Por Cobertura Colaborativa #AbsoluciónParaDahyana
Fragmento final de la conversación exclusiva que Dahyana tuvo con medios alternativos que acompañan su lucha desde hace más de un año. El desconsuelo de perder una hija, la injusticia de ser acusada de ello y la esperanza de poder vivir una vida nueva donde ella decida.
Mientras concluye la primera semana de audiencias en la causa que investiga la participación de Luis Oroná y Dahyana Gorosito en la muerte de su bebé Selene, recuperamos la historia de la joven de 22 años que fue obligada a parir en un descampado, le fue arrebatada su primera hija mujer y luego fue incriminada por su muerte. Una trama de violencia, sometimiento y opresión que exige un Poder Judicial con perspectiva de género.
Mayo de 2016. Luego de haber sido sometida a una semana de violencias interminables, que comenzaron con un parto inhumano, la desaparición y posterior hallazgo de su beba muerta y un sinfín de violencias institucionales, Dahyana fue llevada al pabellón de mujeres de la Cárcel de Bouwer. Allí debió permanecer casi un año en prisión preventiva ya que la fiscal Liliana Copello consideraba que había riesgo de fuga aduciendo que Dahyana se había “escapado del hospital”. Sobre ese episodio, Dahyana cuenta que puérpera, sin saber dónde estaba su hija, sin respuestas de las autoridades, y en el día del cumpleaños de su hijo Luisito -quien todavía se hallaba en la casa de los Oroná- estaba desesperada por ir a Unquillo a buscar a sus hijxs. Pero nunca llegó, una oficial de la policía la interceptó mientras se trasladaba en un colectivo interurbano.
Mientras Dahyana aún no se recuperaba de salud y afrontaba el dolor por la noticia de que su hija Selene estaba muerta -se enteró del terrible hecho a través de los medios, durante su internación- afuera se levantaba una marea mediática que la juzgaba sin piedad, apoyándose en una Justicia que no dejaba de acusarla de “mala madre”. Nadie se acordaba de que Luis Oroná, el padre de esa beba, el que se la había llevado, también estaba detenido y acusado por homicidio agravado por el vínculo.
Dahyana estaba sola. No contaba con su familia materna, de la que había huido escapando de la violencia de su padrastro; tampoco contaba con su familia política, la que en un principio fue contención y que luego se transformó en sometimiento, mentiras y extorsión con la muerte de su hija para cubrir a uno de los suyos.
Pero algunas mujeres escucharon la voz de Dahyana, que bajito resonaba, y comenzaron a indagar en el hecho, en la historia de su vida, y a acercarle algunas cosas a la cárcel. Aparecieron vecinas de Unquillo. Y luego un grupo de abogados y abogadas, y después una red más grande de organizaciones sociales que conformaron, en ese entonces, la Mesa de Trabajo por la libertad de Dahyana. El objetivo era que ésta pudiese pasar la navidad del 2016 con su hijo Luisito, de quién estaba alejada desde ese trágico día.
La libertad llegó recién en mayo de este año, unos días antes del cumpleaños de su hijo. Dahyana cuenta cómo fue ese día, en el que a las 10 de la mañana le informaron que tenía que salir “de comisión”, sin mayores explicaciones. Sólo las palabras de una de las guardias con las que tenía muy buena relación le sonaron extrañas: “A lo mejor hoy no vas al colegio de acá, pero podés ir a otro colegio”. El traslado llegó a destino y Dahyana continuaba especulando con lo que ese día podría ser, incluso pensó que era el día del juicio. Inesperadamente, aparecieron dos de sus abogadas con una sonrisa que no podían ocultar (ella estaba aún más desconcertada). “El ayudante fiscal me leía un montón de cosas que yo no entendía, y yo las veía a las abogadas que se reían (…) Después apareció la fiscal (Mercedes Balestrini) y me dijo que quedaba en libertad, que tenía que volver para el juicio. En ese momento, me largué a llorar”. Afuera, la esperaban muchas mujeres para darle un abrazo y decirle, finalmente, que ya no estaba sola.
Sentirse acompañada
Al salir de la cárcel de mujeres, Dahyana intentó volver a la casa de su madre y sus hermanxs, pero poco tiempo le llevó darse cuenta de que todo seguía igual. La violencia que el padre de sus hermanxs ejercía sobre la familia no había cesado.
Pero ahora ya había nuevas posibilidades, una familia nueva, compañera. Dahyana se refugió en aquellas mujeres que escucharon su voz y comenzó a transitar un camino que nunca había tenido la oportunidad de conocer: el de la libertad. Podía vivir por primera vez sola y tranquila, pero sabiéndose acompañada por muchas.
Nos cuenta que un día regresó a Bouwer por sus cosas y allí estaba todo. Sus compañeras habían guardado cada una de sus ropas, cuadros y fotos, e incluso los materiales con los que Dahyana hacía artesanías. Todo eso pasó a formar parte de su nuevo hogar, adornado enteramente por fotos de sus momentos felices con quien es la causa de sus risas, su hijo Luisito.
La tortura de estar un año separada de su hijo Luis no concluye aún. A Dahyana sólo se le permiten algunas visitas semanales que actualmente no se están concretando, mientras Luisito está a cargo de la mamá de Luis Oroná.
Imaginar el futuro se vuelve algo hermoso y duro a la vez. A Dahyana se le retuerce el corazón al pensar en el juicio que hoy debe transitar, en todo este mal sueño que la aleja de su hijo y que pone en vilo el futuro de su bebé por nacer: “Es como una tormenta que inició el día que me llevaron presa sin saber porqué, sólo me decían que yo era la madre”. Dahyana fantasea que cuando esa tormenta pase, podrá tener un futuro con sus hijos en el que finalmente pueda tomar sus propias decisiones.
—¿Qué te gustaría?
— Tal vez pueda trabajar desde mi casa, para poder criar a mis hijos, porque se puede.
De la misma manera en que todas sentimos hoy el dolor de Dahyana, ella comienza a sentir el de otras mujeres y nos cuenta que su vida ya nunca será igual. Estamos cerca y estamos juntas, incluso a la distancia. Un caso tan cercano como el de Victoria Aguirre y su beba Selene la conmueve, pareciera que están hablando de su vida cuando, en realidad, es la vida de otra, pero parece y se siente como propia.
Dayhana encontró su lugar rodeada de mujeres que ayudan a otras mujeres en situaciones de violencias. Un día suyo se llena con trabajos de mantenimiento de un espacio cultural pensado para mujeres, con la meta de finalizar sus estudios secundarios y con el aprendizaje de acompañar a aquellas que transitan situaciones similares a las que ella vivió.
Ella puede ver ahora cuántas son las violencias a las que las mujeres están sometidas cotidianamente e identifica incluso aquellas que nunca marcó como tales, pero que vivió en carne propia. El aprendizaje es cotidiano, y duele. Hoy su vida se ha vuelto suya, se teje en un “entre mujeres” con el que camina y del cual toma fuerza para darle batalla a la violencia machista e institucional.