Por Gonzalo Reartes
Inauguramos la sección #ElPartidoDeMiVida con el ascenso de Excursionistas. El relato en primera persona de lo vivido aquel memorable 11 de junio de 2016.
Ya temprano en el aire se podía presentir que algo histórico se aproximaba. Que aquellos fieles y leales peregrinos, aquellas almas sufridas que tantas veces pasaron por la esquina de Pampa y Miñones sosteniendo en las manos una frágil ilusión iban a encontrar ese día el tesoro al final del arcoíris, la perla en lo profundo del océano. Los banderines verdes y blancos que colgaban a lo largo de la calle La Pampa, desde la Avenida Libertador, adornaban el Bajo de un sentimiento de esperanza, de revancha contra un destino cruel e injusto. Los corazones villeros, que venían soportando partidos tremendos, batallas increíbles, se preparaban para una hazaña más, la definitiva, la crucial.
Después de 21 años de militar en la primera C, el 11 de junio de 2016, ante ocho mil almas, Excursionistas ganó su partido de local frente a Sacachispas por un tanto contra cero, convertido por una de sus piezas clave a lo largo del torneo: el central Ramiro Montenegro. Aquel día, el recibimiento para el Villero hizo estremecer a quienes se hallaban presentes en el Bajo Belgrano. Fuegos artificiales, miles de papelitos, globos, banderas, un humo verde que todo lo inundaba. Era la gente del Verde que hacía sentir a sus jugadores que estaba ahí, como siempre, como nunca. Sin embargo, cuando el silbato del árbitro Leandro Rey Hilfer sonó, todo fue nervios y expectativa. Hinchas caminando al lado del alambrado, como leones enjaulados, yendo y viniendo, pisando cigarrillos, revisando el celular para ver cómo iba el partido de Italiano (que llegaba a esa última fecha dos puntos debajo de Excursionistas).
El gol de Montenegro fue un grito que estuvo contenido, raspando la garganta, esperando salir, esperando estallar durante 21 años. Un gol de esos que se gritan tres, cuatro minutos, con bronca. Poco importa que por un momento todos los corazones villeros se paralizaron cuando un cabezazo de Ayala terminó en la red y en gol de Sacachispas; esas almas volvieron a respirar al ver que el juez de línea, Diego Romero, levantaba su bandera y cobraba fuera de juego. Italiano ganaba su partido uno a cero a Sportivo Barracas. Pero el Verde hacía los deberes en casa. La ilusión estaba intacta.
El ascenso es una emoción difícil de explicar. El pitazo del final desencadenó lágrimas, risas, abrazos. Emoción que flotaba, que se iba hasta las nubes, para abrazar a los que ya no estaban, que compartieron tantas canchas, tantos palos de la policía; esa que no puede entender, que nunca va a entender, lo que es el amor, el amor sincero por los colores. Los hinchas de Excursio se miraban, sin saber qué decirse, se comunicaban con ojos vidriosos, emocionados, risas, abrazos. Auténticas postales de una tarde villera que en el Bajo nadie nunca olvidará.