Por Federico Larsen. La Unión Europea terminó de mostrar sus diferencias internas. Un sólo objetivo común: salvar el sistema financiero, cueste lo que cueste.
La cumbre de presidentes de la Unión Europa que se llevó a cabo ayer en Bruselas puso en evidencia las diferencias que la crisis económica continental generó entre los países miembros. En medio de los cuestionamientos de ‘indignados’ de distintos países, la UE continúa en sus políticas generales de ajuste, y parece consolidar la línea política de las economías más fuertes, como Alemania, en detrimento de los países que viven la crisis.
El único acuerdo alcanzado, casi unánime, fue el de la recapitalización de la banca, que obliga al sector financiero a incrementar su capital en 108.000 millones de euros, impidiendo la venta de activos y la disminución del crédito. Una medida sobre la cual ya había un consenso general, y no generó mayores resquemores, como sí los hubo con respecto a la situación griega y al Fondo de Estabilidad Financiera, una suerte de salvavidas colectivo que se transformó en el centro de una disputa política.
La situación general puede ser resumida de esta manera: hace meses, la situación económica de algunos países, como Italia, tercera economía de la zona Euro, ha desencadenado un círculo vicioso sin precedentes. El temor de los grandes inversores privados a una cesación de pagos por parte del gobierno Berlusconi, generó una alza vertiginosa de los intereses sobre la deuda italiana. Pero tasas tan elevadas, hacen que sea cada vez más improbable el pago. La solución sería entonces el Fondo de Estabilidad Financiera, creado ad hoc para tranquilizar los inversores y evitar que la crisis se convierta en vértigo. Sin embargo, para economías como la francesa, estables pero no sólidas, aportar a estos fondos significa incrementar su deuda, con la posibilidad de generar un círculo similar al italiano.
Aportar a un fondo de rescate no es una mera actuación económica. Las implicancias políticas se han ido dibujando desde el comienzo de la crisis griega, que puso a las economías más fuertes del bloque ante el dilema de establecer un modus operandi en este tipo de casos. Es decir, que en ningún lado aparece la obligación de países como Francia y Alemania de salvar a otros, y de hacerlo, quieren la garantía a futuro de contar luego con socios confiables, que se adecúen a los estrictos regímenes en términos impositivos y fiscales que necesita la UE para mantenerse estable.
De esta manera, el plano político es el que rige las negociaciones. El caso griego y español son un ejemplo de ello. Cuando Zapatero anunció que iba a adelantar las elecciones y renunció a su candidatura, España dejó de ser un problema sin salida para la UE. Hoy, las acusaciones cruzadas entre Sarkozy y Berlusconi simplemente ejemplifican el fastidio europeo hacia el premier italiano, que no ha sabido conquistarse la confianza de los inversores privados ni de las entidades financieras internacionales, cansadas de comprar bonos de deuda italianos para frenar la suba de las tasas de interés.
Se consolida entonces el liderazgo del bloque por parte de franceses y alemanes, que aún entre ellos no siguen una línea común. El hecho de que toda Europa haya estado en vilo, esperando la resolución del parlamento alemán acerca de los aportes que iba a hacer al fondo de rescate, demuestra que ese país, y en particular su canciller Angela Merkel, tienen el poder suficiente como para exigirle a sus socios políticas de austeridad para seguir manteniendolos a flote, cosa que de hecho están haciendo con el gobierno italiano.
Como consecuencia, España, Grecia, Portugal e Irlanda antes, e Italia ahora, deberán someter sus economías a profundos recortes. Berlusconi, tras una ardua -y aún no cerrada- negociación con sus aliados de gobierno, presentó en Bruselas un plan que prevé el pase de la edad jubilatoria, de 65 a 67 años, y dar mayor libertad a las empresas para los despidos. Grecia, por su lado, aprobó un plan de austeridad que implica recortes en el personal estatal y una estricta política de ahorro en políticas sociales.
Se generó así otro círculo. Si un país entra en crisis, es porque algo hizo mal; los que hicieron las cosas bien lo deben rescatar, en primer lugar para conservar un mercado, y en segundo para mantener la imagen de un bloque política y económicamente sólido. Ahora bien, los ‘salvadores’, que aportan ingentes sumas a los fondos de estabilidad sin sacar de allí nada, se comienzan a posicionar en un lugar de dominancia, en una crisis que, al final, pagarán quienes trabajan.