Por Simón Klemperer
“Odiar al Real Madrid es, ni mas ni menos, que odiar el injusto ordenamiento del mundo”, nos dice el cronista. Así comienza la sentencia de su odio asumido a lo que representa el Real Madrid luego de quedarse por tercera vez consecutiva con la Champions League en una final extraña contra el Liverpool el sábado pasado. Esta vez fue un arquero que olvidó sus cualidades, o un árbitro que no supo de faltas. Ayer, un penal incobrable o un minuto adicionado de más. Todo, como en cualquier orden capitalista, está a favor del poderoso. Por suerte, el cronista no.
Odio al Real Madrid desde siempre. Adquirí el uso de razón bajo esa premisa. Odiar al Real Madrid era la consigna de guerra de cada fin de semana. Enfrentarse a la vanguardia de la empresa global y al paradigma del negocio en el fútbol, así como también a la cultura, la historia y las instituciones fascistas y monárquicas. Sin embargo, el odio tenía que ver principalmente con los valores que todo eso generaba en sus simpatizante, esos que son, finalmente, los que uno conoce y se encuentra en la vida cotidiana. Yo era muy chiquito, vivía en México y todos los mexicanos habían sido convertidos al madridismo porque el goleador era Hugo Sánchez, por lo cual, el niño que yo era, estaba rodeado. Acorralado.
Los madridistas reúnen en su ser cada una de las peores características de la humanidad. Son siempre, y de manera inconsciente, un compendio de todo lo peor. Son todo lo que no hay que ser y al mismo tiempo. Son arribistas. Aspiracionistas, que les dicen hoy. Quieren ser algo que no son. Les molesta la masa, les molesta ser parte de ella e intentan diferenciarse. Son los que menos hablan de fútbol porque no lo entienden, porque no saben. No saben y no aprenden porque no les hace falta: basta con poner los trofeos sobre la mesa. El que sabe, sabe, y el que no, es jefe. Detrás de su ignorancia se esconde la prepotencia de los ganadores. Ganadores de nada que valga la pena, pero ganadores al fin.
Son nuevos ricos y ostentosos de mal gusto. O viejos pobres cansados de sí mismos, asumiendo y asimilando la cultura dominante. Pobres, ricos, negros, blancos, lindos, feos, siempre insensatos paletos fanfarrones, siempre con la alegría a cuestas de ser “los mejores”. Esa alegría espantosa y tan extendida que no remite de, ni redunda en nada bueno. Solo en la creación de una comunidad sin identidad, llena de premios que no sirven para nada. Los hinchas de Boca saben perfectamente de lo que estoy hablando.
En fin, a lo que vamos. Que el Real Madrid ganó la Champion por tercera vez consecutiva y lo hizo nuevamente bajo ese halo de sospecha y ese manto de injusticia que se cierne sobre el universo cada vez que juegan. No estoy diciendo que los partidos estén comprados, no quiero ser tan burdo; lo que estoy diciendo es que las coordenadas que rigen el devenir del planeta están posicionadas en función de las necesidades de Florentino Pérez. Nada nuevo bajo el sol. Intuyo que puedo parecer un poco exagerado, pero lo que pasó el sábado pasado también lo fue, y a lo mejor me quedo corto.
Si Ortega y su amigo Gasset decían: “yo y mis circunstancias”, pues el fútbol actual se ha convertido en “el Real Madrid y las suyas” (sus circunstancias, digo). Todas ellas, las circunstancias, aparentemente azarosas y aleatorias, pero siempre obedeciendo secretamente a la alineación de los planetas dispuesta por Florentino desde sus malignos laboratorios secretos.
Si hacemos un breve repaso por el recorrido de los merenguitos hasta levantar la Orejuda, porque de fútbol estamos hablando, creo, nos daremos cuenta de forma inequívoca que los partidos del Madrid se han convertido en un pequeño mundo real a pequeña escala, donde las condiciones de poder y desigualdad del capitalismo se reproducen perfectamente en los noventa minutos, en vivo y en directo, con relatos y comentarios exclusivos de Adam Smith.
Veremos, decía, una constelación de variables donde hasta el libre albedrío juega en su favor. Esa constelación infernal donde lo planificado y lo espontáneo se confabulan para llegar al mismo fin. Esa mezcla de variables que logra que, si un pobre y rico juegan a la ruleta bajo las mismas condiciones, y apuestan libremente la misma cantidad de fichas, al número y color que les dé la gana, sin mano negra ni crupier comprado, siempre va a ganar el rico. Por todo eso odiar al Real Madrid es, ni mas ni menos, que odiar el injusto ordenamiento del mundo.
Si hacemos la retrospectiva de sus últimos partidos, nos daremos cuenta de que en algún pasaje de cada uno de ellos, al Madrid lo pasaron por arriba. Lo pasearon. Es cierto que los merengues son uno de los mejores equipos del mundo, es cierto que sus jugadores son desequilibrantes, de eso no hay duda. Y que además tiene a Marcelo, el mejor jugador del mundo. Ah no, perdón, me confundí. El mejor del mundo no juega en el Madrid, juega en el Barcelona. Perdón Iniesta, parece que tuve un lapsus. Cuestión que si hacemos la retrospectiva y dejamos de ver el mundo con el diario del lunes, nos daremos cuenta de que nada es lo que parece.
En la vuelta de los cuartos, la Juve le estaba dando un bailongo de proporciones y cuando ganaba tres a cero y lo estaba dejando fuera, se reunieron todas circunstancias del mundo, y las Ortega y Gasset también, y le dieron un penal a los de blanco, que pasaron de ronda. ¿Que pudo haber sido penal? Sí, claro que sí. ¿Que esos penales no se cobran? No, claro que no. Cualquiera que sepa de fútbol un poquito, sabe que ese penal no se cobra aunque sea penal. No se cobra y pun, como diría Merlí. Pero claro, los hinchas del Madrid no saben de fútbol, solo de triunfos, por lo que no vale la pena entrar en una discusión sin interlocutor válido.
En la vuelta de semis contra el Bayer, los alemanes estaban dando una pequeña lección de juego asociado. Atacaban una vez y otra también. No tenían ni a Neuer, ni a Robben, ni a Vidal, pero Thiago se vistió de todos ellos y no paró de hacer estragos. La cosa estaba nuevamente cuesta arriba para el Madrid hasta que, sí señoras, sí señores, las circunstancias sean unidas porque esa es la ley primera. Al arquero alemán se le desordenaron los patitos y se hizo un auto caño imposible de creer y todo se fue al carajo. Ni a la mano invisible de Adam Smith se le hubiera ocurrido menuda picardía. Ni a Florentino coimearlo para que haga semejante chascarrillo. Y en fin. Pasaron a la final y cada cosa en su lugar.
Y así las cosas, la historia de la final ya la conocen todos, y si no la conocen no se las voy a contar yo porque no soy periodista. Dios me libre de ese estrés. Iban casi 30 minutos de partido y el Madrid estaba, nuevamente, desconcertado. El actual tricampeón del mundo era pasado por encima por tercer partido consecutivo. El juego del Liverpool era imparable y las circunstancia miraban anonadadas desde el palco. Se miraban entre sí, desconcertadas, sin saber qué hacer. Hasta que, apareció ese azar que nadie en su sano juicio creería azaroso. Sergio Ramos no quería romper a Salha con hache final pero lo rompió. Y Salah, que además de ser egipcio, era el mejor jugador de la cancha hasta el momento, quedó afuera y todo comenzó a irse nuevamente a la mierda.
Cuando todo era para los merenguitos, el fútbol hizo justicia y un senegalés cuyo nombre no recuerdo y a lo mejor no es senegalés, empató el partido y parecía que el pobre le ganaba en la ruleta al rico, pero no. La justicia duró lo que siempre dura: una ilusión de segundo. En ese momento, Adam Smith se masajeó las cienes con su mano invisible, pensó y pensó hasta que le vino a la mente la imagen del arquero del Bayer, y recordó que el arquero del Liverpool también era alemán, y chan, se le ocurrió una solución: le desmagnetizó las neuronas hasta que se anularon por completo entre sí, y comenzó el espectáculo. En fin, nuevamente cada cosa en su lugar. Nada que decir, salvo que, el materialismo histórico no tenía razón. A cada uno lo suyo.