Por Francisco J. Cantamutto
El NO expresado por el pueblo griego el domingo tuvo buenas repercusiones en Argentina. Algunas comparaciones que pueden servir.
El día domingo 5 de julio el pueblo griego se expresó con contundente claridad contra el ajuste promovido por la Troika: un No soberano contra la arrogancia del capital imperialista. Aunque grandes medios y opinólogos se esforzaron por señalar supuestos errores del camino griego, entre las fuerzas progresistas y de izquierda hubo una recepción positiva en el país.
Más llamativo fue el apoyo de la presidenta Cristina Fernández, que tomó como propia la victoria, tweeteando “Grecia: rotunda victoria de la democracia y la dignidad. El pueblo griego le ha dicho no a las imposibles y humillantes condiciones que se le pretenden imponer para la reestructuración de su deuda externa”. Llama la atención porque, “democracia y dignidad” no ha sido la lógica que usó para lidiar con el problema en Argentina. Como señalábamos, las semejanzas de la situación griega con el escenario argentino de 2001-2002 están sobre la mesa: default, amenazas del capital imperialista, corralito y enojo de los sectores medios. Comparemos un poco las situaciones y estrategias.
Situación previa
En ambos países se procedió a la apertura y liberalización de la economía bajo el recetario neoliberal, subordinándose a las potencias para promover una regla de previsibilidad: en el caso argentino, se ató el peso al dólar; en el griego se pasó de la dracma al euro. Esto puso a economías periféricas a competir con el mundo, lo que implicó un proceso acelerado de concentración y extranjerización de sus sectores productivos. Alemania ofreció a Grecia la promesa –cumplida- de grandes inversiones para compensar su menor productividad. El esquema no es nuevo: la potencia ofrece crédito al Estado periférico para financiar una obra de inversión que realizará una empresa extranjera, de modo que este último deberá pagar luego intereses y utilidades, por duplicado. Pero además, Grecia se inundó de importaciones alemanas, mostrando así una sangría por la vía comercial y la cuenta corriente.
Las actividades con mayores ventajas relativas sobrevivieron, y el resto de la actividad se orientó hacia servicios, especialmente financieros. En ambos casos, los salarios locales pasaron a ser un costo a minimizar, forzando a las familias a endeudarse para intentar sostenerse: mientras un sector medio-alto pudo participar de una “fiesta de consumo financiado”, para la mayoría de la población este lujo era un espectáculo de TV. Se intensificaron entonces las jornadas laborales, incrementando la explotación laboral, quitando protección social. En ambos casos, la venta de activos estatales tuvo un límite, que terminó forzando al Estado a endeudarse para sostener el equilibrio externo, y esto llevó a crecientes déficit fiscales. Y claro, en los dos países, la respuesta fue que era necesario ajustar el gasto, sanear las cuentas fiscales, sin tocar nunca los privilegios del capital: mientras se sube el IVA y se recortan gastos sociales, se sigue pagando deuda y se aplican desgravaciones al capital. En ambos lados del Atlántico, esto fracasó.
Estallido
Tras 3 renegociaciones, Rodríguez Saá declaró el default de la mitad de la deuda. Sí, la mitad: la otra mitad, canjeada previamente, se siguió pagando, en particular a los organismos internacionales de crédito. De “prestamista de última instancia”, el FMI pasó a ser “cobrador de primera instancia”. Duhalde, en su intensa negociación con el organismo, edificó la idea que sería la clave: no se pagaría más de lo que se podía pagar, el capital financiero debía auxiliar al productivo. Esta idea fue consagrada por Kirchner en el canje de 2005, bajo el lema “Hacer a los acreedores socios del crecimiento”. Tal es así, que se les prometió rendimiento atado al PBI, y al FMI se le pagó por adelantado y en efectivo en 2006.
Cristina Fernández dio continuidad a la senda al reabrir el canje en dos oportunidades, y reconocer juicios en el CIADI del Banco Mundial. La deuda pública total, según datos oficiales, creció, aunque cambió su composición. Un pequeño grupo de acreedores privados, a la vista de la voluntad de pago del gobierno argentino, exacerbó sus pedidos: se trata de los fondos buitres. En 2014, el kirchnerismo hizo bandera de su disputa contra estas molestas aves, obteniendo el apoyo explícito de gran parte del capital financiero del mundo. Es que este pequeño grupo exige más de lo posible, y por eso mismo pone en riesgo el pago ya acordado, irritando al propio capital financiero.
En Grecia, desde 2010 se procedió a un reciclaje de deuda, donde el gobierno se endeudó con la Troika para sanear las cuentas de los grandes bancos, que fugaron esos fondos. Tras 2 reestructuraciones, la llegada de Syriza al poder cambió la relación. Esta tercera renegociación no prosperó por las exigencias extralimitadas de la Troika, y llevó a la progresiva cesación de pagos actual. Pero este default es con los organismos de crédito y la Unión Europea, lo que permite la negociación centralizada. Mientras que Argentina pagó a las instituciones garantes del neoliberalismo, Grecia suspendió sus pagos, así sea por necesidad. Mientras que el default argentino fue con el capital disperso, incluyendo fondos de pensiones del propio país y el resto del mundo, el griego es con los representantes políticos del capital financiero imperialista.
Estrategias
En ambos casos, los gobiernos son menos radicales que los pueblos. En Argentina, la demanda de no pago de 2001 (presente en los Congresos Piqueteros), en 2003 se votó con casi 3 millones de votos de la consulta popular organizada desde la CTA. El gobierno, en cambio, renegoció. En Grecia, Syriza ganó con un programa contra el ajuste, pero se dedicó cinco meses a negociar un ajuste más leve. El referéndum del domingo ratificó el NO, incluso si esto implicaba salir del euro. En ambos casos se apela a alguna racionalidad del capital financiero en sus representantes conspicuos.
El kirchnerismo desoyó los pedidos de auditoría por 11 años, aprobando una comisión recién el año pasado,subordinándola al “interés público” del pago de la deuda. El parlamento griego impulsó una comisión investigadora de la verdad, que ya mostró resultados del último tramo de deuda. La comisión argentina recibió a especialistas críticos e incluso se vinculó a la griega, pero aún no ha mostrado resultados propios. Mientras el kirchnerismo hizo su interpretación de la demanda sobre la deuda desoyendo los resultados de la consulta popular, Syriza consultó al pueblo griego en referéndum. Se trata de un vínculo democrático diferente. Argentina recibió el apoyo de gran parte del capital financiero en su renegociación de deuda, incluso en la pelea con los fondos buitres, mientras que, hasta el momento, Grecia no lo ha recibido.
Ambos países estamos subordinados a la lógica del endeudamiento permanente, que garantiza la relación de dependencia. Y ambas son oportunidades de poner en evidencia el desfalco de la deuda: los pueblos debemos presionar para que esto ocurra, forzando a los gobiernos a acabar con esta estafa.