Por Cezary Novek
El cronista dará un taller intensivo en Córdoba el sábado 3 acerca de la intimidad de la redacción de retratos y perfiles. Marcha dialogó con él en vísperas de su viaje.
Alejandro Seselovsky (Rosario, 1971) escribe para Clarín, Diario Perfil, Página/12, Gatopardo, La Mano, Gente. Publicó el libro Cristo llame ya (Norma, 2005), y Trash, relatos de la Argentina mediática (Norma, 2011). Trabaja para diversos medios, entre ellos Rolling Stone. Publicó crónicas memorables, como cuando se hizo deportar de España –para Orsai- para contar cómo se vive el proceso de espera; cuando se disfrazó de “ciruja” para poder entrar al vertedero de Ceamsa y poder contar la muerte de un joven en situación de calle que fue sepultado vivo en la basura; o cuando trabajó durante un mes en un call center para contar el día a día de un teleoperador. Ganó la beca de la fundación Noble y de la Fundación Nuevo Periodismo Iberomaericano. Actualmente, prepara la biografía de Marcelo Tinelli para Sudamericana. Es docente y tallerista. Su trabajo se caracteriza por el acento en la importancia del trabajo de campo y la experiencia sensorial en el proceso compositivo del texto.
Cuando hablamos, me dice que estuvo por ir a lo de Sergio Denis, pero se suspendió a último momento y que está con el padre internado. No obstante, decide dar la nota. Me pregunta la edad. Hablamos de las etapas de la vida. Lo que toca a los 30, lo que toca a los 40. Le pregunto por qué el periodismo, por qué la escritura. Desde cuándo.
“Tiene que ver más con cómo se constituye íntimamente el deseo, cómo se fabrica dentro tuyo una energía y un combustible… que es lo que te va a sostener frente a la adversidad de desarrollar una carrera, una escritura o una composición. Todo va a presentar adversidad. Y la forma de ser vos más fuerte es con un arma –en la que yo creo mucho– que es la potencia del deseo. Yo quería ser periodista. Quería escribir. De una manera medio indómita”.
Tenía 16 años cuando dejó de lado la posibilidad de continuar con la empresa familiar y decidió anunciarle a su padre que quería ser periodista y no otra cosa. Todo vuelve justo ahora, a días de brindar el taller “El otro. Composición y escritura de retratos y perfiles” en Córdoba.
“Me costó mucho entrar al mercado. Ni hablar hasta que conseguí que alguien me pagara. Muchos años. Hubo un momento en que mi viejo me decía ‘bueno, si no funciona, lo mismo te tenés que venir conmigo’, ‘no, pá, ya va a funcionar, ya va a funcionar’, ‘pero hace dos años, tres años que estás dando vueltas y no tenés laburo’, ‘aguantá, aguantá que ya va a funcionar’. Si yo no hubiera tenido ese deseo tan claro, tan comprometido… por ahí hubiera aflojado y hoy capaz que estuviera en la empresa esta, o quién sabe dónde”.
Le pregunto cuánto pasó hasta que logró vivir de esto y me dice que estuvo cuatro años hasta que ganó la beca de la Fundación Noble y entró a trabajar seis meses a Clarín. Luego estuvo otros seis meses. A partir de ahí, no le faltó trabajo. Pero insiste que al comienzo fue algo desalentador.
Le cuento una anécdota del cursillo de ingreso en la Escuela de Ciencias de la Información: uno de los profesores más viejos y prestigiosos nos dijo el primer día: “Ol-ví-den-se-de-es-cri-bir-cró-ni-ca. Si ese es su sueño, no es aquí el lugar”.
“Un tiro en la frente. Yo creo que está todo puesto ahí. Identificar el deseo, saber lo que es, y quererlo mucho. Con esas dos cartas en la mano, podés ir a cualquier lado. Si el mundo te dice que no, lo único que tenés que responderle es Sí. Creo que ahí es donde se arma un poco la carrera, la vida, la crónica, la escritura, lo que vas a hacer. Hasta que yo pude meter una crónica –la de Ceamse– yo tenía 35 pirulos, boludo ¿me entendés? Ningún pibe nace chorro y ningún periodista nace cronista. No arrancás haciendo crónicas en Rolling Stone. La tenés que ir llevando”.
Volvemos al tema de la vocación, el sacrificio que exige la escritura –de ficción o no ficción– para convertirse en una forma de vida. Me dice que depende de las aspiraciones de cada uno, pero que si hubiera querido hacer plata se dedicaba a otra cosa. Que es una vida muy corta y la quiere pasar bien. Que la pasa muy bien haciendo lo que hace. Volvemos a su primera crónica –la de Ceamse–, cuando se disfrazó de ciruja para colarse en un vertedero, para conocer de primera mano el lugar sobre el que iba a hablar, el escenario de una muerte.
“Ahí yo empecé a descubrir que lo que escribe es el cuerpo. Yo quería la experiencia física de ir al campo y volver conmocionado, para que esa conmoción se convirtiera en escritura. Y ahí con Ceamse hicimos un laburo con Leandro (Montini, con quien ahora están armando un taller sobre trabajo periodístico en equipo). Era estar ahí, meter las patas en la mierda, oler toda esa mierda, poner el cuerpo en el campo. Creo que, en las narrativas de no-ficción no hay escritura sin el cuerpo. El instrumento de la escritura es el cuerpo puesto en el campo en estado disponible para ser atravesado por lo que el campo y la experiencia material del mundo producen. Después, hay unas operaciones intelectuales, que tienen que ver con el lenguaje y sus posibilidades. No se escribe con el lenguaje sino con el cuerpo, porque el cuerpo es la verdad, y el lenguaje es la representación de todo. Esa es la constitución de una escritura de no ficción. Es ir, que te cruce el cuerpo y volver. ¿Qué vas a anotar? ¿El olor vas a anotar? Andá, fumátelo, volvé. Y después el lenguaje le va a dar una representación. Pero no va a ser el lenguaje quien componga el texto, va a ser el cuerpo en el campo el que lo exhale. El lenguaje es el instrumento de representación. Y entre verdad y representación siempre hay una distancia. Nunca lo escrito será la verdad sino apenas una representación de esta. La verdad soy yo ahí. Entre eso y mi texto hay una distancia insalvable. Y no hay manera de suprimir esa distancia. El trabajo consiste en acortarla”
Lo llamé por el taller en Córdoba. Le consulto sobre lo que vendrá.
“Tendremos una reunión a la mañana y una a la tarde. Por la mañana vamos a trabajar estas ideas: cómo se mira al otro, cómo trabajar al otro. Componer un retrato: deslizar, casi como una actividad de detective, deslizar elementos que a priori no están conectados para poder construir sentido. El taller va a girar a la mañana en torno a esas ideas. Cómo se construye sentido, cómo se pesquisa, cómo uno detecta elementos que a priori no tienen nada que ver pero los ponés uno al lado del otro pero nace el sentido, nace una idea, algo que no estaba dicho, que no estaba escrito. Después, con todo este andamiaje de ideas, ejemplos, formas de hablar, herramientas, proponer algo que yo laburo que es “el imperio de la subjetividad”: el único que escribe es el cuerpo, un retrato siempre es un autorretrato. La idea es que a la mañana pueda dotar a los asistentes de herramientas para componer un retrato. Y a la tarde, que vuelvan con algunos textos. Leer lo que traigan y hacer devoluciones texto por texto. Es una cosa más teórica por la mañana y bien taller por la tarde”.
¿Y la crónica hoy? No se vende pero se lee. No se lee pero se escribe.
“La crónica no es negocio. Es mucho tiempo. No es negocio para nadie, ni para el que la edita ni para el que la escribe. Pero, a su vez, es un género anterior a todo, que nace con el hombre. Lo veo y lo cuento. La crónica es inherente a la especie, no morirá nunca. Es contar lo que nos pasa, la vida, la existencia, el mundo y su gestión. Es un género muy íntimo a la especie, que vivirá por siempre. En un momento está más de moda, en otros menos, pero me parece que es un género imperecedero. Estamos en un momento muy empobrecido de los medios pero bueno, ahí está la resistencia –está bueno esto también para cerrar la charla– ahí está el deseo: lo hacemos porque lo queremos hacer. Si es negocio, genial, y si no lo hago igual”.
Ficha técnica:
Taller “El otro. Composición y escritura de retratos y perfiles” en Córdoba.
Sábado 3 de 10 a 20, Córdoba. Organiza La Central Revista.
info@222cultura.com