Por Federico Otero. Acaba de confirmarse la tercera edición consecutiva del Noiseground Fest, el festival de stoner rock y sludge que reúne a las mejores bandas sudamericanas del género. Devastación valvular y autogestión al servicio de la comunidad rockera.
5,6 y 7 de septiembre de 2014 en Uniclub. Noiseground Fest. 19 bandas. La cita obligada para los amantes del stoner y el sludge, que podrán disfrutar de una comunión sensorial con música pesada de primerísimo nivel. Under, bien under. Hace dos años por fin se pudo concretar el sueño de tener un festival propio, totalmente autogestionado y hermanado por la sangre sensible del metal. El lugar elegido para el debut fue Grow, que en la noche del primer viernes de octubre resistió el diluvio exterior y la furia interior para abrir paso a este ciclo. El club de Guardia Vieja y Gallo, por segunda vez consecutiva, promete esta vez no bajar la guardia ante tres días brutales de perforación sonora.
Si le contáramos al lector que en tres noches porteñas va a poder ver a Poseidótica, Dragonauta, Avernal, Sicky Porcky, Buffalo, Los Antiguos, Fuzzly, Anomalía, Narcoiris, 3 mg, Los Dragula, Stilte, Mondo Dromo, Cobra Sarli, Orquesta de Diablos, Colvero, Sutrah, Altar y los uruguayos de Motosierra en un mismo escenario probablemente no se lo crean. ¿Qué tienen en común el sobrino de José Larralde, un grupo de punks uruguayos y el ex-baterista de Los Natas? El Noiseground promete ofrecernos una respuesta.
Patricio Larralde, que cantaba en Sauron, actualmente forma parte de Los Antiguos junto a uno de los guitarristas de Avernal, que grabó un disco tributo a Kyuss con Los Natas, cuyo baterista ni bien se disolvió la banda se hizo cargo de la batería de Poseidótica. Así es todo en este mundo. Cuando hablamos de autogestionado nos referimos no sólo a que cada banda se produce su propia música y la comparte libremente por la red, diseña su estética y su arte de tapa, coordina sus shows y muchos de ellos realmente no -repetimos: no- viven de la música. Nos referimos también a un fenómeno social que es transversal a este arte y tiene que ver con la creación de una comunidad, de ver la fraternidad como eje de las relaciones humanas que encuentran por un puñado de días al rock pesado como excusa para compartir.
El stoner es un monstruo que crece, se deforma hasta explotar y volver a crecer desde el interior de sus entrañas. Llama solitario a los paisajes más desafiantes, serpentea por el desierto a bordo de su fuzz arrollador. Pide a gritos que lo dejen solo, solo con su alma. Con su alma y nada más. Es capaz de reencarnar en otras bestias, de surfear por caminos intransitables, de batallar. De viajar hacia la luz a bordo de su caballo alado. El stoner trasciende los idiomas y las fronteras. No sufre el cambio del tiempo ni se agota, ni tiene ni una gota que no sea original, que no salga de lo más visceral.
Para entender de qué se trata esta historia, hay que remontarse al génesis del heavy metal en los finales de los ‘60. El stoner encuentra su semilla claramente en Black Sabbath, luego de un par de décadas anteriores gobernadas por el rock and roll, las pistas de baile y los jopos con fijador. Apenas posteriores a Hendrix y contemporáneos a Purple y Zeppelin, sentaron las bases de aquel estilo que es rock, pero sin roll. No se baila, no hay tiempo ni espacio para hacerlo. Uno lo contempla quieto y aturdido en su lugar, donde la cabeza manda sobre el cuerpo.
Si pegamos un salto de unos veinte años hacia adelante y nos movemos al desierto de California el sonido sabbathero vuelve reformulado por los antecesores directos de esta movida: Kyuss. El resto ya es historia.
Vamos de apoco tachando las semanas para que llegue aquel momento. El ruido del stoner sobrevuela Buenos Aires, y se siente cada vez más fuerte. Cuando aterrice la nave, allí estaremos.