Por Martín Di Giácomo.
Durante el último paro nacional el debate mediático se centró en el reclamo por el mínimo no imponible del impuesto a las Ganancias. Sin embargo, para entender por qué se genera el conflicto hace falta repasar algunas asignaturas pendientes de las políticas económicas en Argentina.
El secretario general de la CGT- Azopardo (una de las tres fracciones de la Confederación General del Trabajo) calificó el paro del último 31 de marzo como contundente y dejó abierta la posibilidad de realizar otra huelga pero esta vez de 36 horas. Para Hugo Moyano el eje de la medida sería nuevamente la exigencia de que el gobierno modifique el impuesto a las Ganancias.
En la agenda informativa ese reclamo fue instalado por las corporaciones mediáticas casi como la única demanda de los gremios que pararon. Por su parte, el gobierno defendió la pertinencia del impuesto y desacreditó la representatividad del reclamo en el conjunto de los trabajadores y las trabajadoras: la discusión giró en torno a Ganancias.
Más allá de otros problemas de raíz profunda, como la precarización y el 33 % de empleo informal, la cuestión del impuesto a las Ganancias debería abordarse teniendo en cuenta dos desafíos estructurales que presenta la economía argentina: un sistema tributario regresivo y una matriz productiva concentrada y extranjerizada.
¿Paga más quien más gana?
Un sistema tributario está conformado por el conjunto de impuestos que establece el Estado en todos sus niveles de gobierno y con el cual se financia el gasto público. Aunque debería tener como objetivo el bienestar general, un sistema se torna regresivo cuando no existe equidad en lo que paga cada contribuyente.
El caso del impuesto a las Ganancias, si bien a priori es progresivo –el que más gana más paga– se encuentra desactualizado respecto de las escalas que determinan cuánto se grava del salario. Julio Gambina, profesor de Economía Política en la Universidad Nacional de Rosario y presidente de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas, sostiene que es un sinsentido que en un contexto de crecimiento de las ganancias empresariales, el 50% de la recaudación del impuesto tenga su origen en los ingresos de cuarta categoría, principalmente los salarios.
Según el Centro de Investigación y Formación de la CTA (CIFRA), la clave para modificar la regresividad que Ganancias presenta en la actualidad es superar la discusión sobre el mínimo no imponible –el monto salarial a partir del cual se exige su pago–. El problema reside más bien en las escalas, las cuales deben actualizarse para que los trabajadores y las trabajadoras que menos cobran paguen un porcentaje menor y quienes más cobran, uno mayor. Además, se podría aumentar las alícuotas (%) estipuladas para los ingresos altos, como sucede en otros países.
De la Dictadura a Menem: el origen de la inequidad
Si “la estructura tributaria es una manifestación de la lucha por el reparto del excedente” –en palabras de Alfredo Iñiguez y Rafael Selva– y una expresión del patrón distributivo que establece el Estado, podría afirmarse que los sectores populares siguen perdiendo por goleada y el árbitro cobra casi todas para el otro equipo.
A partir de las medidas impulsadas por la última dictadura cívico-militar, el sistema tributario argentino comenzó a sufrir una serie de cambios que le imprimieron su actual inequidad. Se consolidó el IVA (Impuesto al Valor Agregado, que existía desde 1975) como el tributo más importante y se modificaron otros creados bajo el primer peronismo como el de ganancias, que en un principio afectaba a los sectores más enriquecidos de la sociedad.
Durante la presidencia de Carlos Menem se amplió el universo alcanzado por el IVA (se incluyeron los servicios) y se llevó la alícuota al 21% en 1992. La cereza en la torta fue la eliminación de los impuestos que afectaban a las ganancias de capital, es decir aquellas relacionadas con las actividades financieras e inmobiliarias.
El IVA, que grava por igual al consumo de pobres y ricos, continuó acrecentando su participación en el total del PBI (producto bruto interno) superando el 7%. Según datos del Ministerio de Economía, en los últimos años esa participación se elevó casi al 9%.
Desde la crisis de 2001, se introdujeron modificaciones en la estructura tributaria que le aportaron menos regresividad. En términos generales, la capacidad de recaudación del Estado se duplicó, lo cual significa mayor financiamiento para gasto público y la posibilidad de implementar políticas redistributivas. Por un lado, se redujo la proporción del IVA dentro del total de la recaudación a un tercio, crecieron los aportes por derechos de exportación y se implementó un impuesto a la renta financiera.
Pero no es suficiente: el IVA, que confisca el ingreso de los sectores populares y grava productos de la canasta básica, sigue teniendo un peso central en la estructura. Junto con el deficiente impuesto a Ganancias, conforma en la actualidad la mitad de la recaudación, mientras que las contribuciones patronales siguen en los mismos valores de fines de la década de 1990.
Es el modelo, estúpido
Según informes de CIFRA, durante los últimos tres mandatos presidenciales la pobreza se redujo la mitad, hasta alrededor del 17 por ciento actual. Políticas como la recuperación en la administración del sistema previsional y la Asignación Universal por Hijo (AUH) se inscriben en las mejoras redistributivas que permitieron la reducción de los niveles de desigualdad.
Sin embargo, otros indicadores económicos evidencian que el modelo productivo sigue estando concentrado y extranjerizado. Las mil empresas más importantes perciben ganancias por valor del 70% del PBI. De esas, excluyendo financieras y agropecuarias, las 200 de mayor facturación triplicaron sus ganancias en el período 2001-2009, y del total de esas ventas el 60 por ciento corresponde a 117 empresas extranjeras.
“Nunca se puso en discusión el modelo productivo y de desarrollo, -afirma Julio Gambina-. Se sostuvo el carácter sojero y extractivista de la producción agraria, subordinando la producción y la exportación a la dependencia del dominio de las transnacionales de la alimentación y la biotecnología”.
Las principales empresas tienen, además, posiciones dominantes en el mercado y conforman oligopolios en rubros claves de la economía como la producción de alimentos, la siderurgia y los insumos para la construcción y la industria. Esta concentración es clave para entender el mecanismo arbitrario que genera la inflación y las ganancias exorbitantes de emporios como Aluar, Siderar o Loma Negra, que han llegado a doblar su capital en sólo un año a fuerza de aumentar precios.
En cuanto al sector financiero, ese que en vez de producir bienes obtiene sus dividendos a partir de la especulación, el panorama es similar. De acuerdo con datos del FMI relevados por el economista Cristian Carrillo, la rentabilidad sobre el activo de los bancos argentinos (uno de los indicadores para analizar cuánto ganan) es tres veces mayor a la de Brasil, y sólo es superada en todo el mundo por la de Kenia.
Asimismo, según datos oficiales los bancos reportaron durante 2014 un crecimiento del 50 % en sus ganancias respecto del año anterior. Mientras tanto, la ley de Entidades Financieras –dictada en la gestión como ministro de José Martínez de Hoz en 1977– continúa sin reformarse integralmente. Esa ley liberó y desreguló al sector financiero, además de propiciar su concentración y cambiar el enfoque estratégico: de un servicio orientado a fomentar la producción a uno de los negocios más rentables en la actualidad.
Para Julio Gambina, discutir este modelo oligopólico y extranjerizado supone generar una propuesta integral: “Un proyecto de soberanía alimentaria sustentado en la agricultura familiar y comunitaria, en la soberanía energética, discutiendo el uso de la energía y socializando YPF, la soberanía financiera que implica la nacionalización de la banca y el comercio exterior para encarar las modificaciones del modelo productivo y de desarrollo”.
Mientras en el debate público no se aborde la generalidad del problema de la economía y el trabajo en la Argentina los desafíos, que continúan siendo grandes, parecen todavía más difíciles de sortear.