La Guardia Costera italiana sigue rescatando cuerpos de migrantes en la costa de Lampedusa luego del naufragio del miércoles pasado. Las leyes antinmigración y los dispositivos militares europeos están en tela de juicio tras la matanza.
Le pagaron unos 500 dólares a ‘The Doctor’, el propietario libio de una nave de pesca descuajeringada que zarpó del puerto de Misurata, una ciudad a unos 200 km de Tripoli. Eran 518, en su mayoría eritreos y somalíes, países colonizados por Italia en el siglo XX -al igual que Libia-, durante su afán para constituirse como potencia mundial, y que junto con Etiopía pasaron a conformar lo que Mussolini llamó el Imperio Italiano del África Oriental. Según el fascismo iba a ser un “lugar al sol” para los italianos, un territorio donde habrían de progresar felizmente quienes no podían hacerlo en patria. Algo que, naturalmente, nunca pasó. Por el contrario, la ocupación italiana fue un fracaso rotundo que debilitó aún más el tejido social de los países del cuerno de África, uno de los tantos episodios que suman a la historia de miseria y explotación que viven sus pobladores aún hoy día.
El viaje es el que hace decenas de años recorren miles y miles de inmigrantes desde las costas del norte de África hacia Italia, en algunos casos pasando por la isla de Malta. Lampedusa, la isla más grande del archipiélago de las Pelagias, al sur de Sicilia, es el primer suelo europeo que generalmente pisan los barcos atiborrados de ‘desesperados’, como los llama la prensa italiana.
El nombre Lampedusa está asociado desde hace ya 20 años a la inmigración ilegal. En esa parte de mediterráneo la Unión Europea montó un dispositivo militar sin precedentes, con fuerzas armadas de todo el continente coordinadas por la armada italiana que recibió, en los últimos tres años, unos 370 millones de euros para que todo salga bien con los flujos migratorios del sur europeo. El guión es siempre el mismo: patrullar el límite de las aguas territoriales de la fortaleza Europa, evitar que las barcazas entren en territorio de la UE, y si pasan, escoltarlas hasta Lampedusa para que los inmigrantes sean encerrados en los centros de permanencia temporal hasta ser repatriados u obtengan una visa que les permita cumplir el sueño de la tierra prometida.
Para la mayoría el viaje se acaba en una celda en Lampedusa o Sicilia. Los más afortunados logran entrar en los vericuetos legales italianos o en las mafias armadas por policías, jueces y políticos para componer esos “flujos migratorios permitidos” que luego se vuelcan al trabajo informal o precarizado en todo el país. Otros, muchos, mueren en el Mediterráneo.
The Doctor conocía bien la ruta de la desesperación. Ya la había transitado, por lo menos en una ocasión según la Guardia Costera italiana, que lo había demorado por favorecimiento de la inmigración ilegal para soltarlo casi de inmediato. Pero con un viaje se ganaba casi 300.000 dólares, una suma tentadora para la reincidencia. Estos Carontes modernos son ya considerados como una verdadera mafia. Cargan almas esperanzadas en África sin pedir papeles, sin medidas de seguridad, sin que ni siquiera los pasajeros sepan nadar. Si la cosa se pone brava en aguas europeas, los tiran al mar, y que los rescaten los militares. En los últimos 20 años, murieron en ese pedacito de mediterráneo entre 17.000 y 20.000 personas. Tres por día. Pero The Doctor conocía la ruta, tenía el dinero, e iba a cumplir con su cometido.
Una vez avistada la costa de Lampedusa los 518 migrantes decidieron hacer alguna señal para que los vean. Había niños, mujeres embarazadas sin comer hacía días. Necesitaban ayuda, y en la noche del miércoles prendieron fuego una frazada para que desde las playas italianas alguien fuera a rescatarlos. Pero el piso de la nave estaba lleno de nafta. El barco se incendió, todos los presentes escaparon hacia un lado de la nave y ésta se dio vuelta lanzando su carga humana al agua. Hasta ahora se han contado127 víctimas. 220 personas están dispersas en el mar. Los más jóvenes y fuertes llegaron nadando a Lampedusa, donde fueron arrestados y encerrados en los atiborrados centros de permanencia hasta que algún juez decida sobre su futuro. En los últimos años, la UE financió la construcción de este tipo de centros hasta en Túnez y Libia, en el tentativo desesperado de capturar potenciales inmigrantes ilegales aún antes de que zarpen.
Alrededor del archipiélago, esa noche había decenas de barcos pesqueros esperando la madrugada para comenzar su labor. Todos advirtieron lo que estaba pasando. La mayoría huyó. Es que pescadores y navegantes de esa zona saben bien qué le pasa si atinan a socorrer a un inmigrante moribundo en esas aguas.
La ley Bossi-Fini, emanada en 2002 bajo el gobierno Berlusconi, y sus modificaciones de 2009 y 2010, prevén el crimen de favorecimiento de la inmigración ilegal, concepto bajo el cual cualquier contacto con aquellos jóvenes eritreos y somalíes en el amanecer del pasado jueves, habría significado para los pescadores el secuestro de la nave, y la imputación en la causa judicial que se abriría de oficio. Leyes antinmigración similares han sido aprobadas por Francia, Gran Bretaña, Alemania y otros países de la UE. Todos tienen personal en esa ruta de mar patrullando la frontera marítima. Pero sólo los italianos intervienen. “Si la marina noruega rescata uno de estos barcos, según las leyes europeas se tiene que llevar los inmigrantes rescatados a Noruega. Entonces nadie quiere intervenir”, explicó en la televisión pública el ministro de defensa italiano Mario Mauro.
Europa mostró una vez más la hilacha ante el problema de la inmigración. A las matanzas de migrantes en los últimos años en el Mar Egeo, en el río Evros, en los enclaves de Ceuta y Melilla se suma esta nueva masacre por la cual se ha decretado un día de luto nacional en Italia, y se cambiaron todos los órdenes del día de las reuniones oficiales de la UE. Se hablará de inmigración. Así como la financiación de mercenarios en Siria, la “estabilización en Mali”, la preocupación por la guerra civil en Sudan, principales causas por las cuales miles de personas intentan llegar a las costas europeas.