Por Agustín Lewit. Chile vota este domingo y todo indica que Michelle Bachelet será, tal como sucedió en el período 2006-2010, la próxima presidenta, marcando el regreso de la Concertación al poder -hoy en una alianza más amplia llamada Nueva Mayoría- tras cuatro años del gobierno conservador de Sebastián Piñera.
Estimaciones más cautas, aun coincidiendo con una amplia ventaja en favor de la candidata de Nueva Mayoría, prevén un escenario de segunda vuelta, colocando del otro lado a Evelyn Matthei, la candidata de la coalición de derecha Alianza, integrada por la Unión Demócrata Independiente (UDI) y el partido del actual presidente, Renovación Nacional (RN), quien fuera, además, ministra de Trabajo del actual gobierno.
Una historia casi increíble une a las dos candidatas con más intenciones de voto. Ambas están ligadas por un largo pasado en común, atravesado por la tragedia y el horror de la dictadura pinochetista. Tanto Bachelet como Matthei son hijas de generales de las Fuerzas Aéreas de Chile, los cuales compartieron mucho más que el rango militar. Vecinas en la misma villa militar, ambas familias establecieron un vínculo relativamente estrecho durante varios años.
Fue el propio derrotero político de Chile el que rompió de manera trágica con ese lazo. El General Alberto Bachelet, padre de Michelle, murió en marzo de 1974 a causa de las torturas propinadas por sus colegas por haber servido al gobierno popular de Salvador Allende. En tanto, Fernando Matthei, no sólo fue ministro de Salud de la dictadura, sino que formó parte de la Junta Militar de la misma durante 13 años, estando al mando –por si algo faltara- del centro de detención donde estuvo detenido y finalmente falleció el padre de Bachelet. Allí, en esa historia tan personal como trágica, salida, al parecer, de un drama entreverado y ficcional, se cifra nada más y nada menos que gran parte de la historia del Chile de las últimas décadas.
Bachelet vs Matthei y más allá
Volviendo a la contienda electoral, muy lejos de las dos candidatas con mayor proyección, se ubican otros siete competidores, con muy escasas chances de superar la primera vuelta. Peleando el tercer puesto, aparecen el candidato de la derecha independiente, Franco Parisi, y Marco Enríquez-Ominami, quien migró del Partido Socialista para formar un partido propio independiente de centro-izquierda. Completan el pelotón del fondo Marcel Claude, del Partido Humanista, Tomás Jocelyn-Holt, del Partido Independiente –proveniente de la Democracia Cristiana-, Roxana Miranda, del Partido Igualdad, Alfredo Sfeir, representando a los ecologistas, y Ricardo Israel, del Partido Regionalista Independiente.
La campaña presidencial estuvo atravesada por la conmemoración de los 40 años del golpe a Salvador Allende y los 25 años del plebiscito que puso fin a la dictadura de Pinochet. Ambos hechos, así como las grandes controversias que suscitaron, pusieron de manifiesto un dato sabido: a pesar de los 23 años del retorno de la democracia, la sociedad chilena aún conserva una pesada herencia política, económica y cultural de sus años más oscuros.
Promesas de cambio
Bachelet presentó las 50 medidas para los primeros 100 días de gobierno, las cuales giran en torno al fortalecimiento del Estado, contemplando reformas en educación, salud y en el plano tributario, como así también la inclusión de los derechos de las minorías. Sin embargo, las mayores esperanzas las ha despertado con sus promesas de reformar la Constitución, aun cuando no haya adelantado el mecanismo para ello.
Además de presidente, el domingo se renueva la composición del Congreso, la cual definirá si habrá mayoría legislativa o no. Esto último se torna complicado debido al sistema binominal imperante, el cual, al tiempo que excluye a los partidos minoritarios, fomenta un marcado bipartidismo en ambas cámaras que termina provocando inmovilidad parlamentaria.
La conformación de las listas, por otra parte, dejó ver ciertos aires de renovación de la clase política chilena. En efecto, muchos dirigentes estudiantiles que encabezaron las protestas por la gratuidad de la educación desatadas en el 2011 se presentan como candidatos parlamentarios. Es el caso, por ejemplo, de Camila Vallejo o Karol Cariola.
En tanto, la escasa expectativa generada por la candidata de Alianza revela el fracaso de la derecha chilena en el poder y su imposibilidad de proyectarse más allá del actual mandato, debido, entre otras cosas, a fuertes quiebres y divisiones en su interior.
Vale recordar, en este sentido, que Evelyn Matthei devino candidata hace apenas unos meses, luego de que Pablo Longueira, un ultraconservador pinochetista y original candidato de la derecha, renunciara a la candidatura aduciendo un cuadro severo de depresión. En el medio había quedado otro candidato presidencial, Laurence Golborne, también abiertamente derechista y cuestionado por corrupción. Así, por debajo de la casi azarosa candidatura de Matthei se filtran los insoslayables signos de fractura y colapso de la derecha trasandina.
Chile es uno de los países con mayor renta per cápita de América Latina pero presenta, también, una enorme desigualdad social. Esa dicotomía es, tal vez, su mayor identidad. Fue el laboratorio elegido para aplicar y ensayar prematuramente el recetario neoliberal y aun paga las consecuencias.
Un muy probable triunfo de la centro-izquierda con ciertos aires recargados de transformación genera expectativas internas de que finalmente comiencen a llegar las transformaciones estructurales que gran parte de la sociedad chilena demanda hace rato.
En términos regionales, el triunfo de Bachelet permite suponer, en principio, un realineamiento de Chile con los países progresistas de la región y un posible corrimiento del bloque de la Alianza del Pacífico, esa nueva versión del ALCA que despierta esperanzas en los sectores conservadores continentales y más allá.
Por todo ello, no sólo los chilenos estarán expectantes este domingo. Los ojos de la región estarán pendientes de esa contienda, esperando que triunfen y se concreten las esperanzas de un Chile latinoamericano.