Por Gonzalo Reartes
De un artista sin tiempo y de música que nunca deja de tener reproducciones e incluso covers es que trata esta nota centrada en “Artaud”, obra de Luis Alberto Spinetta, uno de los músicos más destacados de la escena del rock nacional.
Lo hemos repasado en la nota publicada en este portal respecto de la vida y obra de Antonin Artaud: la respuesta a la vida es el camino al arte por medio el sufrimiento y el dolor. En otros poetas, el carozo del asunto se centra en el amor y las cosas lindas. Bob Dylan contestaría: “¿Cómo vas a cambiar algo si sólo querés mostrar lo que es lindo?”. Luis Alberto Spinetta le da una vuelta de rosca a estas inquietudes poéticas. Y de esa necesidad de superar lo concreto mediante lo sensorial surge, quizás, el mejor disco de la historia del rock argentino: Artaud.
Ahora bien, en clave spinetteana, partamos de lo complejo. Este disco fue concebido y realizado íntegramente por Luis Alberto, pese a que en los papeles sea atribuido a Pescado Rabioso. Lo cierto es que a mediados de 1973, Pescado, como proyecto musical, estaba disuelto. El resto de la banda no podía seguirle el ritmo creativo al Flaco. Veían que se perfilaba como un santo poeta demente que, de paso, hacía buenas canciones de rock. Pero las letras, las melodías incluso, iban más allá, no en su esqueleto, sino en una idea de unidad entre belleza y supresión de todo lo antiguo; “Siempre adelante”, diría Rimbaud.
El baterista de Pescado Rabioso, Black Amaya, declaró al respecto: “Empezó a perfilarse para otro lugar, una mano más arreglada tipo lo que después fue Invisible. A lo último escribía un tema y yo no lo entendía; estaba leyendo mucho a Artaud, Rimbaud. Primero se fue Cutaia, después David y después yo. El Flaco se quedó solo, sentado en una butaca de la sala Planeta”. Pero quedaba pendiente grabar un disco más con Microfón, y de allí la crónica que aquí nos compete. Sale Artaud, pero atribuido, por contrato, a Pescado Rabioso.
Es un disco revolucionario, rompe con las estructuras conocidas en la escena del rock argentino hasta ese entonces. Las estructuras en el arte están hechas para ser deconstruidas. Tomemos el tercer tema del disco: Por. Una sucesión de palabras en una armonía musical y poética sin precedentes, un soneto con la acústica perfecta de fondo, un poema hablado, y con la voz necesaria para lograr tamaña perfección. O sino, el primer tema, Todas las hojas son del viento. Bella canción acerca de la vida, la fragilidad y la muerte, acompañada de su guitarra acústica y a dúo consigo mismo. Nos lanza una metáfora que inevitablemente queda dando vueltas en la cabeza de quien la escucha: “Todas las hojas son del viento/ ya que él las mueve hasta la muerte.” Y qué decir de Cementerio Club. “Justo que pensaba en vos, nena, caí muerto/ ¿Qué le dio al pequeño dios/ del centro gris del abismo?”. Poesía pura.
Artaud marca, a su vez, una etapa de madurez como artista de Spinetta. Ya no la búsqueda del éxito comercial, sino un camino de autoconocimiento y de armonía con la poesía y la música como puerta de salida hacia el arte. El arte, como herramienta de transformación. No social, sino personal, sensorial, incluso. Y personal, subjetiva. Este es un disco en el que uno es transportado a los ojos del artista y ve lo que él vio, oye lo que oyó, y siente lo que sintió. Un disco sumamente surrealista, deslumbrante y muy íntimo. Es el inicio de la carrera del artista que conocemos, que se mueve entre las luces y las sombras, entre el misterio y las letras profundas. El artista entregado a la tarea de darle forma a sus pensamientos y sentimientos a través de la melodía y la letra.
De este disco sobresalen dos temas fundamentales de la obra spinetteana. Bajan es una canción bien rockera, con sus riffs y punteos del final que estiran las notas de graves a agudos, y dotada de una magnífica letra: “Tengo tiempo para saber/ si lo que sueño, concluye en algo (…) Y además, vos querés sol/ despacio, también, podés ser la luna”. Por otra parte, Cantata de puentes amarillos, tema influenciado profundamente por el surrealismo y que debe su título a un cuadro de Van Gogh, es un himno donde las escenas abstractas (“Guarden bien tus manos esta libertad”) se entremezclan con frases mundanas como (“Ya no poses nena, todo eso es en vano, como no dormir”). Sin dudas, este es el tema más emblemático del disco. Canción que nos deja un mensaje bien clarito (ya que, si algo se le ha reprochado desde ciertos sectores a Spinetta es cierta dificultad para entender sus letras, pensamientos demasiados abstractos e innecesaria complejización del lenguaje); en un momento dado Luis Alberto resume su pensamiento esencial al cantar: “Las almas repudian todo encierro”.
Artaud, el tercer disco de Pescado Rabioso, es el primer disco de Luis Alberto Spinetta como solista. Luis se aleja del dolor como búsqueda-en-sí, es decir, se aproxima al dolor desde el riesgo que implica el buscar y encontrar qué es lo que hay en las entrañas de uno mismo, en las profundidades más íntimas, y no al dolor como producto final o al dolor como fin del camino. Es el proceso lo que lo desvela. El mismo camino al que Antonin Artaud dedicó su vida. Ese es el sendero que empieza a caminar Spinetta con este disco. Es el impulso lo importante, no tanto los resultados. Las preguntas, no tanto las respuestas. Los mapas, y no tanto los tesoros.
Quien escribe estas líneas suele caminar por las calles del Bajo Belgrano y no es poco común que en tardes grises que sirven de paisaje a camiones de basura se vislumbre una pareja mateando en el umbral de alguna puerta despintada o un éxodo de niños correteando tras una redonda, buscando quizás el anillo de Beto. Pampa y Miñones y tantas otras calles siguen siendo testigos de ese Bajo Belgrano que El Flaco percibió, vivió y describió. Los laberintos de los monoblock aún están allí, las casitas iguales, las madres con sus hijos en brazos y los horizontes entremezclados de nubes naranjas que se funden con cielos azules. Pocos como Luis Alberto pueden dar tal testimonio de manera tan poética, lúcida y profunda. Por ahí debe andar El Flaco. En cada beso de adolescente, en cada mirada tierna de amor de un padre a su hijo, en cada mate cebado por la vieja. Desandar su huella se hace hoy una tarea imprescindible para quienes buscamos a través del arte las respuestas que el cielo nunca nos dio. Las mismas que el Flaco también buscó y que, quizás, encontró en alguna esquina triste. Esas que se llevó con su canto y su pluma.