Por Francisco J. Cantamutto. La reducción de la brecha entre el dólar oficial y el blue fue la noticia de las últimas semanas. Las tensiones económicas que marcan el panorama financiero. Kicillof y Vanoli a cargo de la nueva bicicleta financiera.
Tal y como hicieron en 2001 con el riesgo país, los grandes medios enloquecen siguiendo la cotización casi horaria del dólar blue o paralelo, tratando de ponerlo como termostato de la fiebre que impide a la economía y al mercado, desarrollarse sanamente. Atribulando a espectadores angustiados por su situación personal, se apuntan subas y bajas con tonos preocupados, pero casi sin ningún fundamento o análisis que permita interpretarlo: se ofrece como muestra auto-evidente de la enfermedad.
La noticia de los últimos días es la reducción de la brecha entre el dólar oficial y el blue. Tras haber alcanzado los 15,80 pesos por dólar a fines de septiembre, hoy ronda los 13,50. En la pulseada con el mercado financiero, diversas medidas tomadas por el gobierno lograron una reducción del dólar paralelo de casi el 15 por ciento. Esto implicaría, básicamente, que el mercado ha pasado a ajustarse más cercanamente a lo que el Gobierno nacional estima como valores reales del precio de la divisa. Si bien la brecha aún es grande (el dólar oficial vale 8,50 pesos), la reducción indica un éxito para el kirchnerismo. El mercado financiero y el gobierno están cada vez más coordinados en sus objetivos: la tasa de devaluación desde enero es casi la misma en ambas cotizaciones; 30 por ciento en el oficial, 35 por ciento en el blue.
Suenan las campanas
Entre las medidas más sonadas para lograr esta reducción está la nueva política de fiscalización sobre actividades de evasión, elusión y maniobras especulativas, a través de la acción coordinada entre la AFIP, el Banco Central, la Comisión Nacional de Valores y la Unidad de Información Financiera. Se trata, pues, de una política integral y coordinada, destinada a reducir la actividad de “cuevas” financieras, viejos negocios conocidos que hasta el momento no habían sido tocados. Pero la política también apunta a las maniobras contables de grandes empresas, que gracias al asesoramiento de consultoras globales (como las conocidas Ernst & Young, Deloitte, KPMG o Price Waterhouse) encuentran nichos de dudosa legalidad para dejar de pagar impuestos. Recientemente se hizo conocido el embate contra la trasnacional Procter & Gamble. Lo auspicioso de estas políticas de fiscalización no deja de llamar la atención sobre su tardía aparición.
Las tres principales fuentes de salida de dólares del país durante el kirchnerismo han sido el pago de intereses, la remisión al exterior de utilidades y la fuga de capitales. Todas estas salidas han sido cubiertas por el superávit comercial y el endeudamiento público. Los pagos de intereses no han hecho sino crecer, fruto de la política de “pagadores seriales” que no ha reducido en nada la deuda (al contrario, ésta ha aumentado). Todo el arco político parece tener certeza de una reapertura de las negociaciones con fondos buitres en Nueva York a partir de enero, en un juicio que podría elevar los montos de pago hasta los 30 mil millones de dólares. Las remisiones de utilidades fueron la salida más dinámica del período, alcanzando un máximo de 4.387 millones de dólares en 2011. Tras las restricciones aplicadas por el gobierno desde 2012, este año se espera una salida total por 1.700 millones de dólares. Se trata de las ganancias de trasnacionales que operan en Argentina, que en lugar de reinvertir, giran al exterior sus excedentes. A pesar del discurso nacionalista, la estructura productiva del país continúa controlada por un puñado de empresas de origen extranjero.
Sin corridas cambiarias
¿Qué es la fuga de capitales? Es una forma de atesoramiento, basado en la constitución de activos de bajo rendimiento en moneda extranjera. Por ejemplo, la compra de inmuebles en el exterior, la compra de bonos de Estados Unidos o simplemente guardar dólares bajo el colchón. Todas estas formas significan recursos que se quitan de circulación en el país, para guardarse sin uso productivo. Además, presionan las cuentas externas, porque significan salida de dólares: un dólar guardado, no circula, no sirve para la actividad económica. ¿Quiénes explican la fuga de capitales? El discurso de los medios dice que se trata de una presión colectiva, provocada por los genuinos deseos de ahorro de cualquiera. No es así. Los principales operadores financieros y grandes empresas, así como un reducido número de personas que reúnen grandes riquezas, son quienes movilizan esta fuga.
A estos personajes es que el Gobierno nacional presiona por un lado, y tienta por el otro, para reducir la salida de dólares. Ya mencionamos los controles, pero también hay una zanahoria. Los bonos colocados por el Tesoro y el Banco Central están pagando tasas de interés del orden del 15 al 30 por ciento anual. El rendimiento en pesos de estos bonos es negativo, porque la inflación es superior (del 30 al 42 por ciento, según la quién estime), lo que implica que para los pequeños ahorristas, esta clase de operaciones no sirve ni de protección (un depósito a 60 días paga cerca de un 20 por ciento). Pero si comparamos este rendimiento con la tasa de devaluación, el panorama cambia: luego de la devaluación de enero (que llevó el dólar de 6,50 a 8 pesos), el tipo de cambio oficial se ha sostenido relativamente estable, pues pasó sólo a 8,50 pesos. Esto no es sino la renovación de la vieja y conocida bicicleta financiera.
Expliquemos: si un operador financiero con recursos pasó sus dólares a pesos en febrero de este año, compró los bonos que pagan hasta 30 por ciento, para esta altura del año obtuvo enormes ganancias, porque se enfrentó una devaluación (pérdida del valor en dólares) de apenas el 6 por ciento.
Mientras la tasa de interés supere la de devaluación, esto permite a los grandes operadores obtener enormes ganancias sólo por mover el dinero. Y es esperable que esto se mantenga así al menos por unos meses. El gobierno tiene interés en mantener el tipo de cambio retrasado por varios motivos. Primero, la última devaluación sólo impulsó la inflación, sin generar mayores exportaciones o actividad. Un nuevo ajuste fuerte del dólar significaría el riesgo de una híper, y, no menos importante, un enfrenamiento inmanejable con los sindicatos. Pero, segundo, para poder continuar los pagos de deuda y negociar con los buitres, el gobierno necesita de un dólar barato. La forma de hacerlo es la que explicamos: tratando de contener las salidas de dudosa legalidad y tentando al capital financiero de quedarse especulando en el país. Hasta ahora le viene funcionando: las reservas del Banco Central cayeron apenas un 8 por ciento en el último año, bastante bien en un año crítico. Esto no descarta subas controladas, pero sí una gran devaluación, al menos, mientras lo puedan controlar. El titular de esta institución, Alejandro Vanoli, dijo que “si alguno soñaba con una corrida cambiaria y un clima de desestabilización, no lo va a lograr”. Pero no resaltó que si alguno quería ganar fortunas especulando, sí lo podía lograr.