Por Juan Manuel Olarieta
Hace unos días prendí la televisión para ver el partido de fútbol entre Francia y Camerún y, al principio, me costó diferenciar a un equipo de otro. Los 22 futbolistas me parecían negros; desde luego que todos ellos eran originarios de África, como la humanidad misma, por cierto.
Pero si alguien contempla una foto de la selección francesa de fútbol tomada hace 30 años, verá que todos los jugadores eran blancos. Quizá por eso Francia jamás fue una potencia en el deporte del balompié y tuvo que esperar a los subsaharianos y a los magrebíes para lograrlo.
Es un ejemplo de las enormes aportaciones que los inmigrantes traen siempre consigo. Sin embargo, dada la trascendencia mediática actual de los estadios, nadie presenta a las selecciones nacionales deportivas como enseñas deportivas que son, como muestras del deporte nacional, sino como la nación misma.
Para ello los medios llevan a cabo un sutil tratamiento ideológico de las personas. Si se trata de un futbolista de élite, como Zinedine Zidane, ninguna televisión francesa recordará jamás su origen argelino, pero si se trata de los atentados del año pasado, la primera plana está dedicada a ello. Lo bueno es francés, lo malo llega de fuera. Es un verdadero lavado de cerebro de masas meticulosamente programado.
Los negros y magrebíes tienen tal importancia en todas las escalas del fútbol francés, que en 2010 intentaron introducir cuotas de admisión en los instalaciones juveniles de entrenamiento y formación, lo que desató un enorme escándalo.
Recientemente el Primer Ministro francés, Manuel Valls, pidió que el delantero francés del Real Madrid, Karim Bencemá, fuera expulsado de la selección nacional francesa tras ser acusado de chantaje en un juicio penal contra su compañero de selección Valbuena.
En un país democrático no es nada correcto imponer medidas tan drásticas contra una persona antes de que resulte condenada por un tribunal, y mucho menos si la insinuación procede de uno de los más altos cargos del país y se proponga a través de los medios de comunicación de masas, generando una enorme manipulación política.
La propuesta del gobierno sólo se explica porque Benzemá es de origen argelino. La campaña racista en Francia es parecida a la que se ha desatado en Alemania contra otro futbolista de la selección alemana de origen turco, Mesut Özil, que es un islamista practicante y ha tenido la osadía de reconocerlo en público.
Europa está sumida es una crisis que va mucho más allá de lo económico. Es una crisis que, como diría Lenin en su libro sobre el imperialismo, alcanza cotas de degeneración y decrepitud. Cuando los europeos se miran al espejo por la mañana, ya no son lo que creían ser, no se gustán a sí mismos y culpan a otros de su desfiguración.
Se creen el ombligo del mundo, pero viven de las glorias pasadas, de lo que fueron y ya no son. La Francia de la “liberté, egalité, fraternité” hace muchos años que ya no existe. Es un mundo de viejos que agonizan, de enfermos que se desplazan en sillas de ruedas y moribundos con respiración asistida.
El futuro de Europa no está en los europeos sino en esas riadas de emigrantes y refugiadas que llegan.