Como parte del especial #SomosMultitud, Mónica Santino, jugadora de fútbol y DT, sí, pero también activista por los derechos humanos nos cuenta sobre aquel día en que la Esma abrió sus puertas al pueblo. Y también, el día en que conoció a Néstor Kirchner.
Por Mónica Santino* / Foto Matias Baglieto
Las manifestaciones callejeras forman parte de nuestra vida contada. Son las tardes y noches que recordamos como esas en las que pudimos algo. Con muchos y muchas, apretados y apretadas en cuerpo y corazón. Caminando, cantando. Con la sensación de que nada ni nadie nos puede correr ni derrotar.
Marzo de 2004. Veníamos con días de calor intenso. Un verano de esos que en Buenos Aires se manifiestan con días de sol intenso que parecieran conseguir que las calles a cierta hora de la tarde se prendan fuego.
Con Cecilia, mi compañera antes y ahora, estábamos dispuestas a encarar el 24 de marzo como siempre lo habíamos hecho. En la calle, marchando hacia Plaza de Mayo, reivindicando batallas históricas y propias. Pero esa mañana supimos que estaba ocurriendo algo más. Néstor Kirchner presidente y jefe de las Fuerzas Armadas hacía sonar de sus labios la palabra “proceda” para que se bajaran los cuadros de Videla y Bignone en el Colegio Militar. Ponía piel de gallina. Algo nos decía que antes de enfilar a Plaza de Mayo como todos los años había que ir primero para ese lado. Ahí estaba este señor que hacía casi un año era presidente, al que conocíamos muy poco o casi nada. Veníamos de años menemistas desencantados, duros, de pobreza de todo tipo. La que te deja sin laburo y sin un mango y la que pretendió dejarnos sin ideas y sin política porque no hacía falta o no valía la pena. Esa cuestión de que mejor salvate solo, no te hace falta nadie, tu esfuerzo es lo único que vale, se había metido en el alma y el corazón de tantos que, de tanto escucharlo, era como una especie de brea pegada a la ropa y que no se podía sacar fácil. Así, de una u otra forma, nos habíamos resignado a que las cosas funcionaban de esa manera. Pero los 24 de marzo siempre fueron la forma de decir “acá estamos”. Para no olvidarnos de dónde venimos, quiénes somos y adónde vamos.
Después de escuchar en la radio los acontecimientos en el Colegio Militar, salimos disparadas hacia la Esma. Vivíamos en Almagro. Tomamos el subte a Retiro y ahí el tren que va a Tigre. Por ansiedad y errores de cálculo nos bajamos en Núñez. Larga pateada hasta Libertador y Comodoro Rivadavia. Calor. Fuimos buscando refugio en algunos árboles. Llegamos. Ahí en la calle donde se puede ingresar a la cancha de Defensores de Belgrano ya estaba atestada de gente. Se veía a lo lejos un escenario montado al final de la calle. Y nos quedamos por ahí, donde pudimos, comprobando que el sonido de los parlantes llegaba y que no nos íbamos a perder nada.
Cantaban Joan Manuel Serrat y León Gieco. Esas presencias insoslayables también nos habían hecho mover esa tarde calurosa de marzo hasta la Esma. Serrat cantó “Para la libertad”, de puño y letra del poeta Miguel Hernández. León hizo lo suyo con “Cinco siglos igual”. Ya no recuerdo si las canciones fueron antes o después del discurso de Néstor. Pero sí lo sé ahora y lo supimos con Ceci esa tarde. Eran las canciones que había que escuchar ahí. Con la Esma al costado. Con las garitas de vigilancia ahora ocupadas por compañeros y compañeras con cámaras de fotos. Sonaron fuerte las estrofas. Esas que habíamos cantado tantas veces. Las que en los malos momentos o de bajón siempre nos habían sostenido o marcado el camino. La música que galopa siempre al lado, las de los días difíciles y las de los días buenos.
Y de pronto la voz de Néstor irrumpe y larga y dice. Que viene a pedir perdón por más de veinte años de un Estado que no había hecho lo suficiente. Que nos miraba y veía las caras de sus compañeros y compañeras que ya no estaban. Y que se iban a abrir las puertas de ese lugar, la Esma, ese edificio testigo del horror más grande para convertirlo en un sitio de memoria y de vida.
Lloramos con Ceci, llorábamos todas y todos. Y presentó Néstor a Juan Cabandié. Y Juan contó que había nacido ahí. Y que quería dar vuelta esa historia. Y que quería ser protagonista de ese tiempo. Con muchos más. Con todos los que quisieran. Con todos los que estábamos ahí.
Golpeando a las puertas del infierno
Y se abrieron los portones de la Esma. En ese instante Ex Esma. Nos pertenecía. Miles de piernas nos dirigimos al portón. Y entramos caminando. Llorando. Abrazados. No había tenido oportunidad de asistir a un duelo público de esa naturaleza. Muchos se sentaban en bancos, colocaban flores en algunas puertas de galpones. Otros nos dirigimos a la entrada. Allí durante casi una hora cantamos abrazados y saltando de a ratos esa canción de tantos jueves en la Plaza de Mayo acompañando la ronda de las Madres en tantas marchas. “Como a los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar”. Con el convencimiento, como había dicho Kirchner unos minutos ante, de que no nos guiaba el odio. Era la justicia.
Caminamos y nos metimos en todos lados. Nos miramos y abrazamos miles de veces. Lloramos mucho. Esa recuperación significaba tanto. El tiempo le fue dando dimensión. Convertimos a la Ex Esma en un lugar activo por la vida. En un espacio de Memoria, Verdad y Justicia.
Pero también recuperamos la política. Esa que, arrancándonos una generación entera de nuestra historia, pretendieron arrebatar y aún hoy lo siguen haciendo. No hay herramienta de transformación para un pueblo más grande que su memoria, su historia y la política para seguir torciéndole el brazo a la desigualdad y a la injusticia.
Marchar las calles y transitar memoria. Para ser mejores. Para saber que volveremos a caminarlas más temprano que tarde. Y nos tiene que encontrar más hermanados que nunca. Porque sabemos de dónde venimos quienes somos y adónde vamos.
Siguen sonando y las trae el viento las palabras de Néstor, las de Juan, las de Serrat, las de Gieco. Música de marchas. No nos olvidemos nunca.
*Ex jugadora de fútbol, Directora Técnica, parte de “La Nuestra Fútbol Feminista”.