Por Jérémy Rubenstein / Traducción Martín Londoño
Mona Chollet es una periodista feminista francesa que escribe en Le Monde Diplomatique y que escribió en Charlie Hebdo. Cultora de un estilo panfletario y sarcástico, en su último libro, “En casa”, se permitió la escritura delicada y hogareña sin caer en lo consensual o diplomático.
Su feminismo es políticamente incorrecto y su escritura realiza una crítica general de la sociedad en la cuál la idea de utopía está siempre subyacente. Mona Chollet es periodista y escritora y su libro “En casa”, editado por primera vez al castellano por Hekht, llega a Buenos Aires para ser presentado hoy a las 19:30 en La Libre, Bolívar 438, San Telmo (CABA). A propósito, un diálogo reflexivo y amigable, un ida y vuelta que contiene mucho más que lo que las palabras dicen.
-¿Cuál es la importancia de recordar constantemente desde qué lugar escribe, es decir, desde su situación particular?
Quizás, porque a decir verdad no tengo otra fuente de legitimidad que esa. Extraigo mi legitimidad de las investigaciones que he llevado a cabo, de mis lecturas y mis reflexiones. Pero no soy historiadora ni socióloga, no tengo ningún título específico que me autorice a hablar de los temas que trato. Soy periodista, tengo una formación generalista.
Más allá de esto, creo que tenía ganas de hacer algo un poco más personal, con idas y vueltas entre lo íntimo y temas más generales, políticos y colectivos. Lo que me interesaba era el proceso: mezclar lo personal con lo político, mostrar cómo ambos ámbitos están relacionados. También quería que el libro sea propositivo, creo que para el lector leerme a menudo en primera persona le permite identificarse, que sea para estar de acuerdo o no. Es un recurso que a mi parecer permite crear un diálogo imaginario.
-¿No le parece que cuando los “especialistas” hablan también deben –o deberían- exponer y aceptar sus propias subjetividades? Tengo la impresión que el discurso dominante, catedrático, se ha derruido. La sola legitimidad del experto ya no basta…
Si, de acuerdo, pero me imagino que de todas maneras en el medio universitario hay convenciones que respetar en relación a la comunidad académica y a los lectores acostumbrados a cierto tipo de discurso… Es curioso, me da la impresión que como lectores siempre logramos identificar muy bien desde dónde se escribe lo que leemos. Por ejemplo, estoy leyendo a una socióloga que pretende tener un punto de vista bastante neutro sobre el tema que está tratando. Sin embargo, al leerla advierto su sesgo en cada línea, y de manera bastante evidente. Esto no me escandaliza, digamos que en su caso lo tomo como una precaución tácita.
Es cierto que hay cierta pretensión de autoridad muy altiva. Pero creo que nadie puede dejarse realmente engañar. Quizás prefiero cuando se asume la subjetividad, cuando la socióloga dice de entrada “este es mi punto de vista sobre esta cuestión y es posible que permee este libro”. No creo que la subjetividad impida hacer trabajos muy rigurosos. Señalar su punto de vista no es una excusa para permitirse trabajar poco o carecer de rigor. Se pueden aliar ambos: asumir su punto de vista y al mismo tiempo proponer algo estructurado y serio… en lo ideal (risas).
-Tiene un estilo de escritura amable y reconfortante, prácticamente libre de ofensivas. Sin embargo, muchos de los temas que aborda y de las sugerencias que expone implican afrentas directas con los poderes establecidos y los lugares comunes de la izquierda. En otras palabras, en el fondo, distribuye cachetadas a diestra y siniestra, pero en la forma se mantiene extrañamente amigable. ¿Qué debemos entender de este contraste?
Su comentario es muy interesante. Es gracioso porque mi libro anterior, que glosaba sobre las mujeres y la belleza [Beauté fatale. Les nouveaux visages d’une aliénation féminine, éd. Zones, 2009] a menudo fue descrito como agresivo. Una joven periodista vino a entrevistarme a propósito del libro y una vez concluida la entrevista me dijo: “que extraño, si en la vida real usted es muy amable”… (risas). Quedé un poco desconcertada. Es verdad que había mucha rabia en ese libro, pienso que esto se sentía y me pregunto si eso desagradó a ciertos lectores. Me gusta el estilo panfletario y sarcástico cuando se presenta una real oportunidad de usarlo, pero no de manera gratuita, solamente cuando el tema me pone iracunda. Es un estilo que me gusta bastante.
Quizás con En casa, tuve la oportunidad de explorar otra aproximación, de ver como se puede ser muy crítico sin agredir a la gente. Es delicado, porque tampoco es correcto edulcorar innecesariamente los propósitos, no hay que caer en algo demasiado consensual o diplomático. Hay personas que se sienten agredidas muy fácilmente, entonces hay que evitar tener estándares demasiado bajos al respecto. Pero es verdad que me interesa intentar escribir de esta manera sin censurar por ende lo que tenemos por decir… y también intentar llevar un discurso un poco más afirmativo. Tengo la sensación que entre la izquierda es un problema recurrente y actual, al hallarse en una tónica muy defensiva. Es que en estos últimos años siempre estamos resistiéndonos a regresiones y derivas. El riesgo es perder de vista el ideal que defendemos, y en nombre de qué luchamos. (Nos interrumpe el ruido del camión la basura).
-Es formidable en su libro el hecho de reconsiderarlo todo a partir del lugar que habitamos, incluida –a propósito- la recolección de las basuras. De alguna manera, ese era el sentido de mi primera pregunta: me da la impresión que para una escritora “militante”, “comprometida”, y en ocurrencia feminista, usted habla desde un lugar que muchos lectores reconocerán y encontrarán realmente familiar. Sin embargo, hablar desde ese lugar, y además desde una clase media para la cuál “las cosas van bien” según los estándares generales, me parece bastante difícil, por lo menos en Argentina.
¿Pero por qué ?
Y… la mayoría de autores, al igual que muchos militantes, tienden a hablar desde un lugar que no es el propio y/o que no corresponde a su público. La figura clásica es ver a autores de izquierda provenientes de la pequeña burguesía asociarse a los más desfavorecidos y, de alguna manera, expresarse en su lugar. De la misma manera, en cuanto al feminismo, tengo la impresión que hay una gran distancia entre ciertas autoras que escriben a partir de recorridos muy particulares, y a menudo extremos, y un lectorado mucho más burgués o de clase media sin sobresaltos existenciales. No lo sé, me parece que ciertos autores buscan que su lectorado se identifique a ellos a partir de situaciones muy alejadas de las que viven realmente. Y usted rompe abiertamente con esa postura, desvelando abiertamente su situación social.
No había pensado tanto en eso. Es verdad que he visto a menudo a mi alrededor, entre la izquierda, cierta vergüenza, complejos y hasta odio de sí mismo por venir de un medio burgués. Pienso que yo también sentí lo mismo durante un tiempo, en fin… quizás cuando tenía 20 años. Pero al cabo de un rato, me pareció bastante estéril. No creo que odiándose a si mismo surja nada interesante. Eso es partir de una posición falseada, y no veo cómo se pueden decir cosas útiles desde este lugar. Le he restado dramatismo a ese tema, ya no creo que sea realmente un problema para mi. No me siento particularmente orgullosa de venir de ese medio, sé que tengo muchos privilegios. Simplemente, desde que me decidí a escribir, intento hacerlo de la manera más honesta y ver que puedo aportar desde mi experiencia, asumiéndola.
-Intento hacer lo posible para que mi casa sea un lugar acogedor y ameno en el que cada uno pueda hacer lo que desea. Pero no deja de ser mi casa y sigue estando regida por mis reglas ¿Cómo enlazar lo político, lo colectivo, con reglas que soy el único en fijar?
Pienso que es muy benéfico tener un espacio que responda a nuestras propias reglas. Pienso que lo necesitamos. Idealmente, deberíamos tenerlo. La vida sería agotadora sin ello, sin un lugar acomodado según nuestros gustos, con cosas que nos gusta comer en la despensa e imágenes que nos gustan en los muros. Me parece que es una necesidad fundamental. Efectivamente, pueden aparecer pequeñas tensiones cuando otras personas entran en ese espacio íntimo. Después, el tema es que la mayor parte del tiempo, muchas personas conviven y comparten ese espacio. Eso se traduce en compromisos, en puntos intermedios que corresponden a los deseos de cada uno. Es un entrenamiento a ser más tolerantes, a aceptar la manera de funcionar de las demás personas en ese espacio privado.
También está el tema de la hospitalidad. Pero creo que para las personas que admitimos en ese espacio hay efectivamente algunas obligaciones: en casa de algunos hay que quitarse los zapatos al llegar, son cosas que dependen de las tradiciones, de las manías de cada uno. Pero también hay una contraparte positiva para quienes llegan: descubrir el espacio ideal de una persona, que es de alguna manera el reflejo de su personalidad. A mí me gusta mucho ir a casa de la gente, siempre me parece muy interesante ver las diferencias, decirme “yo nunca podría vivir aquí” o al contrario “¡qué suerte!” o “vaya, que manera tan particular de organizar los libros”. Es muy estimulante descubrir cómo funcionan los demás, ver lo que corresponde a sus gustos y sus ideales. Eso compensa el hecho de deber quitarse los zapatos o de poner un portavasos bajo nuestra vaso para no marcar la mesa… En fin, pequeños detalles como esos (risas).
-Como dice, este espacio es esencialmente un espacio compartido, ya sea con la pareja, la familia, los compañeros de piso… Generalmente vivimos nuestras casas entre varios.
A propósito, en mi libro cito al arquitecto estadounidense Christopher Alexander que en los años 70’, junto con otros más, había hecho una antología dónde pensaban el espacio ideal. Había estudiado todas las posibilidades del espacio: tanto un espacio concebido para una persona sola, como para una pareja, una familia, una familia extendida, personas que trabajan juntas o amigos que cohabitan… En fin, realmente había intentado imaginar y cubrir todas las configuraciones posibles –también para el espacio público. Su idea era proceder por espacios delimitados y diferenciados. Aunque se trate de un espacio realmente pequeño, apenas un escritorio en una esquina, idealmente una habitación, lo importante es que sea exclusivo para cada persona, para que pueda retirarse sola en él.
En el caso de una familia, por ejemplo, se necesitarían espacios como este para cada individuo de la pareja y también de la progenitura, aunque se trate solamente de una cortina de la cuál tirar para encontrarse tranquilo un momento: un espacio para la pareja, separado de los niños; un espacio exclusivo para los niños; un espacio para toda la familia; e, idealmente, para seguir con la misma idea, un espacio para recibir a los amigos. Es un ideal, no algo que todo el mundo pueda realizar concretamente, pero me parece que ya está bien haber intentado consignar esta idea en papel y definir cómo deberían funcionar las cosas idealmente. Pienso que esto permite crear espacios que concilien a la vez la soledad y el placer de compartir con otras personas.
-¿Que rol juega el internet con este espacio?
Lo que digo a propósito no es muy original. Tengo la impresión que internet cambia el espacio privado por completo, porque permite una intrusión permanente de los demás en un ámbito que antes correspondía a un lugar de soledad y protección. En cuanto a las redes sociales, se tratan de espacios virtuales que pueden llegar a ser muy agresivos. No lo son todo el tiempo, obviamente, pero pueden llegar a serlo. Pienso particularmente en Twitter. Es un lugar tan indiscriminadamente abierto que a menudo nos confronta a gente de la que todo nos separa y con la que tenemos antagonismos muy marcados. Esto cambia la relación con el espacio privado, porque podemos ser agredidos encontrándonos solos en casa, y eso es nuevo.
Aún sin hablar de ese lado agresivo la presencia de otras personas siempre está ahí, de manera casi permanente: basta con mirar las notificaciones en nuestros aparatos, o responder a un comentario o un mensaje. Hay una comunicación permanente con el exterior que es bastante novedosa, y que probablemente plantea nuevos problemas de cohabitación en el hogar. Existe un gran riesgo que cada uno sea absorbido por su pantalla y que se comunique más con personas ausentes que con las que están al lado.
También tengo la impresión de ver un movimiento contrario, aunque sea menos evidente: como las pantallas tragan todo cuanto hay en casa para publicarlo en línea. Observé eso cuando empecé a frecuentar los sitios de publicación de imágenes como Instagram. Me di cuenta que lo que antes eran postales que adornaban los muros de mi casa y que yo era la sola en ver, de repente se encontraban publicadas en línea. Era como si las imágenes de los muros de mi casa se metieran en la pantalla y se convirtieran en algo compartido. Las pantallas aspiran la vida hacia un lugar virtual y por ende público.
Si queremos volver a compartimentar los espacios, creo que tendremos que hacer prueba de una fuerte voluntad, no será fácil…. También hay personas que detestan esto y por lo tanto están completamente a salvo de ese fenómeno. Para estas personas no es un problema, pero cuando nos sentimos atraídos por ello es muy difícil definir límites. Esta dificultad no es sorprendente porque estamos hablando de algo muy reciente. No tenemos suficiente perspectiva, entonces nos dejamos atropellar por estas nuevas experiencias. Creo que encontraremos mejores maneras de vivir con ello más adelante.
-Tengo la impresión que este fenómeno es extremadamente nefasto para la lectura. Nunca antes había leído tan poco como estos últimos años…
Yo también… aunque en este momento estoy retomando la lectura, me fuerzo un poco. Quiero decir que retomo la lectura con placer, pero es verdad que la vida virtual parece nociva para la lectura.
-Me hace pensar en un bullicio permanente que nos impide concentrarnos en el libro que estamos leyendo.
Si, estoy de acuerdo, es un bullicio. Y al mismo tiempo también veo puntos positivos, aprovecho mucho de cosas que otras personas han encontrado y compartido: lecturas, películas y anécdotas que después pueden servir para construir algo propio. También tengo la sensación de pasar mis días reuniendo cosas interesantes y organizarlas preguntándome si van a servir de algo más tarde. Evidentemente, tan sólo una ínfima parte de ellas logra convertirse en algo más elaborado y organizado, es un poco enloquecedor.
-¿Qué piensa sobre el feminismo?
Me cuesta mucho emitir un parecer sobre el feminismo en general. Trato temas que me interesan y que a menudo resultan tener una dimensión feminista, porque soy una mujer. Me estrello forzosamente con ciertas limitaciones o preocupaciones. Está claro que el feminismo me interesa, sí… pero me cuesta tener un punto de vista generalizado sobre él. No tengo una opinión sobre todo, ni he pensado en todas las consideraciones coherentes respecto al movimiento feminista, me cuesta bastante.
Pienso que podemos partir del principio que nunca somos completamente libres, no es el caso entre los varones, y aún menos entre las mujeres. Por lo tanto, criticar a una mujer porque quiere operarse las tetas (para aludir a un tema que ya he tratado) o porque decide quedarse en el hogar, pues me parece un poco superfluo. Creo que de todas maneras las escogencias que hacemos están tan determinadas que cada una se las arregla como puede frente a las imposiciones que le caen encima. Nadie debería permitirse pontificar al respecto, ni nadie escapa completamente de esos determinismos. Todo lo que se puede hacer es debatirse con algunas de ellas, y a veces, aceptar algunas otras. De todas maneras, se trata de negociar con una forma de dominación, por lo tanto cada uno negocia como puede, y no debe darse lección alguna sobre la manera de hacerlo de cada quien.
Señalar una conducta, por ejemplo una mujer que quiere operarse las tetas, y decir de ella que no corresponde a un acto de absoluta libertad, no me parece equivalente a criticar a la mujer que lo hace, sino a apuntar un sistema de dominación que nos concierne a todas. Es importante permitirse señalar estas cosas. Es mejor no borrar las relaciones de dominación ni impedir el análisis de un sistema. Debemos permitirnos identificar los determinismos contradictorios a los que estamos constantemente sometidas. Se trata de analizarlos y de denunciarlos, y al mismo tiempo lograr aclarar que no estamos aquí para aleccionar o imponer reglas a nadie. Criticar no equivale a eso.
Me parece que hay cierta hipersensibilidad respecto al tema, y que el simple hecho de analizarlo ya es demasiado, se considera abusivamente como una agresión, una traición o un ataque. Cuando escribí sobre la belleza [Beauté fatale estaba estupefacta de ver que cierta gente pensaba que estaba diciéndoles a las mujeres que no está bien maquillarse, o cosas por el estilo… Realmente, no se trata de eso… Yo también me siento completamente sometida a ese sistema, quizás un poco menos en relación a ciertos aspectos… Con ciertas cosas, creo ser vigilante y reactiva, y con otras, pues no logro zafar, como todas las mujeres. No me siento por fuera del caso que describo y al mismo tiempo pienso que está bien ser crítica, hagamos lo que hagamos después. Por ejemplo, me hizo bien estudiar el imperativo a ser delgada. No me liberó por lo tanto de todas las inseguridades sobre mi propio peso, que comparto con millones de mujeres, pero hacer ese trabajo me alivió. Ser crítica puede ayudar a mantener a distancia ciertos mecanismos, entonces me parece benéfico, pero tampoco quiere decir que esto nos haga salir milagrosamente del sistema que nos oprime y que denunciamos.
-Vi afiches de una película cuya promoción anunciaba “el Jason Bourne femenino” y muchos otros de la Mujer Maravilla ¿No le parece que algo en este ámbito está cambiando estos últimos años?
No había pensado las cosas de esa manera… Pero tengo la impresión que Buffy ya era interesante a ese nivel, que marcó un cambio. Su creador pensó que en todas las películas de vampiros la chica rubia muere en cinco segundos. Y se preguntó que pasaría si fuera esta chica rubia la que masacrara a los vampiros. Después, profundizando un poco, nos damos cuenta que los estereotipos siguen allí: las actrices deben ser extremadamente bellas y hacer seis meses de dieta para poder entrar en su disfraz ultra ceñido de superheroína… En cuanto a la Mujer Maravilla, no sé, no he visto la película.
-Ha… yo tampoco la vi… quizás podamos armar un panel de expertos para la televisión.
Si, absolutamente, como panelistas seria mejor no haber visto la película para comentarla, podría dificultar los comentarios (risas).