Sida y poder, el primer libro del doctor Carlos Mendes** fue reeditado recientemente por editorial Madreselva. Hoy se presenta en la ciudad de Buenos Aires. Un adelanto exclusivo para Marcha.
El diagnóstico de una enfermedad de pronóstico mortal hace irrumpir abruptamente en nuestra cotidianeidad la idea de la muerte, idea siempre inadecuada, y nuestra cotidianeidad es también la de muchas otras personas, empezando por la del médico que pronuncia ese diagnóstico, médico verdugo, médico parca.
Los médicos, en general, están más o menos llenos de conocimientos pero, en igual proporción, suelen estar más o menos vacíos de sabiduría.
Esta cualidad no es patrimonio exclusivo de la medicina, acompaña a todas las disciplinas que configuran nuestra cultura, impregnando también a esa forma cotidiana del saber a la que llamamos opinión pública y que no es otra cosa que las creencias y el modo de pensar de cada uno de nosotros.
Las personas que vivimos con VIH/sida, estamos culturalmente condenadas a muerte. ¿Qué significa eso? Significa que la mayoría de las personas que nos rodean creen honestamente que “debemos” morirnos, es muy fácil adjudicar el deber de la muerte a los demás. Esta creencia no implica “maldad” alguna, a veces quienes más nos aman son quienes más cumplen con ella.
La ecuación sida=muerte ha sido minuciosamente aprendida por toda la población, no se discrimina entre un infectado y un enfermo de sida, y todo enfermo de sida es, tácitamente, un moribundo. Esa es la idea que nuestra cultura ha sabido imponer a través de sus autoridades sanitarias, sus médicos, y la totalidad de sus medios de comunicación. Ese es el mandato impuesto, lo execrable de la infección no es el virus, ni la transmisión sexual, sino el contagio homosexual que subvierte la estructura del poder patriarcal.
Una vez que se sepa tu condición de VIH positivo, no esperes que nadie te pregunte qué quieres hacer de tu vida y mucho menos aún, qué quieres hacer de tu muerte. Habrá un ejército de personas a tu alrededor dispuestas a decidir por vos, en base a su buen criterio que nada tiene que ver con el tuyo. Y ese “buen” criterio estará siempre impregnado con el propio temor a la enfermedad, al sufrimiento y a la muerte que cada uno de ellos tenga.
Tampoco esperes que ninguna de estas personas se tome el enorme trabajo que significa analizar esto, ellos sólo hacen lo que pueden, es decir, responder a las creencias establecidas. Somos holgazanes respecto a nuestras capacidades.
¿Cómo se efectiviza esa condena cultural? De muchas, variadas, y a veces sutiles maneras. Desde la mirada, pasando por la palabra y efectivizándose en acciones concretas, la condena cultural se expresa minuciosamente.
El diagnóstico es una forma elaborada de la marginación. Al igual que el diagnóstico religioso de “pecado”, el jurídico de “delito” o el económico de “pobreza”, el diagnóstico médico de “enfermedad” y el más lapidario de “enfermedad mortal”, es un instrumento del poder en la cultura para sostener un determinado orden, es decir, un determinado estado de las cosas que conforma nuestra “realidad” de condenados y salvados, de benditos y malditos.
Los delincuentes son indispensables para sostener la idea de la “honestidad”, los pecadores son indispensables para sostener la idea de la “virtud”, los pobres son indispensables para sostener la idea de la “riqueza”, los enfermos son indispensables para sostener la idea de la “salud”.
Para ello el “diagnosticado” debe cumplir con su diagnóstico, y el poder cultural toma todos los recaudos necesarios al respecto, impidiendo que el delincuente muestre su honestidad, que el pecador muestre su virtud, que el pobre enseñe su riqueza, que el enfermo sea saludable o que el moribundo exprese su vitalidad.
Las personas que vivimos con VIH/sida, como tantas otras en esta cultura que divide para dominar, no sólo debemos tratar de sobrevivir en el campo de la realidad concreta, sino que además debemos demostrarlo cotidianamente. Sobre nosotros recae toda la carga de la prueba. Como si el trabajo de sobrevivir fuera poco, se nos endilga la obligación de convencer a los demás de que estamos vivos.
La irrupción de la posibilidad concreta de muerte verbalizada en un diagnóstico nos crea una abrupta ruptura con la cultura, nos transforma repentinamente en seres contraculturales mientras persistamos en estar vivos.
La cultura “honesta”, “virtuosa”, “rica”, “sana” e “inmortal”, no nos quiere sanos ni nos quiere vivos por mucho tiempo después de su diagnóstico.
Si somos obedientes haremos lo que hemos hecho siempre, acatar sus pautas, pero si tenemos algún entrenamiento “contracultural”, si encontramos algún lugar donde afirmarnos para hacerle frente, podremos resistir.
Resistir al minucioso asesinato cultural, que ha cobrado y cobra muchos más muertos que el sida, que mata con diagnósticos de “pecado”, “delito”, “pobreza” o “enfermedad”; que mata en catedrales, juzgados, comisarías, cárceles, bancos, ministerios de economía, hospitales o casas de gobierno, que mata para que la cultura pueda seguir sintiéndose “honesta”, “virtuosa”, “rica”, “sana” e “inmortal”.
A esa muerte resistimos las personas viviendo con VIH, a la muerte desde el prejuicio sostenido por el diagnóstico, a la otra, a la biológica, sabemos muy bien que no tiene ningún sentido resistírsele.
Sida y poder se presenta hoy jueves 9 de agosto a las 19hs, en casa Brandon, Luis María Drago 236, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
* Este texto fue escrito por Carlos Mendes para el Primer Encuentro de Personas Viviendo con VIH/sida realizado en Argentina. Se publicó originalmente en el libro Del maltrato social, conceptos son afectos, de Marcelo Matellanes, Ediciones Cooperativas, Buenos Aires, 2003.
** Carlos Mendes nació en Buenos Aires en 1950. Terminó la carrera de medicina en la Universidadde Buenos Aires en 1974 e hizo un posgrado en dermatología. Integró el grupo fundador de Nexos con quienes editó la revista NX periodismo gay para todos, formó grupos de reflexión para personas viviendo con VIH/sida.