Por Nadia Fink. A días del auspicioso debut de Gerardo Martino como director técnico de la Selección Argentina, una semblanza del jugador emblema de la escuela bielsista.
Tata es una voz que se usa para demostrar el trato cariñoso que se le da a un padre o a un abuelo. Es una palabra que nace de una expresión onomatopéyica infantil. Es el hombre de campo, el padre, el de la última palabra. También el de ritmo cansino, mirada comprensiva y carácter reposado.
Nuestro Tata es Martino, ese hombre que llegó el mes pasado para hacerse cargo de la Selección argentina, luego de un subcampeonato que sonó a poco, después de una gestión de Alejandro Sabella en la que, si bien se llegó a la final de un Mundial, el equipo fue retrasando cada vez más el juego hasta tornarse en una defensa cerrada y bien constituida, con un Messi solitario arrastrando pies y pelota, para que le llegara poco y mal a una delantera menguada.
Con esa buena base de jugadores llega el Tata, y también con el arrastre de una falta de identidad dentro de la cancha. “A los que no están, ilusiónense”, dijo en su primera conferencia de prensa. Ilusión que no es promesa vacía en un hombre que busca más allá de figuras y nombres rutilantes. Que hurguetea en equipos chicos y sostiene la mirada en inferiores. Un hombre que, siempre, sabe cambiar a tiempo.
Como cuando jugaba a la pelota: un mediocampista exquisito y pensante, de esos que da gusto ver en vivo y en directo para entender cómo mira la cancha (completa, no esos retazos televisados), cómo se para cuando la pelota está lejos, cómo se mueve lo justo para que le llegue al pie, para darle un pase al jugador más suelto, para abrir huecos o sobrevolar cabezas. Ese Tata que, sin embargo, se adaptó al sacrificio físico que pidió Marcelo Bielsa cuando lo dirigió en 1990 en Ñuls, cuando planteó un equipo con el suficiente despliegue como para que subiera y bajaran, solidarios, para atacar y defender en bloque.
Luego de la consagración del Apertura 1990, el propio Bielsa le decía a El Gráfico (en una de esas acostumbradas semblanzas donde el técnico ganador debe definir a cada jugador en cuatro líneas) sobre Martino: “Lo máximo. Ahora corre como los otros, pero sabe el triple. Sería injusto que nosotros nos quedemos con la gloria porque su despliegue se ha multiplicado; yo jerarquizo su actitud. No le podemos vender a él algo que no quiera hacer. El Tata, además, es un tipo fuera de serie y desde el primer momento fue el que más nos ayudó”. ¿De qué ayuda hablaba Bielsa? Martino era, en un jovencísimo plantel íntegramente subido desde las inferiores de la lepra, uno de los pocos “veteranos” que ya habían campeonado dos años atrás con José Yudica y se pusieron al hombro la especie de revolución que proponía Bielsa para el fútbol local. Revolución que, 12 años más tarde, volvería a genera el Tata con su Ñuls campeón de 2013.
Martino es el último eslabón en los sueños del recién fallecido Julio Grondona, mandamás del Fútbol Argentino (acá y hacia afuera) durante 35 años. Él último deseo del jefe fue cumplido y el Tata llegó con algunas condiciones: renovar el cuerpo técnico con hombres de su confianza, poder trabajar con las inferiores; algo así como empezar a esbozar un proyecto a largo plazo en el siempre instantáneo fútbol argentino.
Tatismo, ¿fase superior del bielsismo?
Ya sabemos, decirse bielsista en el fútbol implica pararse de una manera para mirar el fútbol dentro y fuera de la cancha. Para proyectar un trabajo que priorice la tenencia de pelota, el buen juego, la solidaridad de equipo por sobre el resultado. Aunque el resultado importe, claro. Nada de palabras vacías, sino una construcción que lleva años pero que va teniendo su escuela en el fútbol argentino (y en el mundial, sino cómo explicamos la convocatoria de directores técnicos argentinos para hacerse cargo de equipos y selecciones sudamericanos y europeos).
Martino llevaba ocho años jugando en Primera cuando Marcelo Bielsa llegó a dirigirlo. Con un breve paso por Tenerife en el medio, le dieron a Ñuls tres campeonatos (triunfo en la Bombonera incluido, a pesar de que Martino salió lesionado por un patadón de Moya, a quien solamente le obsequiaron una pálida tarjeta amarilla). El Tata se retiró de Ñuls harto de su presidente-dictador, Eduardo López, en un estadio a medio construir, una tarde de 1995 llena de hinchas y bajo una aguacero imparable.
Pero volvió a pesar de que le habían ofrecido dirigir la selección de Colombia, luego de su exitoso paso por la selección paraguaya (con quien perdió los cuartos de final contra España, campeón del mundial de Sudáfrica de 2006), para llevar a Ñuls a lo más alto. Y no sólo por la obtención del título (Torneo final 2013) sino por el buen juego que desplegó: un equipo siempre adelantado, con el arquero jugando casi de líbero, con Maxi Rodríguez, Lucas Bernardi y Nacho Scocco en sus mejores momentos, todos pibes del club que volvieron para sacar a su equipo de zona del descenso y de años de malversaciones de fondo y despojo por parte del ex presidente.
¿Qué aprendió el Tata de esos años del Loco? El periodista Gustavo Veiga, reflexiona: “Creo que todo técnico, aun cuando confíe en su credo y en su dogma fútbolero, tiene que tener la mínima dosis de pragmatismo, aunque sea un 5 o un 10%. Y me parece que Bielsa se ha equivocado en no ser mínimamente pragmático. Por ejemplo, en el mundial de Japón en un partido clave con Inglaterra pudiendo no desguarnecerse tanto atrás, pudiendo buscar el partido y no renunciar a sus principios, Argentina por un empate lo dejaba a Inglaterra muy complicado. Creo que se podía haber mensurado”.
Ese pragmatismo, ese amoldarse (incluso cuando era jugador), es lo que Ariel Senosiaín, periodista y autor del libro Lo suficientemente loco, biografía de Marcelo Bielsa, vislumbra en el Tata: “Veremos qué juego va a hacer Martino, que juego pide. Si hasta ahora generó algo así como una revolución acá en la Argentina con Ñuls, antes en Paraguay había jugado de una manera distinta y en Barcelona se quedó a mitad de camino entre lo que quería hacer, lo que hizo, lo que le pidieron que hiciera, lo que tenía que hacer por estar en donde estaba. Es decir, puede llegar a jugar muy bien la Selección sin necesidad de salir a jugar como jugaba Ñuls y puede llegar a sacar resultados sin necesidad de ser esa roca que era la selección paraguaya. Martino hasta ahora se amoldó mucho a lo que ha tenido en cada momento.”
Con ese panorama, el debut (si bien amistoso, si bien un único partido del que podemos agarrarnos) fue más que auspicioso: con la base del mismo equipo que jugó el Mundial una chispa parece haberse encendido. Que siga prendida y generando ilusión, a paso cansino y mirada franca.