La onda de calor en pleno invierno registrada en los días pasados en la región central sur de Sudamérica puede entenderse como un aviso para nuestros pueblos de lo que viene sucediendo en el hemisferio norte, a nivel global y sobre lo que vendrá.
Por José Seoane* | Foto: Juan Ignacio Roncoroni
Casi un mes atrás, en el primer artículo de esta serie, señalamos estas anomalías climáticas que ya despertaban las preocupaciones de científicos y activistas: récord en la temperatura de superficie en el Atlántico Norte, en la de los océanos a nivel global, en la retracción del crecimiento del hielo antártico en plena temporada fría. Y referíamos también a las trazas de sequías e incendios que se desplegaban por diferentes partes del mundo.
En este breve tiempo, el problema no ha hecho más que agravarse. Así, el 27 de julio pasado la Organización Meteorológica Mundial y el Servicio de Cambio Climático Copernicus de la Comisión Europea confirmaron que el mes de julio fue el más caluroso jamás registrado en la historia de la humanidad. El propio Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, en conferencia de prensa afirmó: “la era del calentamiento global ha terminado; ha llegado la era del hervor global […] El cambio climático está aquí. Es aterrador. Y es sólo el principio […] La única sorpresa es la velocidad del cambio […] Las consecuencias son claras y trágicas” (Guterres, 2023, la traducción es nuestra). Y dirigiéndose a los líderes mundiales exclamó “No más vacilaciones. No más excusas. Basta de esperar a que otros actúen primero. Ya no hay tiempo para eso. Todavía es posible […] evitar lo peor del cambio climático […] Pero sólo con una acción climática drástica e inmediata […] No más green washing (maquillaje verde). No más engaños.”
Una interpelación que recuerda el tono de las advertencias formuladas por Greta Thumberg y tantos activistas y movimientos a lo largo de tantos años pasados. Estas aseveraciones del Secretario General de Naciones Unidas tienen lugar cuando, al mismo tiempo, avanza la persecución de estos movimientos en el Sur y también en el Norte.
Recordemos que sólo un mes y medio atrás, el pasado 21 de junio, el gobierno de Macron en Francia, bajo la acusación de terrorismo, ilegalizó y decretó la disolución de la organización socioambiental Les Soulèvements de la Terre, colectivo fundado en 2021 que cuenta con más de 180 comités locales a lo largo del país, y que, en marzo pasado, promovió una multitudinaria acción por el agua en la localidad de Sainte-Soline con la participación de más de 30 mil manifestantes. Y que en España y el resto de Europa se incrementan los procesos judiciales a activistas, en un contexto de emergencia ambiental donde estos movimientos crecen y avanzan, cada vez más, con formas de desobediencia civil y acción directa.
En Nuestra América y el Sur global conocemos bien estas persecuciones y la trágica marca de asesinatos y amenazas, y de represión brutal a las protestas que golpean a nuestros pueblos; particularmente, a los que se enfrentan contra el despojo extractivista, como hoy sucede en la provincia de Jujuy en Argentina.
Mientras tanto, “el clima extremo se está convirtiendo en la nueva normalidad”, como lo definió Gutiérrez en la conferencia mencionada, afirmando que “todos los países deben responder y proteger a su población del calor abrasador, las inundaciones mortales, las tormentas, las sequías y los incendios furiosos que se derivan de ello [es necesario] salvar millones de vidas de la carnicería climática [climate carnaje en el original]” (ídem). Y sólo es una cita textual de lo dicho por el propio Secretario General de Naciones Unidas días atrás.
Ahora bien, conociendo las causas, la probable evolución y las consecuencias de esta catástrofe; sabiendo perfectamente lo que hay que hacer para impedirla o morigerarla; ¿Cómo es posible que hayamos llegado a esta situación? ¿Quiénes nos han conducido hasta esta pretendida “nueva normalidad”? ¿Quiénes son los responsables de que ahora debamos pensar en sobrevivir en la “era del hervor global”? El calentamiento global es resultado del incremento sustantivo en la atmosfera de los llamados “gases de efecto invernadero” (GEI), particularmente del dióxido de carbono (CO2), y la solución obvia es reducir o eliminar su emisión.
Repasemos brevemente los datos científicos disponibles sobre ello. Si analizamos la distribución de estas emisiones de GEI por país, sabemos que los 20 países más industrializados y ricos son responsables del 80% (Guterres, 2023). Solamente, EE.UU., la Unión Europea, China, India, Rusia y Japón emiten más del 65% del CO2 (Marchini, 2022). Si bien, considerando el total por país, el principal emisor hoy es China; la distribución es completamente diferente si examinamos el tema en relación con la población, siendo que los países con mayores emisiones de CO2 per cápita son los Estados del Golfo Pérsico, EE. UU., Australia y Canadá. A todas luces, los responsables del cambio climático resultan principalmente los países más ricos, del norte y, en especial, los del viejo centro del capitalismo industrial.
Tal es así, que la Convención y los primeros acuerdos de Naciones Unidas sobre esta cuestión reconocían explícitamente estas responsabilidades diferenciadas. Una desigualdad que se ensancha más aún si consideramos la contribución por país a las emisiones de CO2 en términos históricos, un rubro donde sólo las emisiones de EE.UU. y la Unión Europea representan el 47% (ídem). Siendo que el dióxido de carbono permanece en la atmósfera por cientos de años, la emisiones incrementadas desde la I° Revolución Industrial, por Inglaterra primero, en base a la máquina de vapor y el consumo de carbón, constituyen una deuda climática significativa que tiene el Norte con el Sur.
Examinemos el aspecto social del cambio climático. El 50% de la población mundial con menores ingresos solo es responsable del 7% de las emisiones mientras que el 10% más rico es el culpable de casi el 50% de las emisiones de CO2 anuales (Chancel y Piketty, 2022). De modo incuestionable, el cambio climático está vinculado a un modo de vida imperial del que goza solo una pequeña porción de la sociedad y su resolución conlleva cuestionar este patrón de distribución y consumo donde inevitablemente la justicia climática y la social marchan íntimamente unidas. La injusticia es de tal magnitud que los países y poblaciones que menos han contribuido y contribuyen al cambio climático, los más pobres y menos industrializados, son los que más sufren y sufrirán los efectos de esta catástrofe en progreso.
Finalmente, podemos considerar las emisiones de CO2 por sector de actividad económica y matriz energética. Considerando todos los gases de efecto invernadero, según mediciones de 2019, el 34% de las emisiones proviene de la industria, el 22% de la agricultura, y el 16% del transporte y de la infraestructura edilicia (Marchini, 2022). Resulta claro que una reducción radical de las emisiones supone una transformación profunda de las formas de producción y de vida. Respecto de las fuentes de energía, los datos son aún más elocuentes; para 2019 más del 84% de las emisiones corresponden al consumo de los llamados combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón) que, paradójicamente, sigue incrementándose a nivel global (ídem).
No se trata de sólo de un problema de resolución tecnológica, no se soluciona simplemente con el desarrollo de energías renovables y menos si la transición queda bajo control corporativo. En su excelente libro, Andreas Malm demuestra con una sustanciosa evidencia empírica que la opción por una industrialización en base a la máquina de vapor y el uso del carbón en la Inglaterra del siglo XIX no se basó en un cálculo de rentabilidad ni de eficiencia tecnológica sino en el hecho de que resultaba la mejor opción para los industriales ingleses para desarmar las demandas y fuerza de los trabajadores. Una opción del capital contra el trabajo. También, a principios del siglo XX se fabricaban autos eléctricos -el famoso Detriot Model D, entre otros-, pero socialmente se impuso el del motor de gasolina. Las opciones tecnológicas se sustentan en intereses sociales.
Cuando las olas de calor nos agobien, o las lluvias inunden la vida de las poblaciones urbanas, o las sequías provoquen desertificación e incrementen los precios de los alimentos y los incendios vuelvan irrespirable el aire, cuando se intensifique lo que ya está sucediendo, sabemos bien quienes son los responsables, quienes defienden sus escandalosas ganancias y su super-bienestar a expensas de la mayoría de la población mundial. Enfrentar esos sectores e intereses, ese es el desafío que el cambio climático le impone a nuestros pueblos y a la humanidad.
*Sociólogo, investigador del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC), Fac. de Ciencias Sociales, UBA.
Bibliografía
Chancel, Lucas y Piketty, Thomas 2022 “La descarbonización exige redistribución” en Thumberg, G.
(comp.) El libro del clima (Madrid: Lumen)
Guterres, Antonio 2023 “Secretary-General’s opening remarks at press conference on climate”, 27 de Julio. Disponible en https://www.un.org/sg/en/content/sg/speeches/2023-07-27/secretary-
generals-opening-remarks-press-conference-climate (la traducción al español es nuestra)Malm, Andreas 2020 El capital fósil (Madrid: Capitan Swing)
Marchini, Timoteo 2022 “El efecto invernadero”, en AA. VV. Clima (Buenos Aires: El gato y la caja)
Seoane, José 2023 “El futuro (colapso ecológico) ya llegó. El super Niño en la super crisis climática”