Por Daniel Talio*. Cuarta entrega de los ensayos sobre Rock argentino. En este caso, sobre Los Pérez García.
Sigámonos como hasta acá,
prometiéndome que lo entendiste.
Digamos ¡fue!…si algo anda mal.
Cumple sus sueños quien resiste.
Almafuerte (1998)
Los Pérez García, banda oriunda de Aldo Bonzi, se sube al tren de la tradición y hace flamear la bandera de los valores clásicos del rock. Desde su primer disco, hace diecisiete años, hasta su última producción en este 2014, sus canciones ruedan por los temas que siempre interesaron al rock: la soledad, la noche, el amor, los excesos, etc.
Nacidos en plena decadencia menemista, transitan la crisis del 2001 y siguen adelante con la premisa de permanecer ante todo. Desde el “acá me ves todavía, todavía”, que grita Beto Olguín con el puño en alto, el desafío está planteado: resistir o desaparecer.
Como si fueran los guardianes de un tesoro, Los Pérez recurren a la estética de pelo largo, campera de cuero y anteojos oscuros para mantener a salvo aquello que no puede ser arrebatado por el enemigo. Como tantas otras bandas de los márgenes de la gran ciudad que surgen para visibilizar lo que las burbujas de los noventa tratan de ocultar, Los Pérez hablan sencillo sobre lo que ocurre con la gente que ha sido desplazada. No hay una búsqueda musical revolucionaria, la banda no es un misil nuclear que viene a destruir todo lo conocido, sino que las guitarras al frente y los estribillos pegadizos son, a lo sumo, una bomba molotov casera que aspira a demorar un poco el avance final del adversario.
La pelea parece ser por monedas, ya que la ilusión grande se perdió hace mucho tiempo y sólo queda no entregarse mansamente. Las pequeñas celebraciones son, ni más ni menos, por mantener a salvo el último aliento; por eso “vengo de la calle y en la calle te vi, malherida, todavía queda vida”, dice el tema “Sigue la noche” invitando a entrar a la cueva donde por un rato uno puede olvidarse de todo. Lo que se festeja es la subsistencia, y en el mismo acto se renueva el compromiso a no abandonar los dogmas que no son negociables.
El rock del barrio, que en sus comienzos predice y anuncia el movimiento piquetero, se centra en la pequeña historia que transcurre en la esquina y desde allí intenta expandirse por los caminos secundarios de la gran manzana musical. Al igual que en los reclamos con cortes de rutas y calles, donde no se persigue el descabezamiento del organismo, el rock reclama migajas para sobrellevar el hambre del día a día; y no lo hace por inconformismo, ni por cobardía, sino que lo hace porque ya aprendió que erosionar el edificio desde adentro es mucho más útil que intentar destruirlo.
Los Pérez García han entendido la mecánica del juego y por eso se mueven tan hábilmente en este enorme reality show que son los primeros años del siglo XXI. En este Gran Hermano donde no hay ganadores, sino que se juega a no perder, quien llega hasta el final se lleva el premio. El que es expulsado de la casa queda fuera de juego, y ya nadie va a escuchar lo que tiene para decir. Hoy, que se sigue intentando poner el clavo final en el ataúd de cualquier alternativa y se pregona una ideología homogénea universal, absoluta e ideal, sería muy cómodo acoplarse a esa ola que no moja y surfearla sin riesgo ni audacia. En este pabellón cuasi carcelario, que no es más que un gigantesco estudio de televisión, lo que le importa a Los Pérez García es resistir y, desde esa resistencia, plantar las pequeñas semillas que seguirán descascarando las paredes de esa inmensa escenografía que agobia. Es en esa misión redentora desde donde se puede leer la música tradicional de Los Pérez García; una tarea divina hecha por tipos comunes con una guitarra colgada del hombro.
*Estudiante de Letras (UBA). Miembro del Seminario “Las Letras de Rock en la Argentina después del 2001”.
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