Por Nacho Saffarano
El resultado de los comicios españoles dejó un amargo sabor para las fuerzas del cambio. El triunfo del PP como primera mayoría y la pérdida de más de un millón de votos por parte de Unidos Podemos confirma que la vieja política aún no termina de morir, y que la nueva no termina de nacer.
A groso modo, las elecciones del 26 de junio en el Estado Español, reafirmaron el poder que continúa ostentando el Partido Popular (PP), la resquebrajada vigencia del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y la confirmación del fin del bipartidismo, que comenzó a materializarse en 2014 con la emergencia de Podemos.
Lo viejo que no termina de morir
Con un total de 137 escaños, el conservador Partido Popular se ubica cómodamente en el primer lugar de estos comicios. Aumentó en 14 la cantidad de escaños, en comparación con la elección que se celebró en diciembre de 2015. La primer explicación (y posiblemente la más certera) se manifiesta con la caída en votos de Ciudadanos, que disminuyó su actuación en cerca de 400.000 sufragios. Sin dudas que ha sido eficaz la campaña del PP, que apeló de manera incansable al “voto útil” en favor de ellos, para evitar la llegada al gobierno de los “extremistas” de Unidos Podemos, la alianza electoral conformada por Podemos, Izquierda Unida y otros grupos menores.
Otra de las razones que pueden explicar el aumento de votos del PP, es el inminente triunfo del “Brexit” en el Reino Unido. Si bien todavía es un panorama poco claro que es lo que va a suceder con la Unión Europea, quedan pocas dudas de que los sectores más conservadores de la sociedad han visto con buenos ojos los resultados electorales en tierras sajonas, y que el PP ha sabido recoger sus demandas.
El PSOE, a pesar de haber disminuido también la cantidad de votos en relación al 2015, conservó el segundo lugar, y evitó que Unidos Podemos logre el “sorpasso”. Este resultado, le da más aire a estos heterodoxos “socialistas”, grandes responsables de la crisis actual que están sufriendo las clases populares españolas. Si Unidos Podemos lograba posicionarse en el segundo lugar, el PSOE debería haber dirimido entre darle apoyo a la fuerza izquierdista o al Partido Popular. Como un sector mayoritario, pretendía aliarse con el PP, no era descabellado pensar en algún tipo de fractura interna del Partido. Sin embargo, nada asegura que eso no pase en los próximos días: el PSOE deberá decidir si permite gobernar al PP. Desde el poder financiero, los sectores más conservadores del Partido y los grandes medios de comunicación ya comenzaron a ejercer una gran presión para que esto suceda. El diario “El País”, en su editorial del lunes 27, alentaron a que el PSOE “permita con su abstención que gobierne aquel que tenga los votos necesarios para hacerlo”.
Que España tenga un nuevo gobierno (o mejor dicho, que se asegure la continuidad del actual), depende de la capacidad del Partido Popular para conseguir los escaños restantes, para obtener la mayoría en el Parlamento. Para eso deberá negociar con cargos y chequeras en las oficinas de Ciudadados y otros partidos derechistas menores; pero también con el PSOE. Lo certero hasta el momento, es que no se avecinan vientos favorables para los de abajo; para los miles que perdieron su fuente de trabajo en los últimos años; para todas las familias que han perdido sus hogares, víctimas de una voraz política inmobiliaria.
Lo nuevo que no termina de nacer
Hay dos buenas noticias que dejó la jornada electoral. En primer lugar, no existe más el bipartidismo en España. Ya no se puede hablar de un fenómeno esporádico, de un boom producto de las redes sociales, y tantas otras cuestiones con las que se ha intentado deslegitimar a Podemos. La nueva realidad española, nos confirma una situación saludable para cualquier democracia, que es la existencia de partidos que representen a sectores de la sociedad que no se veían identificados, con las formaciones tradicionales. Con menor o mayor intensidad, hay un sector afianzado de la sociedad, que apuesta a un “cambio” real.
La otra noticia saludable, son los triunfos de Unidos Podemos en Catalunya y en la Comunidad Autónoma Vasca. Se reafirma la potencialidad de ésta alianza, en dos de las regiones con mayor tradición de lucha para obtener la independencia del Estado Español.
Sin embargo, en términos generales, el sabor que deja las elecciones es amargo, ni siquiera agridulce. Todas las encuestas se han equivocado en la afirmación de que Unidos Podemos, estaba en claras condiciones de arrebatarle el segundo lugar al PSOE. Si bien mantuvo la misma cantidad de escaños que había obtenido en las anteriores elecciones, la alianza ad-hoc que se hizo para estos sufragios perdió un poco más de un millón de votos, en comparación con diciembre del 2015. Todavía es temprano para sacar conclusiones de hacia dónde fueron esos votos disipados. Una incipiente razón, se puede encontrar en la baja del número de electores que concurrieron a las urnas, ya que un 4% menos del padrón participó en estos comicios, respecto a las elecciones del 2015.
Habrá que preguntarse, también, que tan efectivo fue el hecho de tener una campaña basada en una propuesta socialdemócrata; en vez de apuntar a radicalizar todos los núcleos de buen sentido, con los que Podemos salió a las canchas en las elecciones de mayo del 2014. Recuperar las nociones de democracia real; la subordinación de las riquezas nacionales al interés general; posturas claramente a favor de la independencia de Catalunya y el País Vasco; la lucha por salud y educación pública, gratuita y de calidad, entre varias otras cuestiones.
A pesar de todo, nadie puede hablar de fracaso. Tener 71 diputados no es cosa menor, y son grandes los desafíos que se les presentan a los legisladores de Unidos Podemos, para oponer una resistencia anti-neoliberal desde el Parlamento. También tiene un rol clave, la construcción del día a día del “municipalismo del cambio”, a partir de todas las alcaldías ganadas en el 2015.
Los desafíos que vienen
Una de las principales tareas que tiene Unidos Podemos, es seguir siendo Unidos Podemos. Esto significa ahondar en una construcción desde las bases de las organizaciones, para conformar una herramienta política unitaria que pueda dar respuestas de frente, a la embestida que está preparando el Partido Popular. Es importante evitar desvaríos sectarios y oportunistas, y apostar a que confluyan en ésta organización, agrupaciones, movimientos sociales, sindicales que aún no forman parte del reagrupamiento.
Ya no alcanza con formar una “maquinaria de guerra electoral”, como gustan de decir varios de los ideólogos podemistas. Tampoco alcanza con un líder carismático para la televisión, como Pablo Iglesias. De lo que verdaderamente se trata, es de confluir con todos los sectores que saldrán a la calle a luchar contra las medidas regresivas del PP, de fomentar la organización autónoma de los movimientos sociales, de construir un Programa que sea sensible a las demandas de las clases populares. Son muchas las tareas y grandes los desafíos; es momento de salir a las calles, organizarse y resistir contra quienes buscan generar mejores condiciones para que España y Europa, sólo sea para algunos pocos.