Mariana Brito Olvera (*). El relato en primera persona desde la mirada de una militante, feminista y migrante que tiende puentes de memoria entre Argentina y México atravesados por los 24 de marzo porteños.
El verano termina. Mientras camino por Av. de Mayo y veo las pequeñas hojas que comienzan a caer de los árboles, pienso que justo por esta época, pero dos años atrás, llegué a vivir a Buenos Aires. Pienso en mis primeros acercamientos a la ciudad y se me viene a la mente esta misma avenida, pero no llena de autos, como ahora, sino de gente. Miles de personas gritando, moviendo las manos de arriba abajo, sin parar.
Era un 24 de marzo de 2016 y se cumplían los 40 años del golpe militar en la Argentina. Asistí para comenzar a ver cómo eran las movilizaciones acá. Los cantos eran muy distintos. Lo puedo decir sin dudas: yo, que nunca he puesto un pie en un estadio de fútbol, lo más cerca que he estado de la efervescencia futbolera es acudir a una manifestación argentina –olé, oléeeee, olé, oláaaa-. La entonación también era muy distinta y se oía un constante sh en muchas palabras –como a los nazis, les va a pasar, a donde vashan los iremos a buscar, olé oléeee, olé oláaa-.
Era evidente: estaba en otro país, y, sin embargo, yo viví esa marcha histórica como un presente cercano, anclado a mi cuerpo y mi garganta. Yo venía del país de lxs desaparecidos. Del país de los 43, de los 43 que se desglosan en cifras espantosas, inconmensurables, incontenibles, desbordadas en cada rincón de nuestro territorio. Venía -vengo- del país de la incertidumbre, del país donde hay mujeres que lo primero que se preguntan al despertar es dónde están. Sus hijas, sus hijos, sus familias. Las nuestras. Venía -vengo- de un pueblo que también está en busca de Memoria, Verdad y Justicia.
Quizás sin saberlo vine a buscar en el pasado sudamericano el presente de mi país. Creo totalmente que la historia no se repite: que los pueblos, las personas, las miradas, los gestos, no se repiten, son únicos. Pero sí creo en las historias compartidas entre pueblos hermanos, hermanados en su dolor, en su rabia, en su rebelión y en su capacidad de memoria. Creo en las mujeres de los pañuelos blancos, que en sus pasos cargan toda la memoria de cuarenta años de historia argentina y que en sus huellas nos dejan trazado el camino por donde debemos seguir. Creo en el amor de las abuelas, que con su cariño militante han seguido, hasta encontrarles, los pasos de lxs que considerábamos perdidos y perdidas y a quienes han dotado del regalo de conocer su identidad. Creo en quienes estuvieron allí, en el centro del campo, siendo testigos de lo innombrable, y que sobrevivieron para decir porque luchábamos nos desaparecieron y porque aparecimos seguimos luchando. Creo en esa fuerza imperturbable, en esa rabia dirigida como un misil, que es al mismo tiempo acariciadora como una sonrisa, emancipadora, combativa, rebelde.
Cada vez que escucho 30 000 compañeros/as detenidos/as desaparecidos/as y pronuncio presentes se me quiebra un poco la garganta. No puedo evitarlo. Y recuerdo mi país de ausencias, mi país de portarretratos vacíos, mi país de mesas esperando. En medio de ese hondo hueco que nos dejan lxs que nos faltan, pienso también en las presencias, y entonces recuerdo la tez tostada de lxs que luchan bajo el sol, en medio de un campo abierto donde se pierde y se gana la vida. Hombres, mujeres de maíz, que se desgranan brindándonos el alimento, el nutriente de la lucha. De ellxs también aprendemos, a no rendirnos, a no mandar todo a la chingada, a seguir dispuestas a ver el amanecer, el sol sobre nuestros ojos y nuestras pieles.
Encuentros
Me acuerdo siempre de doña Cristi, madre de uno de los 43, de sus palabras cuando vino a la Argentina: “nos dicen luego que no hablemos, que porque somos de los pueblos indígenas y no sabemos hablar bien el español, pero no nos importa, no nos vamos a callar, porque en México hay miles de desaparecidos y desaparecidas, por eso aquí en Argentina es importante estar con las Madres de Plaza de Mayo, porque ellas llevan cuarenta años luchando y porque compartimos el mismo dolor, es el mismo dolor de no ver a nuestro ser querido”. También nos explicaba en un café porteño aquel septiembre del 2016 junto a Norita Cortiñas, quién pasaba por su cuerpo de madre cada palabra de su relato, “yo sé que ahí tengo que estar, si no estoy ahí en eso, pues siento que mi hijo va a pensar que ya lo olvidé, que ya no lo estoy buscando, que ya no estoy luchando para saber qué pasó. Por eso yo les digo a las demás madres y padres que tenemos que seguir, porque si no nuestros hijos van a pensar que olvidamos y pues no olvidamos.”
Ver a doña Cristi y a Norita Cortiñas conversando me hizo comprender que para mí Buenos Aires ha significado esto: un espacio de encuentro, de convergencia entre lo propio y lo ajeno, pero siempre, siempre, lo nuestro. Fue aquí donde además de palabras argentinas, comencé a escuchar la voz de toda nuestra América: del Paraguay, Bolivia, Chile, Colombia, El Salvador, Honduras, Venezuela, Brasil, Perú. Palabras, tonos, sonrisas de todas las nacionalidades y a la vez sin nacionalidad, porque seguimos trabajando por esa gran unión de nuestros pueblos con la que tantos y tantas soñaron.
Es cierto que acá los inviernos son más fríos. Que el aire se cuela por los agujeritos de las ventanas y entonces hay que estar calentando el agua a cada rato y servir un mate tras otro mientras vemos correr el día. Es cierto que mientras es invierno, allá, de donde vengo, comienza el verano. Es cierto que acá el sol se oculta antes; también vemos el destello de la luz más temprano. Pero al final a todxs nos llega el sol y hay que aprender a vivir poniendo los ojos en donde estamos.
He vivido aquí casi como cualquier argentina de a pie, con la avanzada del macrismo, sus ajustes, tarifazos, reformas, represiones. En México eso comenzó hace tiempo y se agilizó durante el último gobierno presidencial con las llamadas “reformas estructurales”, que se implementaron pasando desde el ámbito laboral hasta el de las telecomunicaciones. En cada región hay matices peculiares, pero el plan siempre es el mismo: el despojo de nuestras vidas, de ahí la importancia de pensarnos en clave regional.
A veces, cuando hablo con mis amigas y amigos mexicanos, tienden a decirme que me escuchan muy argentina; mientras que mis amigas y amigos argentinos me dicen que hablo muy mexicana. Y a veces también digo po y me chilenizo o digo maje y me centroamericanizo. La verdad es que ya no me importa mucho si hablo de tú, si hablo de vos, si hablo con wey, si digo che, si me argentinizo o me mexicanizo, porque ésta es nuestra lengua y he aprendido a quererla en sus diferencias, a cuidarla en sus matices que no nos impiden comunicarnos. Siento lo mismo por esta ciudad, por este país y su historia, que me he reapropiado y que defiendo como se defiende lo que amamos. Como dijo Guevara, donde sea en cualquier continente, vamos dando batalla por un mundo que sea diferente. Por eso, este 24 de marzo, marchamos.