Por Agustín Lewit. Por escaso margen, el FMLN logró la reelección y Salvador Sánchez Cerén, un ex guerrillero, será el próximo presidente salvadoreño. Promesas de profundización del rumbo iniciado hace cinco años y un “giro hacia el sur” despiertan expectativas en la gestión que asumirá el 1° de junio.
Ya está, ya se puede decir: El Salvador tiene nuevo presidente electo y se llama Salvador Sánchez Cerén. Con él, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) comienza su segundo mandato consecutivo, lo cual consolida a la izquierda en el poder tras más de 20 años de gobiernos conservadores en esta nación centroamericana.
Luego de algunos días teñidos por la incertidumbre, el Tribunal Supremo Electoral confirmó los resultados preliminares del escrutinio del ballotage, consagrando oficialmente el triunfo de la izquierda, mal que le pese a la derrotada Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) que, como era de prever, denunció fraude y prometió apelar a instancias internacionales.
Cierto es que la ventaja fue mínima y mucho más justa de lo que la mayoría de los pronósticos anticipaban: menos de siete mil votos de distancia, con poco más de tres millones de sufragios y una pérdida de 10 puntos porcentuales respecto a la primera vuelta del 2 de febrero. Pero dichos resultados, antes que deslegitimar al nuevo gobierno, expresan –tal como ocurre en muchos otros escenarios de la región- una fuerte polarización del escenario político y social. Es un triunfo, además, que debe valorarse mucho por cuanto ocurrió a pesar de una furibunda campaña de la derecha en tándem con los medios de comunicación concentrados, que se encargaron de desplegar toda su artillería contra el candidato del FMLN.
Sánchez Cerén, actual vicepresidente de Mauricio Funes, es la promesa de continuidad del proceso iniciado hace cinco años. Pero se erige, también, como la esperanza de su profundización y el fin de ciertos titubeos del presidente saliente, que han generado malestar y cierta disconformidad en un importante sector social ligado al oficialismo.
Y es que, en verdad, sobran los motivos para entusiasmarse. A diferencia del periodista Funes, un outsider que arribó al FMLN con el objetivo de amalgamar a un amplio abanico social, Cerén proviene de las entrañas profundas del Frente, lo cual permite suponer, a priori, que su gestión marchará por un rumbo más definido dentro de los andariveles de la izquierda. De hecho, algo de eso dejó entrever en los meses de campaña, en los que prometió -además de acelerar la distribución del ingreso- impulsar un “giro hacia el sur”, que acerque al “pulgarcito de América” a los países del Cono Sur como así también a la CELAC.
Pero también, para calibrar con justeza un diagnóstico sobre la gestión futura, hay que decir que las esperanzas y los discursos cargados de promesas encuentran límites fuertes en la acuciante realidad económica y social de El Salvador. En efecto, cinco años de una tibia gestión de la izquierda, aunque con algunas mejoras sustanciales, no bastaron –ni por lejos- para revertir las graves consecuencias que provocaron largos años de políticas neoliberales, sumados a las pesadas secuencias de más de una década de guerra civil, que aún hoy golpean a la sociedad salvadoreña.
La precariedad de la economía salvadoreña, sumado a la proximidad geográfica de EEUU y su fuerte incidencia económica, reducen fuertemente el margen de maniobra del futuro gobierno. Pero, ahora bien: antes que constituir obstáculos infranqueables, dichas cuestiones se presentan como los principales desafíos a superar por la gestión entrante. Otro tanto hay con la violencia, que se ha instalado desde hace tiempo en lo más profundo de la sociedad y demanda soluciones eficaces y con una mirada que exceda las meras acciones represivas.
Imprescindible será de aquí en más, y en vistas a ampliar los márgenes de autonomía y equidad prometidos, que El Salvador se apoye fuertemente en los distintos bloques regionales, tales como el SICA, el ALBA y la CELAC, como así también estreche vínculos con Nicaragua –también gobernado por la izquierda- de manera tal que se apuntalen mutuamente.
Finalmente, el triunfo de la izquierda salvadoreña no hace sino afianzar un escenario regional en plena mutación, donde las alternativas electorales de izquierda se han ido materializando y ganando poco a poco terreno en las distintas coyunturas nacionales, nutridas tanto por movimientos sociales vigorosos como por el agotamiento de la forma de gestión política de la derecha.
El futuro de este nuevo tiempo depende, ni más ni menos, de esas nuevas fuerzas y de lo que puedan hacer en el poder. En ese sentido, muchos son los desafíos que le esperan a Salvador Sánchez Cerén y muchas, también, las esperanzas que su triunfo lleva anudadas.