano es el “natural” con los y las que le ponen el cuerpo a lo entendido por “diverso”. Entonces sí, importa.
“Sabemos quiénes son los periodistas que no tienen en claro que cada uno puede vivir como quiere”, denunció ante Marcha, Marcela Romero, presidenta de la Asociación de Travestis Transexuales y Transgéneros de Argentina (Attta). “Ni siquiera ponen el tema en debate, sólo existe (desde su óptica) el hombre y la mujer, que no lo es si no tiene hijos”, cuestionó la referente.
La lucha por la equidad empieza con discutir qué es “normal” y desde qué mirada, más desde los medios, ámbitos de legitimación del discurso hegemónico. Cuando el micrófono es la herramienta para condensar la discriminación, también opera la intención de “desprestigiar y humillar” al colectivo, “sin saber que hay una ley, la de Identidad de Género, que sostiene que no importa con quién te acostás, seguís siendo vos”, enfatizó Romero.
La cárcel de las etiquetas
Según la norma 26.743 sancionada y promulgada en 2012, “se entiende por identidad de género a la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo”. Es decir que, tan públicamente como la persona decida, su nombre y su ser se constituirán por fuera de lo biológico o, al menos, sin tomarlo como único condicionante. O sea que Casandra será mamá si así lo quiere, como todo sujeto o sujeta que asuma ese rol.
Hay tramas que aún no se redibujan ni con la letra escrita ni con el fortalecido movimiento de lesbianas, gays, bisexuales, trans, intersex y queers (Lgbtiq), aunque la lucha está dada. “Si es difícil que la sociedad entienda nuestra construcción de identidad, más lo es que el deseo de ser padre deje de ser leído como algo atado a lo biológico y genital. Feinmman cree que Casandra va a ser papá porque tiene un aparato reproductor masculino”, cuestionó Gian Franco Rosales, coordinador nacional de Hombres Attta.
No pesa sólo que se espera que el varón aporte su semen fundador y que la mujer sea el albergue de la creación de su compañero, sino que se supone que un núcleo familiar es aquel compuesto por dos personas que jueguen esos roles. “Estamos en una sociedad muy avanzada pero que todavía piensa en ‘familia tipo’ cuando lo que hay son ‘tipos de familia’”, apuntó el estudiante de Ingeniería en Informática, que busca que no lo obliguen a “entrar en el casillero de hombre” para constituirse como él quiera.
La ley 26.485 busca erradicar esos lugares comunes, al calificar la violencia mediática como la ejercida por una “publicación o difusión de mensajes e imágenes estereotipados a través de cualquier medio masivo de comunicación” que “difame, discrimine, deshonre, humille o atente contra la dignidad de las mujeres”. Aunque la norma sólo habla de ellas, la necesidad de erradicar el dedo acusador patriarcal excede a esa otra etiqueta, la de ser identificada con lo femenino, y clama por todos y todas. Le equidad es la destrucción de la cárcel del “deber ser” asignado para liberarse en el “ser deseado” y construido.