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    Sin categoría

    El Tata Sapag

    8 julio, 20135 Mins Read
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    El Tata Sapag

    Por Mariano Pacheco*. El Tata tenía 24 años cuando cayó abatido por las balas de una patota con la que se cruzó a la altura del km. 12 de la ruta nacional N°2, en Florencio Varela, el 30 de junio de 1977. 

    Virulana, como le decían algunos de sus compañeros de militancia a Ricardo Omar, se había reunido un rato antes con María, La Petisa, con quien venía haciendo inteligencia a un hombre importante de Quilmes, nunca se supo si empresario o integrante de las fuerzas represivas.

    El Tata, como lo conocían casi todos en ese momento en la Zona Sur del Conurbano Bonaerense, era en 1977 el jefe de la Sección de Combate Tito Taberna, que comprendía los distritos de Quilmes, Berazategui y Florencio Varela. Era, también, hijo del ex gobernador neuquino Felipe Sapag. Y Hermano de Enrique Horacio, también militante montonero de la Zona Sur.

    Adriana Robles se acuerda que se enteró de su muerte leyendo la revista Gente. Y no lo pudo creer. Ya no estaba en Buenos Aires, y sintió ese asesinato como si fuese el de un ser querido muy cercano.

    El Tata se mantenía en la clandestinidad desde el 10 de diciembre de 1975. Día en el que, como integrante de los Pelotones de Combate “Juan Beláustegui” y “Miguel A. Bustos”, participó del intento de detener al Brigadier Mayor Alí Luis Ypres Corbat, Comandante de Operaciones de la Fuerza Aérea, con el objetivo de someterlo a juicio revolucionario, acusado de haber participado de manera directa en la represión contra el pueblo. El Comandante Corbat –gravemente herido, al igual que su chofer– logró sobrevivir. Desde ese día, Caito –como le decían en su familia– continuó con su vida y su militancia en Montoneros –como tantos otros– en la más absoluta clandestinidad.

    Tras esos episodios, El Tata escribió una carta pública a sus padres y hermanos.

    “Para que ustedes puedan entender mi actitud de asumir la lucha armada, deben remontarse a los innumerables esfuerzos que hemos hecho para reencauzar este proceso. Nosotros, el auténtico peronismo, fuimos anunciando la traición enquistada en el Movimiento y en el gobierno desde antes de la muerte del general Perón, fuimos los primeros en desenmascarar a López Rega, en exigir la democratización del Movimiento y democracia sindical. Fuimos también los que constantemente señalamos, que para lograr la pacificación nacional, había que terminar con la más terrible de las violencias, la que sufre todos los días el pueblo: el hambre, la miseria, la desocupación, la falta de atención médica. Dijimos que esta violencia era la que originaba la justa respuesta de los de abajo, al no encontrar otro modo de defender sus intereses. Pero nada de esto ocurrió. No sólo no hemos sido escuchados, sino que además el gobierno de las Fuerzas Armadas intenta silenciar los justos reclamos populares usando mayor violencia. Cientos de muertos, miles de torturados y encarcelados fue la respuesta… La alternativa es clara: o se opta por la liberación, se impulsa una política económica basada en la justa redistribución de la riqueza, se elimina la desocupación y las causas que originan el hambre y la miseria, se acaba el poder político y económico del capital extranjero en el país y existe libertad para que el pueblo se exprese sin proscripciones, o el pueblo aplastará inexorablemente a sus enemigos, aunque le cueste la vida de sus mejores hijos. Esta es la situación de nuestra patria. Yo tengo una gran pena porque esta crisis ha llegado a nuestra familia, tengo una gran pena, porque usted, Papá, lo quiera o no, está gobernando con los enemigos del pueblo… Pero al mismo tiempo no puedo negar que tengo también una tremenda alegría; la de ser leal con mi otra gran familia que es el pueblo…”.

    Estaba en pareja con Norma Inés Cerrota. Marcela -como la conocían en Montoneros a Norma Inés Cerrota-había caído en combate en la madrugada del 8 de febrero de 1977 en Sarandí, distrito de Avellaneda, cuando fue interceptada por una patota del Ejército en la intersección de las calles San Pedro y Zeballos. Tenía entonces 26 años y era la responsable sindical la Columna Sur. Vivía con sus padres en Lanús Oeste, provincia de Buenos Aires, a tres cuadras de la estación de tren. Había estudiado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, participado del frente territorial. Buscó su proletarización trabajando en una fábrica. Había iniciado su militancia en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).

    Arturo Germil, “El Ciego”, compañero de militancia, la recuerda así: “Ella se abocó junto con el resto de los compañeros al trabajo territorial que consistía en organizar al barrio en función de las mejoras que se iban logrando. Así se consiguió extender los caños de agua, hacer zanjeos, veredas, a la par que se realizaban trabajos políticos como la lectura de documentos, charlas, proyección de películas en el barrio para generar debates. También fuimos alfabetizadores formando parte del Programa de Alfabetización de la vieja DINEA (Dirección Nacional de Educación del Adulto). Norma era compañera de Tata Sapag. Era una chica simpática, entradora, con mucha facilidad para relacionarse con la gente. Tenía 26 años cuando cae cerca de la estación de Sarandí. Según tengo entendido tomó la pastilla de cianuro”. 

     

    *Relato que forma parte de Montoneros silvestres, historias de resistencia a la dictadura en el sur del conurbano, libro en preparación que Marcha irá adelantando en breves entregas, un martes por mes.

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