Por Claudia Korol
Somos el pueblo. Ni la vanguardia ni la retaguardia. Somos el pueblo rebelde, iracundo, rabioso, solidario, impaciente, gritón.
Somos las mujeres del pueblo. Las que inventamos cada día los modos de sobrevivir con nuestra familia, y nuestra comunidad. Las que hacemos huertas en nuestras casas o en los terrenos propios o apropiados que logramos sembrar con semillas no transgénicas. Las que hacemos comedores y ollas populares pensando la soberanía alimentaria. Las que aprendemos que las plantas también nos pueden sanar, acompañar, en las duras y en las maduras. Las que salimos a las calles a cortar las rutas cuando se vuelve necesario. Las que regamos al limonero, porque algún día necesitaremos sus frutos para usos diferentes. Las que improvisamos cantos y danzas callejeras como las brujas temidas de otros tiempos. Las que tiramos una piedra si es necesario, para intentar poner orden a este país malcriado.
Somos el pueblo. Ni la vanguardia ni la retaguardia. Somos el pueblo que se tropieza una y otra vez en la misma grieta. Somos el pueblo que cae y se levanta, vuelve a caer y vuelve a levantarse. Que aprendió a marchar con los dirigentes a la cabeza o reclamando la cabeza de los dirigentes.
Somos las mujeres del pueblo. Las que vivimos buscando a quienes nos faltan. Las que conocemos de memoria las direcciones de las comisarías donde en tantas vueltas de la historia preguntamos por un pibe preso, por una piba desaparecida, por aquellos y aquellas que jamás supimos quienes eran hasta que nos dijeron de su ausencia.
Somos el pueblo de diciembre. El de Pocho Lepratti. El de tantas compañeras y compañeros que adivinamos cercanos entre la bruma de los gases.
Hoy lloramos con un solo ojo cuando nos dicen que Horacio fue atravesado en el rostro por la bala que le arrancó la mitad de la visión. Hoy gritamos con furia, cuando vamos reconociendo a los heridos y heridas por la maldita policía. Hoy abrazamos con amor a nuestras Madres que ahí están, al lado, como siempre, y a los viejos que se plantan en su dignidad, para dejarnos como herencia toda una vida de trabajo y de lucha.
Somos el pueblo. Arrastramos los pies cuando el dolor nos parte. Descansamos y seguimos caminando.
Somos las mujeres del pueblo. Celebramos la música de las cacerolas en las esquinas de todos los barrios. Miramos bien cuál machucaremos en este diciembre. Llevamos la cuenta de las que perdimos (¿ganamos?) en otros diciembres en los que las golpeamos hasta abollarlas por completo. Son ollas que aprendieron que el guiso popular se cocina en las calles y a cielo abierto.
Nuestras ancestras nos enseñaron muchos secretos de los guisos de las resistencia, que les dejaremos a las pibas que vienen ya caminando a nuestro lado. Las enseñanzas de nuestras viejas, y de las compañeras caídas que caminan con nosotras laten en nuestros actos, como un aldabonazo de conciencia despertando del cansancio, del dolor, de la amargura, para ser parte de la fiesta del pueblo. Ellas nos enseñaron a burlarnos del poder, tan de saco y corbata, tan solemne, tan jodido. No creemos en su poder temporal y pasajero. Creemos en el poder popular que estamos tejiendo con paciencia.
Somos el pueblo. Somos las mujeres del pueblo. Hacemos un pacto de rebeldía en cada diciembre, y un paro de mujeres en cada 8 de marzo. Somos la rabia que arde a fuego lento. En la hoguera se alimenta nuestra terca esperanza. Nos robaron la jubilación, muchos derechos, varias libertades, pero no nos robarán todos los matices de nuestra alegre rebeldía.