Por Juan Pablo Bertazza. A cuatro años de su muerte, recordamos al poeta argentino Daniel Chirom.
Daniel Chirom muere hace cuatro años. La frase no soporta un tiempo pasado pero tampoco da cuenta de un presente histórico. Se trata más bien de un tiempo que pone en evidencia una transversalidad cronológica. El presente como puente tendido entre distintas eras es la clave de sol de su poesía.
A continuación, una breve antología de finales de sus poemas: “mi amor/ comparte conmigo las sombras” (“Sombras”); “en mitad de la noche,/ nos humilla la poesía” (“Los Atlantes”); “Soy el adelantado de una raza de ciegos” (“Homero”); “El cielo es una barrera infranqueable” (“La catedral”); “Si viajas no importa la vida” (“Viaje”); “las ruinas son el templo” (“El ojo de la aguja”); “el puente se pliega” (“Como el anillo”); “la muerte desova la vida” (“Día rojo”); “la música es la caverna donde acecha el instinto” (“Erik Satie”); “No sé qué esperan de la vida: yo escucho” (“Duke Ellington”); “La voz que te sostiene/ viaja en la nave de los locos” (“El espejo”); “Muero por no morir” (“Rue Descartes”).
A veces, ese mismo presente se acentúa y estira, se vuelve aun más elástico, como si se tratara casi de un present perfect, un presente continuo, el presente del idioma inglés que es, en realidad, un pasado que repercute a lo largo de un extenso presente, como es el caso del poema “Acerca de un compositor”: “sus gestos aún dibujan sombras chinescas”.
Ese presente permanece en la poesía de Chirom incluso cuando se elide todo tiempo verbal, el presente impregna incluso sus poemas atemporales, algo que sucede, por ejemplo, en el poema “Aída”: “tu ojo verde/ Aída/ la barca del cielo/ un tango negro/ el océano”; y en “De América”: “de barro y duelo/ tu linaje/ De odio y carroña/ tu cruz”. Casos donde la elisión del presente del verbo “ser” enfatiza aun más su presencia.
En definitiva, ¿qué significa que los finales de casi todos los poemas de Chirom estén escritos en presente? Es, de hecho, el presente el corazón de su poesía, el artilugio a través del cual la impregna de magia, el puente que permite asociar sentidos, la trascendencia que da una capacidad ilimitada de interpretaciones y múltiples significados a sus poemas, poemas que tienen la notable virtud de estar siempre en movimiento: cambian, se mueven, se ensanchan y enriquecen ante cada nueva lectura.
Lo mismo pasa con el itinerario de su viaje, con su trayectoria poética. La poesía de Chirom nunca encarna la figura del viajero que finalmente regresa a su casa, su poesía es un proceso continuo, un engranaje que sólo se detiene para tomar nuevo envión.
Chirom no fue un poeta canonizado, no fue para nada una vaca sagrada de la poesía sino un jabalí rebosante de energía, un poeta infatigable que, a la par que labraba su obra, protegía a las voces poéticas en peligro de extinción (gracias a la labor de su programa de radio El jabalí) y daba a conocer a las nuevas voces desconocidas (como sucedió en algunos números de la revista El Jabalí). Su poesía no era venerada letra muerta, su poesía es discurso vivo que se la pasa sembrando más poesía, que rescata la labor de sus maestros (Raúl Gustavo Aguirre, entre muchos otros) y enseña e influye en las nuevas voces, de ahí el respeto y el afecto que le prodigan las nuevas generaciones de poetas.
Eso es para él la poesía: una labor constante que nunca se contempla desde la tarea terminada, sino un permanente y móvil punto bisagra entre la tradición y el horizonte, entre ayer, hoy y mañana. Poesía en eterno presente. Si hubiera sido un músico de rock (su poesía es clásica, pero al mismo tiempo incorpora en su fuerza algo de la novedad rockera) sería el típico músico de músicos que no toca en estadios multitudinarios sino en íntimos teatros.
En el prólogo a su libro de entrevistas a Charly García, libro tremendamente actual en el que habla de la omnipotencia periodística de los medios (como la revista Gente que se burló de la evolución sonora que traía Serú Girán), Daniel aporta una clave para entender la revolución que significó la llegada de Charly a la música argentina: “Para ellos, lo que Charly y Nito le decían era en realidad lo que les estaba sucediendo y no lo que les debería suceder”. Algo similar podría decirse del presente de la poesía de Chirom: una madura poesía Peter Pan que, en su eterno presente, combina claridad, valores, misterio, ternura, y, sobre todo, una búsqueda incesante: “tu búsqueda es la esencia de lo que eres” dice en “Para Magdalena”. Esa búsqueda no es otra cosa que la madurez de la juventud, la incesante vitalidad poética.
En el final del extraordinario poema “Pastel de manzana” se advierte con claridad esta idea, sobre todo a partir de lo que Chirom denomina “memoria del paladar”: “mirar un plato con torta de manzana que un niño se devora y luego una mujer se inclina para llenarlo otra vez”. También subyace lo mismo en “Leonardo y la última cena” pero esta vez el hambre eterno es reemplazada por la sed insaciable: “Cuando la cena sea nuevamente servida/ otro Ludovico me encargará rehacerla/ hasta que el vino vuelva a escasear./ Confío en la eterna sed del hombre.”
La poesía es como la sed y el hambre. Mejor aun: la poesía es como el deseo, la poesía es deseo: nunca termina de iluminar el mundo, siempre encuentra algo más por revelar.
El ejemplo más claro y contundente es uno de los mejores poemas de Chirom que era, a su vez, uno de sus preferidos, “Miguel Ángel esculpe el David”. El presente de ese poema es sublime. Daniel no se detiene en el aspecto narcisista de Miguel Ángel contemplando su obra recién terminada. Nada de eso: es un poema que exhibe una multiplicidad de procesos de creación, un poema en progreso: mientras las manos presumiblemente de Miguel Ángel dan forma al David, se signa el destino de su sorprendente triunfo sobre Goliat, y también el de Chirom, en pleno proceso de darles vida simultáneamente a ellos.
Es decir, en algún punto no hay triunfo de David sin el talento de Miguel Ángel y sin la sensibilidad de Daniel Chirom. Toda proeza parece ser resultado de una inspiración colectiva, un encadenamiento aceitado de belleza. Pero lo grandioso es que, aun sin terminar de esculpir a David (y sin que todavía lo haya vencido a Goliat), Miguel Ángel le advierte los riesgos de asumir su trono, de convertirse, entonces, en un nuevo Goliat: “recuerda que en el poder no reside la belleza”.
Esa última frase, no es casualidad, fue usada como bandera en las manifestaciones estudiantiles, sobre todo en la facultad de Filosofía y Letras, y es la pulsada más fuerte del corazón de la poesía de Chirom. Uno de los últimos grandes poetas argentinos que más entradas tiene en Internet. Que, a cuatro años de su muerte, sigue escribiendo el presente. En presente.