A 100 años del nacimiento de María Eva Duarte, repasamos una de sus infinitas caras: la líder política.
Por Ana Paula Marangoni / Foto: Archivo
Hablar de Eva, como de toda persona que trasciende su existencia para convertirse en símbolo, es siempre una tarea al menos controvertida.
Evita es siempre un territorio en disputa. Lo fue su mismo cuerpo, cuando fue robado por los militares de la Libertadora de la CGT, y así se mantuvo desaparecido por dieciséis años.
Evita parece tener mil caras. “Si evita viviera, sería montonera”, murmuraban los cantitos de la JP por los ´70. En algún momento, hace muy poco, circulaba una imagen donde Eva chapaba a más no poder con CFK, actualizando en el beso tortillero una línea de la transgresión. Y también está la Eva de pañuelo verde, infaltable en la colección.
La literatura explotó todavía más esta idea de Eva como un ser incalificable. Copi la erigió en su pieza teatral “Eva Perón” como una monstruosidad travesti, producto de retazos discursivos que parecen no llegar nunca a la mujer que fue. La “Evita vive” de Perlonguer es una puta marginal de fines de los ochenta, una reventada que se amucha con las putas y las maricas, re escribiendo las identidades de los nuevos nadies varias décadas después.
Por eso siempre pesa escribir sobre Eva. Según algunas biógrafas(como Marysa Navarro), ni siquiera se sabe con exactitud si nació un 7 de mayo de 1919, siendo que su partida de nacimiento tiene fecha tres años después. Pero así nacían y nacen los de abajo. El DNI, las partidas de nacimiento y los papeles al día siempre fueron cosa de las clases pudientes.
Si de algo se habló y escribió muchísimo es sobre su rol en la Fundación Eva Perón. También se la recuerda como la mujer que incorporó en la Argentina el voto femenino. Pero tal vez no se habló suficiente ni de la importancia de la fundación en la construcción política del peronismo ni del trabajo de Eva en la creación del Partido Peronista Femenino (PPF).
Sin la mención del Partido Peronista Femenino, el sufragio de la mujer parece una mera directiva presidencial que no referencia a la enorme cantidad de mujeres que trabajaron para esto. Pero además, se pasa por alto la incorporación masiva de mujeres a la política a nivel nacional.
Antes de que se formara el PPF, comenzaron a conformarse los primeros “Centros cívicos femeninos”, inspirados por la figura de Eva Perón, cuyo protagonismo comenzó a tomar forma durante la campaña electoral de Perón en el ´46. A los primeros, de forma espontánea, se fueron sumando otros bajo la directiva de Eva. Allí se daban clases y se desarrollaban actividades de todo tipo; tejido y confección, alfabetización, música, o historia argentina. Y desde ahí se lanzó fuertemente la campaña por el sufragio femenino.
El Partido Peronista Femenino
A diferencia de otros partidos, el PPF dependía de la figura de Eva, quien elegía a sus delegadas a partir de la confianza que les tenía. Creado en el ´49, sostenía un esquema de delegadas (en su momento 23, una por cada territorio) y sub delegadas (por lo general, dos por localidad) que ocupaban cada provincia del País. Y desde ahí, bajo la conducción central y verticalista de Eva, tenían el trabajo de: incorporar a las mujeres a la política y al Partido Peronista.
Tal vez cueste dimensionar lo que significaba para mujeres que jamás habían tenido ocupaciones públicas ni relación alguna con la política, comenzar a ser delegadas directas de Evita. Muchas se trasladaban a vivir a otras provincias, porque Eva buscaba que su estructura no fuera influenciada ni doblegada por poderes locales. Ella ejercía un vínculo directo y hasta maternal con cada una. Y a diferencia de algunas construcciones típicas sobre ella y Perón (Perón como el político y Eva como la mujer sensible e impulsiva), muchos testimonios muestran cómo resolvía distintos inconvenientes entre delegadas con astucia, recurriendo más a la mano política que a la mera directiva.
El PPF tuvo entonces la cualidad de incorporar a las mujeres al quehacer político de forma masiva. Esas mujeres que atravesaron todo el territorio nacional fueron una fuerte influencia en la construcción de una hegemonía peronista.
Sin embargo, estaba claro que el partido erigía como máxima figura a Perón y que las decisiones finales las tomaba Eva, es decir, la estructura no intentaba ser democrática en cuanto a debates sobre las grandes líneas, que eran los preceptos peronistas.
Y si bien sumaban a la mujer a la política, se reforzaba permanentemente su rol en el hogar, como esposa y como madre. Es decir, redundaba en una visión conservadora del rol de la mujer. Esto expresaba grandes contradicciones, ya que la tarea política implicaba al menos, no ocuparse solo del hogar. Por eso, cuando comenzaron a crearse, en una segunda etapa, las Unidades Básicas Femeninas, Eva les decía a las mujeres que la unidad básica era una suerte de extensión del hogar, para justificar su participación en estos espacios. También se observaban algunos destellos de transgresión para la época, como el hecho de que ningún hombre podía ingresar a las unidades básicas femeninas (ni siquiera los maridos o los padres).
El PPF mantenía diferencias con el feminismo de la época, que mantuvo cierto rechazo a esta construcción. Esto se debe a que, por un lado, los espacios femeninos del peronismo convocaban a estratos más bajos de la sociedad. Pero, por otro lado, reforzaban visiones conservadoras y poco innovadoras sobre el lugar de la mujer. Un ejemplo claro es el de Victoria Ocampo, que se opuso a la ley de sufragio femenino porque desconfiaba de que fuera impulsada por el peronismo.
Otro de los legados del PPF, es que en el año ´51, además de votar (3.816.654 mujeres se incorporaron al sufragio democrático), por primera vez las mujeres ingresaron a las cámaras del congreso, asumiendo 23 Diputadas Nacionales, 3 delegadas nacionales a la Cámara de Diputados y 6 Senadoras Nacionales.
Más allá de que en su retórica Evita se ocupaba permanentemente de subordinarse a su líder y esposo y que lo mismo hacía cuando hablaba de la mujer en general, sería oportuno recordar cómo esa mujer (que, al igual que sus delegadas, no venía del universo de la política ni tenía estudios) se transformó en la primera parte del siglo XX en una de las mujeres más destacadas de la política sin ocupar ningún cargo de jerarquía. Y cómo se transformó en la líder de miles de mujeres que por primera vez se lanzaron a la esfera pública.
Muchas veces se la posiciona a Eva, sobre todo a partir de la creación de la Fundación Eva Perón, como la cara noble que garantizaba el marketing populista durante los dos gobiernos peronistas. Un contrapeso del general que aportaba un plus de generosidad y carisma a su imagen. Es decir, se subordina su papel político y se la menciona más como una cara bonita o un hada buena de las y los descamisados. Como si el carisma no formara parte del capital simbólico de toda y todo político. Y como si la Fundación no hubiera cumplido un rol fundamental en la construcción de la simbología y el consenso peronista en la sociedad.
Tal vez sea tarea de hoy, cien años después de su nacimiento, profundizar una de las infinitas caras de Eva: la líder política. Discutible, cuestionable y falible como la de cualquier líder. Pero innegable como paso a la transformación del lugar de las mujeres en la política.