Por Martín Obregón
Una mirada del triunfo electoral de Cambiemos desde la reflexión y las preguntas que se siguen disparando: ¿Cómo es posible que un gobierno de estas características obtenga un triunfo electoral tan resonante? ¿Qué mediaciones hacen posible que un pueblo vote en contra de sí mismo?
Duele admitirlo, pero el triunfo electoral de Cambiemos fue contundente. El macrismo se impuso en 13 de los 24 distritos, revirtió el resultado adverso de las PASO en Santa Fe y en Buenos Aires –donde derrotó electoralmente a CFK– y redondeó un porcentaje a nivel nacional cercano al 42% de los votos, un número verdaderamente alto para una elección legislativa.
Lo hizo, además, aplicando un modelo económico basado en el endeudamiento externo y en la especulación financiera, que beneficia a los sectores más concentrados de la economía en detrimento de las grandes mayorías populares, y apelando a las tradiciones políticas más rancias de la derecha argentina, donde el racismo y la xenofobia se combinan con la carta blanca a las fuerzas de (in) seguridad y la reivindicación del terrorismo de Estado.
Hipótesis para un triunfo
¿Cómo es posible que un gobierno de estas características obtenga un triunfo electoral tan resonante? ¿Qué mediaciones hacen posible que un pueblo vote en contra de sí mismo? Estas son algunas de las preguntas que nos atormentan.
A modo de hipótesis planteo una paradoja: el macrismo, cuya quintaesencia es la economía, le debe su llegada al poder y su consolidación a una dimensión político-ideológica. En los votantes de Cambiemos se viene amalgamando, desde hace un tiempo, un sentido común de derecha disperso y fragmentado desde hacía décadas y que comenzó a cristalizar en torno a lo que podríamos denominar una “sensibilidad antikirchnerista”.
Esa “sensibilidad antikirchnerista”, incesantemente estimulada por los grandes medios de comunicación, pudo verse por primera vez en ocasión del conflicto con el campo en el 2008, continuó con los cacerolazos de 2012, se puso de manifiesto en el triunfo electoral de Sergio Massa en las legislativas de 2013 y desembocó en la victoria de Macri a fines de 2015.
El voto antikirchnerista, que estuvo durante mucho tiempo huérfano de liderazgos claros, terminó siendo capitalizado por el macrismo, lo que implicó al mismo tiempo la debacle del Frente Renovador y otros espacios afines, como el del peronismo cordobés. Es verdad que desde el punto de vista programático el Frente Renovador intentó diferenciarse del macrismo, pero en el fondo (y esto selló su suerte) el núcleo duro de los votantes de Massa votaban contra CFK y no a favor de un programa económico.
El 42% de Cambiemos no debería llamar tanto la atención, ya que en realidad expresa (y potencia) un proceso de derechización de la sociedad argentina presente desde hace al menos un lustro. Lo que ocurre ahora es que ese proceso de derechización se hace insoportablemente visible a partir de cuatro factores entrelazados entre sí: un liderazgo claro (el de Macri); una fuerza política homogénea a nivel nacional (la alianza Cambiemos); el apoyo unánime de las diversas fracciones de las clases dominantes y el control casi absoluto de los medios de comunicación.
El análisis de los resultados distrito por distrito también arroja conclusiones paradójicas: Cristina Fernández de Kirchner, derrotada electoralmente por un insulso y desconocido candidato (ya que no se votó por él, sino en contra de ella), lejos de quedar fuera de combate se consolidó como figura central de la oposición política.
Es difícil imaginar, dentro de dos años, una pelea por la presidencia que no involucre a Mauricio Macri y a CFK. La polarización, hasta el momento, beneficia a Cambiemos, pero hay que tener en cuenta que la “sensibilidad antikirchnerista” puede dejar de rendir sus frutos cuando se agudice la crisis económica. Pero para eso todavía falta, ya que los efectos más brutales del plan económico están diferidos en el tiempo, lo que podría explicar, al menos en parte, la primacía de lo político-ideológico en el momento electoral.
De figuras y alternativas
La política argentina presenta varias encrucijadas y en el centro de todas ellas está la figura de CFK, la única capaz de despertar pasiones. El macrismo, que construye su legitimidad en el antikirchnerismo, la necesita imperiosamente, pero también le teme, ya que sabe que no hay otro liderazgo, al menos en el corto plazo, capaz de articular un proyecto opositor. CFK también es un gran dilema para el peronismo: con ella a la cabeza la unidad parece imposible, pero a excepción de ella, ninguno/a parece dar la talla para una disputa nacional. Por su parte, algunos sectores del campo popular que llamaron a votarla por cuestiones tácticas, sostienen que CFK puede convertirse en una especie de escudo protector contra las políticas de ajuste, aunque admiten, al mismo tiempo, que el kirchnerismo, en tanto proyecto político, ya demostró claramente sus limitaciones y debilidades.
Ninguna de esas dudas están presentes en la izquierda partidaria, sólidamente amalgamada en torno al Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT), que hizo una elección verdaderamente destacable al obtener un 6% de los votos a nivel nacional (triplicando lo obtenido en las presidenciales de 2011) y alcanzar porcentajes inéditos en algunas provincias, como Mendoza, Salta y Jujuy. El crecimiento electoral del FIT no deja de ser saludable, en tanto expresa la voluntad de construir un proyecto político claramente anticapitalista. El desafío, para esta izquierda, sigue siendo superar ciertas tendencias sectarias y abordar de manera menos rígida la cuestión de lo nacional-popular.
De manera muy esquemática podría señalarse que, en términos electorales, Cambiemos ha ocupado todo el arco de la derecha política, dejando un espacio cada vez más pequeño para una centroderecha que se expresa en el peronismo no kirchnerista y en algunas fuerzas provinciales. El kirchnerismo, en tanto, ha ocupado casi toda la franja de la centroizquierda, arrinconando a algunas expresiones en decadencia, como el socialismo santafecino, mientras que el espacio de izquierda ha sido hegemonizado por el FIT.
A pesar del desánimo que nos provoca el triunfo de Cambiemos no hay que olvidar que lo electoral, aunque importante, no es más que una de las dimensiones de la lucha, y que muchas veces expresa de manera difusa y distorsionada la verdadera correlación de fuerzas sociales. Cuando aparezca, la alternativa electoral capaz de desplazar del gobierno a la derecha de Cambiemos será la consecuencia (y nunca la causa) de un proceso de movilización y de lucha de amplios sectores sociales, capaz de resistir en las calles la ofensiva neoliberal y articular un proyecto en función de las grandes mayorías populares.
Envalentonado por el triunfo electoral, el macrismo apuesta a construir un nuevo proyecto hegemónico a partir de dos modelos: el chileno y el colombiano. Para lograrlo deberá resolver dos grandes obstáculos: los efectos de un plan económico que se parece cada vez más a una bomba de tiempo y la resistencia de un movimiento popular que está entre los más poderosos y organizados de América Latina.